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FESTIVALES

15º BARS – Día 11

Domingo 9 de noviembre. Luego de más de una semana a puro cine que casi no tiene lugar en otros circuitos, el Buenos Aires Rojo Sangre llegó a su fin.

Pero horas antes de la entrega de premios (una vez más, realizada en el Auditorio Radio Nacional Rock) y de la fiesta de clausura (en la discoteca Réquiem), ocurrió un hecho lamentable. Los muchachos de la productora independiente Toronja -caracterizada por sus desopilantes creaciones para la web, además de festivales y fiestas temáticas- sufrieron el robo de sus equipos de cámara y sonido. El episodio se produjo en el hall de la sede principal del Mutiplex Lavalle, durante un momento de gentío, pero eso no evitó que las cámaras de seguridad del complejo captaran a los ladrones en pleno acto delictivo. Los responsables de Toronja –muy queridos en el ambiente- se tomaron el asunto con humor y aseguraron que este episodio no arruinó otra gran edición del festival. Y para juntar dinero que les permita comprar equipo nuevo, el lunes 24 de noviembre harán una fiesta en el Salón del Palacio San José (Azcuénaga 158, Once), de 21 a 23 hs., con la proyección de una película sorpresa. La entrada mínima será de $10.

Una prueba de que ningún mal momento pudo contra el BARS. Un festival que, tras quince años de existencia, no deja de crecer.

Ahora, a esperar la próxima edición.

The Canal (Irlanda, 2014)

Dos de los elementos centrales de The Canal conforman el binomio gastadísimo casa embrujada / asesino demente. Pero no importa compañeros, los temas son pocos, lo fundamental es cómo se los pone en escena. Y la habilidad del director Ivan Kavangh es inocularnos su pútrida historia a través de un juego de sordidez visual con ambientes filolyncheanos y lo más directo del nuevo horror espectral. En The Canal está casi todo: el tan de moda horror psicológico donde se busca una resolución racional de un conflicto sobrenatural a través de la irracionalidad de un protagonista, un poco de found footage (esta vez no a través de la puesta en escena sino como pieza de la trama), influencia de las tantas películas con casas malditas producto de un hecho pasado y pizcas de J-horror. El collage deforme es llevado con economía narrativa pero con tranquilidad, ni embole monocorde ni planos acelerados. David -un papelazo de Rupert Evans, el John Myers de Hellboy– es un tío que se muda a una nueva casa con su mujer e hijo y descubre que allí había ocurrido un asesinato; clichés hasta en la sopa que se contradicen con lo lisérgico de la composición de algunos planos que aportan frescura al género y nos van llevando atentos por este brote psicótico de hora y media. Otro punto alto de la competencia internacional.

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