EL DOLOR DE LOS FILIPPELLIS
“No puedo imaginarme la espera de nada, y sin embargo no hago otra cosa que esperar”, dice el protagonista de No va más, cuyo aspecto físico se corresponde con el del cineasta Rafael Filippelli. Si el personaje fuera “el verdadero” Rafael Filippelli la afirmación sería rara, ya que la espera es uno de los temas centrales en su obra. Digamos entonces que el protagonista de No va más es un Filippelli imaginario, posible, temido tal vez por Rafael Filippelli. Eso, a pesar de que el título, teñido de un dramatismo terminal, quiere hacer pensar en un film confesional, en el que el realizador se pondría a sí mismo en escena “tal como es” ahora, a los 82 años (un par de años menos en el momento del rodaje, teniendo en cuenta que originalmente la película estaba pensada para clausurar la versión 2020 del Bafici, la que no pudo hacerse por la pandemia). Pero el Filippelli de No va más no es un Filippelli transparente, es obvio que actúa. Actúa a otro Filippelli. Un Filippelli que se parecerá más o menos a él. Imposible saberlo.
Es tan poco confesional No va más que ni siquiera es un autodocumental o una autoficción. Por más que la propia página del Bafici la consigne como dirigida por Filippelli, los títulos finales son claros: “Dirección: Rafael Filippelli, Marina Califano y Hernán Hevia”. Ni siquiera el guion es de él: lo escribieron Beatriz Sarlo, David Oubiña y Hevia. Si ningún autodocumental permite saber cuánto coincide el lugar de la enunciación con el sujeto enunciado, en este caso es más verificable que en ningún otro que no coinciden. Al personaje no se lo nombra jamás como Filippelli. Es más: hay un juego con la identidad del personaje que consiste en que tres veces atienda el teléfono y las tres diga “Sí, soy yo, quién va a ser”. ¿Pero quién es “yo”? El protagonista de No va más está solo (¿como en un tango?), encerrado en su departamento de Caballito, sin una actividad concreta para hacer y padeciendo síntomas de senilidad. De acuerdo a lo que puede verse, está solo en su departamento y en el mundo: no hay signos de que mantenga ninguna relación personal significativa. Lo más parecido a eso es una conversación telefónica que tiene con la que parecería ser su ex pareja, a la que le cuenta que está pensando en hacer un viajecito a Europa, a España, “como los que solíamos hacer”.
Por lo demás, el hombre está aislado en su bunker de Caballito. El encierro es tal que no se lo ve en ningún ambiente que no sean el living o la cocina. Cuando sale de allí la cámara no lo sigue. Un par de veces sale al balcón (que está en cuadro), una de ellas mira hacia afuera. Pero no da la sensación de mirar nada en particular. Cada tanto le tiran el diario (La Nación) por debajo de la puerta. No siempre: “lo traen cuando quieren”. ¿Con quién habla el personaje? Tal vez consigo mismo, tal vez con la cámara (en ningún momento se muestran los medios mecánicos de producción fílmica, la puesta en escena es tan clásica y transparente como todas las películas de Filippelli). No hay ninguna indicación de que el hombre se dedique o se haya dedicado al cine. Ni a ninguna otra cosa. Sí nos informa que le gustan el tango y el jazz, que se dedica a releer los libros que alguna vez leyó (el único que relee en cámara es Literatura y arte, de Jean-Paul Sartre), que de chico jugaba al fútbol y de más grande al rugby. Un rugbier petiso. Raro, pero que los hay los hay. Cuando cuenta que jugaba al rugby la puesta incurre en uno de sus dos momentos teatrales, con Filippelli (el actor) “haciendo” que tira una pelota imaginaria. En ese momento No va más se parece a un unipersonal.
El resto del tiempo el actor es teatral. La puesta no. Filippelli actúa para la cámara: se prepara un trago con estudiada morosidad (la escena es como una reducción de la escena de El ausente en la que protagonista se hacía un bife a la criolla, mientras esperaba la llegada de la muerte; pensándolo bien, No va más se parece a El ausente más de lo que creíamos), hace gestos en el aire, recita ostensiblemente algún soliloquio. Y lee fragmentos del guion, o de lo que los guionistas escribieron para él. “No sé qué quiso decir David con esto”, rumia en un momento, en obvia referencia a David Oubiña, uno de los guionistas. La cámara, llevada por Agustín Mendilaharzu, camarógrafo de cabecera de Mariano Llinás (Llinás es uno de los tres productores ejecutivos junto con Rodrigo Moreno y Juan Villegas, discípulos los tres de Filippelli) no se hace cargo del dramatismo de la situación: se mantiene bien sostenida sobre su trípode, eventualmente panea a través del ambiente (movimiento tal vez innecesario), fluye con suavidad.
Se trate o no del “verdadero” Filippelli, la puesta en escena transmite verdad, incluso con sus deliberadas referencias a la condición de representación. El dolor del personaje, la pérdida de la memoria, la soledad, la desorientación ante el avance de la senilidad, se sienten verdaderos. Por lo tanto lo son. Salvo el segundo y más grueso momento teatral, estentóreamente falso, que es cuando Filippelli finge llorar. Los planos finales son los únicos filmados no desde el lugar del personaje sino desde “el lugar del mundo”. El lugar de lo real: la noche, las calles, los autos, el edificio y el departamento vistos desde afuera. ¿Una despedida, un modo de tomar distancia del personaje, un recordatorio de que lo real sigue estando allá afuera? Los planos que valen la pena suelen ser misteriosos, ambiguos, nunca explícitos o unívocos. A mi gusto junto con El ausente y Retrato de Juan José Saer, No va más es una de las mejores películas de Filippelli. O de Filippelli & amigos, en este caso: parece ser que el “verdadero” Filippelli está más acompañado que el de la ficción.
Dirección: Rafael Filippelli, Marina Califano, Hernán Hevia. Guion: Beatriz Sarlo, David Oubiña, Hernán Hevia. Producción: Mariano Llinás, Rodrigo Moreno, Juan Villegas. Duración: 63 minutos.