“¿Por qué hay tantas películas sobre gente?” se pregunta la protagonista de Lost in Face al expresar su predilección por el cine de ciencia ficción y particularmente por los films de “aliens reptilianos” o en torno a personajes con máscaras como Darth Vader: “son más fáciles de reconocer, la trama es más fácil de seguir”. Carlotta no es crítica de cine; ella es y fue muchas cosas —desde camionera y cuidadora de caballos hasta proyeccionista, dibujante y cineasta amateur—, pero el documental de Valentin Riedl no hace más que encasillarla en un solo papel: el de portadora de una extraña condición.
Carlotta padece de un grado extremo de prosopagnosia o “ceguera facial”, un trastorno que —según la información provista por el film— afecta al 1% de la población mundial. Teniendo en cuenta semejante cifra es verdaderamente sorprendente que existan escasos films al respecto (una búsqueda rápida en Google apenas nos devuelve un thriller con Milla Jovovich, una serie de televisión surcoreana y varios cortometrajes, no mucho más). Similarmente, también es curioso que quien dirige Lost in Face no es un director per se, sino un “médico y neurocientífico abocado al estudio de la complejidad del cerebro humano” con un par de cortos en su haber. Sin embargo, a diferencia del limitado corpus de películas en torno a la prosopagnosia, tras ver la ópera prima de Riedl uno difícilmente se sorprenda al descubrir su verdadera profesión: la frialdad con la que aborda al personaje de Carlotta, la condescendencia con la que se dirige a ella y la distancia con que la retrata no son las formas de un documentalista empático que intenta comprender y establecer un vínculo con su sujeto, sino las de un científico analizando un caso de laboratorio y retratándolo para la posteridad o para la próxima convención anual de neurociencia.
Como si ello fuera poco, Riedl exhibe escasas ideas visuales a la hora de abordar su objeto de estudio. Una de ellas es la de ocultar su rostro, algo que hace en el primer plano del film (un plano cerrado fuera de foco que pretende imitar cómo Carlotta ve a las personas) y en otras tantas ocasiones en las que lo recorta del encuadre, lo retrata desde atrás o lo entierra en las sombras. La otra idea visual recurrente de Lost in Face consta de una serie de animaciones de trazo cuidado y lograda ejecución que separan y acompañan los relatos de la protagonista. No obstante, mientras que la primera de estas ideas se agota rápidamente, la segunda no sólo nos distancia de la diégesis, sino que además, en su intento por ilustrar el testimonio de Carlotta, muchas veces acaba exagerándolo, de manera tal que sus dichos, los de una persona afligida que escogió aislarse para no sufrir, acaban volviéndose los de una persona misántropa y marginada que merece nuestra pena.
Afortunadamente, Lost in Face es un film extraordinario: no gracias a su premisa ni al insólito trastorno de su protagonista, sino precisamente gracias a la silenciosa pero efectiva sublevación de esta última. Negada a ocupar el lugar de un conejillo de indias y a someterse al tratamiento del novel realizador, Carlotta afirma, reafirma y confirma que la vida es mucho más que reconocer rostros; ella ha naturalizado su trastorno hace tiempo (hasta lo compara con liviandad con el Alzheimer), lo que desarticula varios de los intentos de Riedl por señalar su extrañeza. De hecho, a lo largo del film, Carlotta da cuenta de una vida llena de experiencias y de un mundo creativo de apariencia insondable: durante años se ha entretenido leyendo cientos de libros, elaborando artesanías, remodelando un barco, pintando más de mil autorretratos, escribiendo un diario de sueños y hasta grabando una infinidad de cortometrajes caseros, escenas de su vida cotidiana que rodó religiosamente de forma diaria durante más de un lustro. Pero al doctor-cineasta poco le interesa la luz que su paciente-sujeto irradia; en cambio, su visión de Carlotta es la de una mujer sufrida, por más que ella demuestre lo contrario. En consecuencia, además de las animaciones fuera de tono, Lost in Face también incluye múltiples instancias en las que Riedl se empeña en humillar a la protagonista: ahondando en los traumas de su pasado, subestimándola y ofreciéndole la explicación más infantil posible de su trastorno (a la cual ella responde con un irónico “Genial”) y hasta solicitándole, como si se tratara de un experimento, que dibuje un retrato de su rostro.
“Lo que más le interesa al humano son los otros seres humanos” sostiene Carlotta en una escena, pero a lo largo de Lost in Face —y particularmente en ese pedido narcisista del final— el director parece desmentirla. Incapaz de colocarse en el lugar de su sujeto, de escuchar la inusitada sabiduría de sus palabras (en la escena de la muerte del caballo, por ejemplo) y de apreciar su talento creativo y vasta curiosidad artística (sus sueños y cortos caseros son mucho más elocuentes que buena parte del film que habitan), Riedl debería estarle agradecido a Carlotta. Si no fuera por ella, por su encanto y aguda visión, no de los rostros sino del mundo, Lost in Face carecería de vida, de esa humanidad que ella le imprime y que el médico-director no supo identificar. En el futuro, probablemente tenga más suerte con un estetoscopio que con una cámara.
© Joaquín Chazarreta, 2020 | @JMChazarreta
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(Alemania, 2020)
Dirección: Valentin Riedl. Guion: Valentin Riedl, Frédéric Schuld. Duración: 81 minutos.