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CRÍTICAS - CINE

Un Zoológico en Casa (We Bought a Zoo)

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Un Zoológico en Casa (We Bought A Zoo, EE. UU., 2011)


Dirección: Cameron Crowe. Guión: Aline Brosh McKenna y Cameron Crowe, basado en la novela de Benjamin Mee. Producción: Cameron Crowe, Julie Yorn. Elenco: Matt Damon, Scarlett Johansson, Thomas Haden Church, Colin Ford, Maggie Elizabeth Jones, Angus Macfadyen, Elle Fanning, Patrick Fugit, John Michael Higgins. Distribuidora: Fox. Duración: 124 minutos.


Cuando los grandes directores están varios años sin filmar, el público que los idolatra nunca deja de extrañarlos y los espera con ansias. Tal es el caso de Cameron Crowe. Este año regresó por partida doble: primero, Pearl Jam Twenty, documental sobre la mítica banda de Seattle, y ahora, su nueva obra de ficción: Un Zoológico en Casa.

El periodista Benjamin Mee (Matt Damon) está pasando un mal momento. Su esposa murió recientemente, debe criar dos hijos (el varón está en plena adolescencia y vive enojado) y ya no lo respetan en el trabajo. Entonces decide hacer un cambio radical de vida: renuncia a la empresa y se muda a un lugar más tranquilo, lejos de la ciudad y de los recuerdos tristes. Pero redefine la expresión “cambio de aire” al comprar un zoológico semiabandonado, con animales y cuidadores en condiciones precarias. Lejos de esquivar el desafío, Benjamín se propone reflotar el lugar. Una tarea nada sencilla, como tampoco lo será llevar adelante a su familia y superar el dolor.


Al igual que en el resto de su filmografía, empezando por Digan lo que Quieran (título argentino de Say Anything), Crowe vuelve a contar una historia acerca de personajes que se la juegan enteros por lo que sienten, sin importar las consecuencias. Son luchadores dispuestos a empezar de nuevo, a pesar de las dificultades. Gente que se tira al mar y aprende a nadar contra la corriente. Benjamín Mee es como un Jerry Maguire que debe ganarse la confianza de tigres, osos y otras fieras. Y se dedica y se equivoca y vuelve a intentar y de a poco lo va logrando. La pelea día a día.


Cameron C. —quien está vez se basó en una novela autobiográfica del verdadero Benjamin Mee— nos recuerda que sabe manejar ese género tan difícil y delicado que es la comedia dramática. Es uno de los maestros mundiales en ese terreno, junto con James L. Brooks y Juan José Campanella (y se podría añadir a Alexander Payne). Esa maestría queda patente en las escenas de Benjamin con sus hijos: uno puede pasar de la risa al llanto en unos segundos. También está su envidiable manejo de las situaciones románticas, que resultan de una naturalidad y de una ternura que no muchos directores consiguen imprimir en sus films. En este caso, el interés romántico de Benjamin es Kelly Foster, la cuidadora interpretada por Scarlett Johansson.


Y ya que entramos en el terreno actoral, no sólo Damon y la hermosa rubia están muy bien en sus papeles: el elenco secundario también inspira respeto. Colin Ford y Maggie Elizabeth Jones, en el rol de los hijos, son dos grande revelaciones. Thomas Haden Church por fin es tan genialmente aprovechado como en Entre Copas, que le valió una nominación al Oscar. Elle Fanning no deja dudas de que es la joven actriz más promisoria de Estados Unidos. Patrick Fugit retorna al cine de Crowe, ya que fue William “The Enemy” Miller, el alter ego del director, en Casi Famosos. Los personajes de Angus Macfadyen (un escocés alcohólico pero bonachón) y del inefable John Michael Higgins (un inspector demasiado estricto) están algo sobreactuados, pero no desentonan y sacan varias sonrisas.


Un párrafo aparte merece la banda sonora, elemento crucial en las películas del realizador (Ya ni hace falta mencionar sus comienzos periodísticos en la revista Rolling Stone). La música original ya no está a cargo de Nancy Wilson, su esposa y otrora guitarrista de Heart, sino de Jónsi. El trabajo del vocalista de Sigur Rós transmite ternura, calidez, esperanza. El complemento ideal para las imágenes. Además, como siempre, el soundtrack se completa que hits clásicos, como “Cinnamon Girls”, de Neil Young, y Hunger Strike”, de Temple of The Dog, proyecto de los ’90 conformado por los mencionados Pearl Jam y Soundgarden, dos de las más importantes bandas del movimiento grunge.


Sin llegar a los niveles de genialidad de Casi Famosos (su obra cumbre), Cameron Crowe logra con Un Zoológico en Casa una película cien por ciento suya. Una obra para reír, llorar, enamorarse y, sobre todo, para creer que todo se puede si se es fiel a uno mismo. Como Benjamín le dice a su hijo en una escena: “Sólo necesitas veinte minutos de loca valentía, y te prometo que algo grandioso saldrá de eso”.


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¡Compramos un zoológico!

Cameron Crowe, a pesar de su escasa filmografía, es uno de los realizadores más destacados que surgieron en el cine estadounidense en los últimos veinte años, quién produjo un quiebre en su carrera con Jerry Maguire, una lograda comedia que recibió cinco nominaciones a los premios Oscar.

Crowe, que ya de adolescente escribía artículos de rock para la reconocida revista Rolling Stone, se consagraría en el 2000 con Casi Famosos, su obra culmine en dónde en tono autobiográfico narraba las desventuras de un joven que cubría la gira de una emergente banda en la década de 1970.

Luego de realizar Vainilla Sky (remake de Abre los Ojos de Alejandro Amenábar) y Todo Sucede en Elizabethtown; seis años más tarde, tras la realización de distintos documentales relacionados a la música, volverá a dirigir un largometraje de ficción. En este caso la nueva propuesta es Un Zoológico en Casa, una divertida comedia familiar en dónde Benjamin (interpretado por Matt Damon) tiene que superar la muerte de su joven esposa y contener a Rosie (Maggie Elizabeth Jones) y Dylan (Colin Ford), sus pequeños hijos de 7 y 14 años respectivamente.

El hilo narrativo del film, que está basado en hechos reales, se construye a través del deseo de fuga de Benjamin al querer escapar de la vida y los lugares cotidianos que le hacen recordar a su difunta mujer. Para esto renuncia a su cargo de periodista y se muda junto a sus hijos al campo. La cuestión es que su vida cambiará al irse a vivir a un zoológico en deterioro, el cual dirigido por Kelly (Scarlett Johansson) encontrará en su nuevo dueño una esperanza para poder renacer y abrir sus puertas al público nuevamente.

Se puede decir que a pesar de que Un Zoológico en Casa sea el film más comercial de Crowe, el escritor del mítico libro Conversaciones con Billy Wilder logra mantener una visión personal, desde el eterno conflicto temático de sus obras entre la relación padres-hijos hasta la excelente selección musical que en este caso esta compuesta en su mayoría por Jón “Jónsi” Þór Birgisson, el cantante de la gran banda islandesa Sigur Rós. Resulta muy destacado como a través de cada bello y melancólico acorde y la conjunción de éstos con las imágenes se produce un clima de un encanto extremo a lo largo de la película.

Por último, se le pueden cuestionar algunas cursilerías como el exceso de sentimentalismo que podría haber sido acotado en lo que respecta lo visualmente perceptible; aunque de todas maneras Un Zoológico en Casa es una agradable comedia para toda la familia, la cual entretiene y sigue demostrando que a pesar de no estar al nivel de las mejores películas de Crowe, lo confirma como un muy buen relator de historias.

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Por Tomás Maito

Cursilería al Palo

Lo voy a decir sin tapujos. Si hay un director que considero sobrevaloradísimos en el cine contemporáneo, ese es Cameron Crowe. Sigo sin entender que le ven a Jerry Maguire. Película aburrida, monótona, interminable, con pésimas interpretaciones (solo se salva Bonnie Hunt en mi humilde opinión). No me gusta el guión, me parece cursi, demasiado sentimental, y que finalmente no hace más que confirmar que la única manera de ser feliz es tener dinero y estar con una rubia de ojos claros. ¡El sueño americano es posible en las películas de Cameron Crowe!

Varias veces intenté ver completa Casi Famosos, pero siempre me aburrió. Vanilla Sky es una pésima adaptación de la película más pretenciosa, pero a la vez más original de Amenabar, y Todo sucede en Elizabethtown es un producto sentimentaloide y cursi… demasiado cursi…

Es que todo pasa por ahí en el cine de Crowe. La cursilería y el sentimentalismo barato son sus herramientas para narrar. No critico su labor periodística porque su libro con Billy Wilder, es soberbio, y tampoco puedo opinar sobre sus rockumentales, pero en el terreno de la ficción, odio soberanamente a Cameron Crowe.

Por eso es que me enoja tanto tener que admitir que Un Zoológico en Casa, con todo eso y falta de imaginación visual, que a pesar de apelar a estereotipos, clisés y lugares comunes, es una película que funciona narrativamente y especialmente interpretativamente.

¿Por qué Crowe eligió tan sólido elenco y a un director de fotografía tan talentoso como Rodrigo Prieto?

Crowe busca constantemente el efecto, provocar que el espectador sienta ternura, cariño y compasión (lo que el personaje no quiere) de las formas más pornográficamente cursis posibles. La hija del protagonista, Maggie Elizabeth Jones, es el descubrimiento infantil del año. Crowe está enamorado de ella, se compra al público desde la primera escena con su sonrisa y honestidad. Pero lo peor, es que actúa como una veterana: tiene presencia, es verosimil.

Genera empatía la relación con los animales, una metáfora obvia de la que tiene Benjamin Mee, el protagonista, con sus co relativos. El simbolismo es demasiado claro, pero no apela al golpe bajo, ni muestra el sufrimiento, sino agrega elipsis que cuentan absolutamente todo, sin llegar al extremo del romanticismo, ni ponerse moroso con los flashbacks sensibles. Los recuerdos del personaje con su difunta esposa no son explícitos. Toca el tema con “delicadeza” y suficiente sutileza para provocar la lágrima con diálogos interminables y repetidos con su hijo, pero también con inteligencia para esquivar el dramatismo de la situación.

Como odio tener que decir que la obra, a pesar de que empieza a redondearse una hora antes de que termine, (las subtramas dramáticas y los conflictos que debe superar Matt Damon, se empiezan a definir casi 55 minutos antes de los créditos finales, con música grandilocuente y planos que cierran sobre los rostros de los personajes), no aburre y fluye narrativamente. Crowe mejoró su timing para narrar.

En las interpretaciones del elenco adulto también hay credibilidad. Damon ya no es el muchacho rebelde. El rol de padre lo tiene mejor calado que Brad Pitt, y Scarlett Johansson sigue siendo seductora por su personalidad e inteligencia, características que había perdido después de sus dos trabajos con Woody Allen. Se puede decir, que ambos son definitivamente maduros, y Crowe no se regodea en la subtrama romántica que se genera alrededor, sino que aporta suficiente al argumento principal para no tapar la meta del protagonista: superar el fallecimiento de la mujer. Eso no significa volver a enamorarse, sino simplemente pasar el duelo y el dolor, seguir adelante con su vida. El mismo mensaje de Elizabethtown básicamente. El director mantiene una línea autoral marcada, con respecto a temática y protagonistas (igual que en Casi Famosos, tenemos a un periodista como principal, lo que hizo él mismo durante varios años, lo que cuál hace pensar en una identificación con Benjamin Mee).

Los intérpretes secundarios también son de lujo. No importa cuantas veces veamos a Thomas Haden Church, repetir al amable gruñón de la serie Ned and Stacey o Entre Copas, siempre es divertido tenerlo en el rol, que personifica con tanta verosimilitud. O Angus Mc Fayden y su estereotipado escocés borracho, que funciona gracias a la expresividad y la gracia clownesca que el actor no trata de esconder. También aparece Patrick Fugit, bastante más grande que en Casi… Y por último, párrafo aparte para John Michael Higgins, el villano favorito de las sitcoms, que nuevamente, gracias a la economía expresiva es odioso y divertido al mismo tiempo con sutileza.

Igualmente, no por estar rodeado de un elenco funcional a la historia, la película me termina de gustar. Sí, la relación padre e hijo, me parece la más profunda y mejor desarrollada, pero la forma en que se desenvuelve está muy vista, y es demasiado previsible la manera en el protagonista va a buscar la reconciliación.

Y ahí está lo peor del film: es muy predecible como Crowe va a utilizar todos los objetos que tiene a su alcance o que va tirando durante el desarrollo del film para atar el nudo de cada impedimento que se le cruza al personaje por delante. Más allá de sus diálogos obvios, el guión no tiene fisuras.

No me gusta la forma en la que el director confirma que el sueño americano es posible en el cine, pero esta vez debo admitir, que Cameron Crowe hizo los deberes para poder redondear un film cursi y sentimentaloide al palo, pero también agradable y digerible.

Al menos terminamos el año con una sonrisa. Esta vez, te la perdono, Cameron, pero la próxima no voy a ser tan amable.

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Por Rodolfo Weisskirch

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