(Argentina, 2018)
Dirección y guión: Gonzalo Calzada. Elenco: Malena Sánchez, Sofia del Tuffo, Marta Lubos, Pedro Merlo, Vando Villamil. Música: Nectar Musica . Producción: Ariel Checcio. Distribución: Energía. Duración: 111 minutos.
Luciferina arranca con un bebé dentro del vientre de su madre. La siguiente escena nos trae a una joven parada estática en el medio del patio de lo que parece (plano muy indie mediante) un convento o una escuela o algo así. El montaje en todo caso nos avisa que ese bebé es ahora esa joven de apariencia retraída, convertida a la religión y que en unos planos y segundos más tarde ayuda en un comedor. Al rato recibe, por parte de una monja, la noticia de que sus padres sufrieron un grave accidente: la madre no sobrevivió. Así Natalia (Sofia del Tuffo), de solo diecinueve años, regresa a su hogar después de varios años. Allí se encuentra con su hermana, quien le reprocha su ausencia en todo estos años. Resulta que su padre está postrado en la casa en un estado deplorable, dejando en evidencia unas tétricas pinturas muy bien dibujadas que nos llevan a pensar que era dibujante de comics o algo así por el estilo. De repente, la hermana, medio mala onda, medio dark, le dice que ella y sus amigos irán en un viaje con el fin de hacer un ritual que tiene como fin consumir la bebida ayahuasca. Los seis (¡obvio!), instalados en un sitio alejado y casi olvidado, van experimentado los efectos de la droga hasta saber quién es el portador del mal.
Luciferina es un film fallido. Fallido porque pudo ser bueno, ya que tiene buenas intenciones. En primera instancia, porque pone en evidencia el mal gusto por encarar temas que son actuales en el país. El feminismo mal entendido y la insistencia de evocar el aborto como una segunda historia desesperada por hallar adeptos. Las formas que elige su director son declamativas y reduccionistas, arcaicas. ¿Cuantos espectadores aún no entienden la importancia de las Sarah Connor, las Ellen Ripley, las Imperator Furiosa o, sin ir más lejos, de las Gilda (para acercarnos a un cine más propio y de estas pampas) para aludir a un ideal feminista maduro y no de manual? ¿Por qué el hombre tiene que ser demonizado y la mujer santificada para llegar a hablar de ello? Porque, si no me equivoco, el padre de la protagonista resulta un satanista que “produjo” el accidente a la madre; el noviecito de la hermana, un golpeador adepto al bullying; y el interés romántico de Natalia, presentado como posible compañero, en realidad carga con la maldición de llevar el diablo dentro desde pequeño. El hombre, como entidad, parece llevar el mal en todas sus manifestaciones. El único que aparenta ser un tipo razonable, uno de los seis pibes, muere apenas se presenta; como si se intentara deshacer la evidencia de que existen hombres buenos. No lo deja ser. Otra de las protagonistas, antes de suicidarse, nombra a su padre como posible origen de sus traumas. El director Gonzalo Calzada no entiende que lo que debe criticar y amputar es el concepto de patriarcado. El hombre como figura física es una cosa, como entidad de género; el patriarcado otra. No son lo mismo. La única figura femenina que parece estar vinculada con el mal no llega a provocar ningún daño, y es la mujer que aparece poseída (muy j-horror, muy fantasma oriental vengador).
Por ejemplo, revirtiendo las polaridades: En Rabia (1977), de David Cronenberg, una mujer comienza una suerte de “vampirización” en un plano fisiológico que la libera sexualmente. El crítico Robin Wood, en su libro An introduction to the American Horror Film, cataloga a esta obra cronenbergiana de reaccionaria ya que cree que la mujer, al mostrar una libertad sexual, es vista como un monstruo. Por el contrario, Cronenberg, inteligente en las decisiones sobre su discurso, contrapone a la protagonista con la amiga que también es una mujer independiente y que no muestra signos de ser una amenaza. Cronenberg puede exterminarla o no, pero no se la quita de encima sin antes haberla conocido. No por ello transforma al hombre o a la fémina en monstruos. Su film, con dejos de melodrama y con la mujer transformada en mártir a lo Ms. 45 (1981), de Abel Ferrara, no hace ver a la mujer como el mal, más bien logra que el costado más reaccionario de la sociedad pueda verla como un monstruo, por eso el horror como género toma las riendas.
Otra gran película de género que entiende cómo encarar el tema es The Woman (2011), de Lucky McKee. En ella, una mujer libre y salvaje perteneciente a los bosques es raptada por un hombre de una familia aparentemente normal con el fin de civilizarla. Obviamente, todo sale mal y el horror se desata. The Woman tiene la particularidad de mostrar a un tipo y a su hijo como monstruos, sí, pero también castiga a la mujer por cómplice: la esposa del protagonista, por callar y rendirse ante el patriarcado y apoyar sus locuras. The Woman no expone a la mujer como pobre víctima, la apunta dentro del registro humano y no crea un ambiente segregacionista como el de Luciferina, polarizador hasta la médula.
El aborto, otro tema polémico (¿se notan las intenciones, ¿no?), es completamente confuso en la película, ya que por momentos parece estar a favor y otros en contra. Primero y principal, el relato (circular, algo positivo dentro de las bondades cinematográficas) comienza y termina con un bebé dentro del vientre de su madre. La protagonista, además, parece ser fruto de un aborto fracasado y de la que aseguran que es muy especial, con poderes y todo –puede ver el aura de la gente y esas cosas–, lo que permite deducir su postura en contra de esta práctica (¡miren si hubiera sido abortada!: esta criatura de Dios tan singular jamás estaría entre nosotros, ¡además tiene poderes! ¡Es única!). La hermana de Natalia le cuenta que se practicó un aborto en el tiempo que ella estuvo ausente y que la experiencia fue bastante traumática. Ahora, desde otra óptica, ese mismo comentario puede ser visto como traumático por el hecho de haber sido “clandestino” y manifestarse así a favor. ¿Se entendió?
Luciferina al menos es más film que su “hermana” –por género y reciente estreno– Necronomicón: el libro del infierno, ya que técnicamente es irreprochable y los actores respiran una libertad que la otra jamás podría imaginar. Todos los actores están más que bien. Hay, sí, un par de escenas interesantes, como el combate final entre el demonio y Natalia, que más que espiritual es biológico ya que se practica sexualmente. Esa secuencia representa lo mejor de la película, que parece por momentos ser un slasher común y corriente de esos que en el año 2000 nos llegaban cada jueves de estreno.
Luciferina no adopta una fuerza simbólica contundente más allá de la que se puede expresar por lo demoníaco, lo que la transforma en una película superficial y esteticista. Todo en ella luce muy bien pero no hay demasiado por detrás. Tal vez le haría falta entender más El exorcista (1973), de Friedkin.
El tono solemne no ayuda en esos largos ciento once minutos que dura el relato. No hay un clima de terror, pese a los esfuerzos de la puesta en escena y de todo lo que conlleva la misma, principalmente por esa mala idea de lo “divino” que la protagonista puede atisbar gracias a su don. Sabemos que el mal, y más cuando es sobrenatural o metafísico, debe transmitir la sensación de ser indestructible, imparable. Cuando tenés este tipo de seres que, si bien no se los denomina como tal, pero se entiende que son “elegidos”, ya que poseen dones únicos, la amenaza pierde fuerzas, ya que el peligro desaparece incluso cuando hay muertes –igualmente serán inevitables en este tipo de films–. Calzada desde el inicio deja en claro esto, sin un poco de suspenso y sobrecargando el relato de aristas fantásticas: eso ayuda a que el mal, lo sobrenatural, pierda su esencia extraordinaria.
En ese sentido, Luciferina se acerca mucho a la pésima Mother of Tears (2007), de Darío Argento. La tercera y última parte de la trilogía de las tres madres mostraba una lucha entre el bien y el mal en un plano menos amenazante que sus antecesoras, ya que la protagonista era custodiada por seres divinos. El ser humano, por naturaleza, le teme justamente a lo sobrenatural porque se enfrenta a lo desconocido, algo corpóreo o incorpóreo, pero propio de fuerzas sobrehumanas, algo que jamás tendremos, por lo que nos sentimos indefensos. Todo lo que se halla “más allá” tiende al desconcierto, a un horror en aras del existencialismo que se justifica porque nos vuelve diminutos en su presencia no-natural y posiblemente menos ordinaria. En Suspiria (1977) e Inferno (1980), Argento creaba cuentos aterradores, casi insoportables por su clímax de amenaza constante y de un mal perenne. Eran terriblemente esteticitas pero contundentes en sus formas cinematográficas.
Mucho mejor es el anterior largo de Calzada, Resurrección (2016), gran cuento gótico que entendía el cine, principalmente al de horror. Mixturaba con éxito costumbres criollas sin abandonar un goticismo exitoso en todas sus formas, y funcionaba principalmente porque lo ambicioso en su totalidad física o simbólica tenían peso y firmeza. Luciferina, por el contrario, mama demasiado del terror norteamericano en su peor expresión y se pierde como tantas películas sobre posesiones de los últimos tiempos.
© Daniel Nuñez, 2018
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