Martes 17 de noviembre.
Leyendas ancestrales, asesinos misteriosos, mundos apocalípticos, tripas fuera del cuerpo… son algunos de los elementos que pueblan la 16ª edición del BARS. Y en esta jornada, también payasos y malabaristas propios del averno: el Auditorio de la Radio Nacional fue poblado por los responsables principales de Circo del Horror, quienes hablaron sobre la historia y el presente de esta iniciativa que cautiva a un público cada vez más numeroso y valiente.
Condado Macabro, de André de Campos Mello y Marcos DeBrito (Brasil 2015 – Competencia Iberoamericana), por Ernesto Gerez
La eterna premisa de los jóvenes que buscan sexo, drogas y rock and roll, y se encuentran con uno o más desquiciados que ponen fin a la demanda de libertinaje. Acá la cara del conservadurismo game over para la felicidad joven se la disputarán entre un payaso roñoso que no sabe contar chistes y dos subnormales que viven en una granja. Con La Masacre de Texas como manual de estilo, y un Leatherface que fala portugués como punta de lanza, este slasher paulista es otro exponente de la vuelta a las raíces de mucho horror de diversas latitudes en al menos los últimos dos años. Con un falso found exprimido al mango (aunque resucitado por Shyamalan), y con los juegos intertextuales agotados ante, hasta el momento, su máxima representación en aquella gloria hecha horror que es La Cabaña del Terror, hay un revival mundial del slasher. Enhorabuena, compañeros, porque no sólo de asesinos se trata esta recuperación, sino del estilo de las historias directas (con un clasicismo laxo que no depende de vueltas de tuerca, aunque las haya) y de la estética del género de los ‘70 y ‘80; con el agregado del vale todo, en lo referido a antagonistas y contextos, que propicia el desborde creativo. Condado Macabro se articula alrededor de los flashbacks del relato oral de un payaso que es detenido por una matanza; la nostalgia por el fílmico no se introduce de la mejor manera (unos efectos medio pedorros de supuestos fotogramas quemados, fuera de foco o en salto puestos de manera rítmica) y la duración se hace larga (inentendible que las películas duren más de los clásicos y clasicistas 90 minutos), pero de todas formas y paradójicamente –teniendo en cuenta la explotación de lugares comunes y el tipo de recuperación- la película aporta frescura y pone de manifiesto el crecimiento del género a nivel regional.
Reencarna (Perros, Karma y Balas), de Marcelo Leguiza (Argentina, 2015 – Competencia Iberoamericana), por Matías Orta
Cuando se habla de cine punk independiente (muy independiente), pero con una imaginación rabiosa, resulta imposible eludir el nombre de la productora Mutazion Cine. Reencarna (Perros, Karma y Balas), su sexto largometraje, sin duda debería ocupar un lugar destacado en la conversación.
Luego de sufrir un disparo, Ciro llega al baño de un bar. Allí debe realizar la entrega de un misterioso botín. Un botín que resulta ser codiciado por una serie de personajes que no dejarán de perseguir al muchacho en aquel espacio reducido. Y no sólo eso: de manera repentina y salvaje, Ciro irá cambiando de personalidad (llegando incluso a la forma de mujer), en un vórtice repleto de locura y violencia extrema.
Estética ciberpunk (filmada en blanco y negro), surrealismo, un montaje acorde con el frenesí de la propuesta e influencias del escritor William Burroughs integran un combo en el que Marcelo Leguiza vuelve a desafiar al espectador. Si bien la acción sucede mayormente en el baño de un extraño bar dentro de una ciudad que también parece extraña, allí suceden las situaciones más estrafalarias, como la presencia de monjas mafiosas, tiroteos y máquinas con curiosas finalidades.
Una nueva experiencia lisérgica de Mutazion, que jamás descuida su impronta de film noir.