Separado! (Reino Unido-Argentina-Brasil, 84’), de Gruff Rhys y Dylan Goch
Gruff Rhys, vocalista del grupo de rock psicodélico galés Super Furry Animals, decide ir en busca de René Griffiths, un pariente lejano, también músico. Este auténtico personaje vive, supuestamente, en la comunidad galesa de la Patagonia y su música es una curiosa mezcla de ambas culturas. Gruff emprenderá un viaje que lo llevará primero a las selvas brasileñas (donde originalmente se establecieron familias galesas) y luego al Sur argentino. Por supuesto, sin jamás dejar de hacer música.
La cámara sigue al vocalista en su recorrido por rutas, pueblos, ciudades, su relación con descendientes de galeses (algunos de ellos, también parientes muy lejanos). Al mismo tiempo, el espectador podrá conocer cómo fue que ciudadanos de Gales se establecieron en tierras criollas con intenciones de llevar una vida diferente a la de su país.
Rhys y Dylan Goch le dan agilidad, frescura y originalidad a la película usando recursos tan psicodélicos como la música de Gruff. De hecho, él se coloca un casco (al estilo de las que usan los integrantes del dúo francés Daft Punk) y, efectos especiales mediante, es teletransportado de un país a otro. También se recurre a trucos visuales como pantalla múltiple.
Un imperdible documental.
Y no, no es necesario haber escuchado a SFA o a Gruff para disfrutarlo. Es más: la película es una gran oportunidad de descubrir a este artista preocupado por sus raíces.
Seudocumental psicodélico acerca de Gruff Rhys, vos cantante de una reconocida banda de rock galesa que busca a un primo lejano que hace música galesa clásica en tono gauchesco en la Patagonia. La supuesta historia, es que por culpa de una apuesta en una carrera de caballos a mediados del Siglo XIX, la familia se dividió y el lado ganador (y asesino) emigró y formó una comunidad galesa en medio de Trelew. Rhys, viaja (o mejor dicho se teletransporta) de Gales a sudamérica, bajando de Brasil a Trelew para encontrar (o no) a su “primo”.
El tono que el protagonista y Goch le imprimen a la película es de una especie de punk rock psicodélico flower power de fines de los ’60. Hay mucha estética pop y escenas divertidamente bizarras.
El problema es que a los 40 minutos esta estética se agota y el documental cae en el convencionalismo de entrevista frente a cámara solamente. Aun así, es rescatable el espíritu libre del protagonista, casi improvisado, las recreaciones son geniales, la música sublime y el final, muy simpático.