(Alemania, Dinamarca, 1921/2016)
Dirección: Friedrich Wilhelm Murnau. Guion: HarrietBloch, Carl Mayer. Elenco: Olaf Fonss, Erna Morena, Gudrun Brunn, ConradVeidt. Producción: Sascha Goron. Duración: 69 minutos.
El camino hacia la noche (1921) relata cómo se trunca el compromiso entre el doctor Eigil Borne (Olaf Fonss) yHélène (Erna Morena), una joven que está locamente enamorada de él. Lily (Gudrun Bruun), una bailarina fogosa del cabaret que los comprometidos visitan una noche, pretende estar lesionada para que el doctor la atienda en su camerino.
Lo que viene después, en una película que no sobrepasa los setenta minutos de duración, incluye temas recurrentes en la filmografía de Murnau, aunque no posea la resonancia de Amanecer (1927) o Nosferatu (1922). Por un lado, los temores iniciales de Hélène. Que un profesional como Eigil no pueda concertar la vida laboral con la vida sentimental se convierte en una realidad trágica pero muy cierta, no alejada de la vida actual.
Por otro, los escarceos amorosos entre Lily y Eigil revelan aspectos vinculados a la franqueza en la relación y al fingimiento de roles efímeros como el de médico-paciente. Escenas como aquella en la cual Lily se obsesiona por compartir más tiempo con él parecen meras distracciones, aunque asoman matices en los intereses de los dos.
Con todo, es la imagen de Der Maler, el artista (Conrad Veidt), la más fascinante de la historia. Su ceguera lo hace, a la vez, un vidente frente a lo creado y un minusválido ante la sociedad. La fisonomía, la corporalidad y el maquillaje de Veidt lo hacen parecer, además, una suerte de vampiro que succiona la vida a quienes lo rodean.
Un detalle no menor, pero sí ínfimo en su tamaño, es la mosca que camina por la silla donde está sentado el doctor al final de la película. Sea un detalle azaroso o un guiño a propósito, la sugerencia de sentidos sobre cómo la muerte ha merodeado este relato es casi un giro macabro que recuerda a Maler, quien terminará renunciando a la visión en pos de su propia sanidad y resignación.
Finalmente, Marcelo Katz musicaliza la película con cierta desconfianza de los silencios característicos en una obra muda. Apelando a la experimentación, el músico rellena las escenas con efectos de sonido como la lluvia, el segundero del reloj, los pasos de ciertos personajes, etc. La repetición de tales usos resulta graciosa como ejercicio momentáneo, pero termina empobreciendo las intenciones iniciales. Como si no fuera posible que el silencio también enriquezca la música. O quizá tenga que ver con la falta de costumbre de este servidor con la musicalización de las películas mudas.
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2018 | @EElechiguerra
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