La historia del mundo en ocho minutos. Eso nos propone Ópera.
Obviamente, no es la historia tal como aparece en los libros. Es una abstracción, un catálogo de las injusticias, los fanatismos, las guerras, las convenciones sociales, las religiones, los racismos, los sistemas educativos, los desperdicios, las actividades económicas y otros temas que se reiteran en todas las épocas y países del mundo.
Erick Oh y su equipo de animadores resumen estos temas en pequeñas escenas dispuestas en una compleja composición piramidal. El efecto es parecido al corte transversal de un rascacielos. Cada piso y habitación encierra una escena, con sus personajes y su rol en el mecanismo general. La cámara recorre la pirámide desde la cima hasta la base, mostrando su funcionamiento y descomposición.
El diseño de los personajes es igualmente abstracto. Son pequeños maniquíes, la mayoría con cuerpos vestidos de negro y cabezas blancas sin rasgos faciales, que cumplen acciones arquetípicas.
En un piso vemos un casamiento tras otro, una línea de producción matrimonial. Luego cada pareja sin atributos tiene un hijo o una hija. Si la cabeza del bebé es blanca, el recién nacido asciende a los niveles superiores de la pirámide. Si es de otro color –azul, rojo o verde– entonces desciende para que le pinten la cabeza blanca y lo envíen a la escuela, desde la primara hasta la facultad. Cada maniquí sube o baja de piso usando escaleras o rampas.
Hay docenas de estas microhistorias en la pirámide animada de Ópera. Hay cárceles, altares, velorios, salas de tortura, fábricas y oficinas. Y como el corte transversal se muestra en una sola toma, todas las situaciones, con sus centenares de personajes, ocurren al mismo tiempo. El cortometraje está hecho para que lo veamos varias veces. Dura ocho minutos, pero esconde más narrativa que una película de dos horas.
A pesar de su complejidad audiovisual, la moraleja de Ópera es casi insultantemente simple: la violencia humana es cíclica, repetitiva e interminable. De todos modos, sería injusto reducir el cortometraje a su moraleja. La ejecución del mensaje es más interesante que el mensaje en sí.
Erick Oh inició el proyecto en 2017, cuando Donald Trump asumió como presidente de Estados Unidos y Park Geun-hye, la presidenta de Corea del Sur, se vio envuelta en un juicio político (que llevaría a su destitución). La pirámide de Oh, quien se crió en Corea del Sur y estudió cine en California, es una respuesta al caos político que entonces reinaba en ambos países.
Al ser un proyecto independiente, confeccionado durante los fines de semana por menos de veinte artistas, el resultado final demoró cuatro años. Pero la situación global no mejoró demasiado desde el 2017. (De hecho, pandemia mediante, hasta empeoró). Así que Ópera mantuvo su relevancia.
Sin embargo, como dije antes, la moraleja no es lo atractivo del cortometraje. Su ejecución es más valiosa que las intenciones explícitas del director.
Ópera puede abordarse como una narración no-lineal. Nos presenta un bucle, cuyo final es también su inicio, al estilo del “Finnegans Wake” de James Joyce. Pero además, por la exuberancia de sus tramas simultáneas, por la inabarcable cantidad de personajes que hormiguean por los pasillos de la pirámide, el cortometraje le permite a cada espectador armar su propio recorrido visual. Podemos detenernos en ciertos detalles e ignorar otros. De hecho, tenemos que hacerlo: es imposible captar todo de una.
La referencia visual más obvia es la tradición del wimmelbilderbuch, nacida en Alemania a mediados del siglo veinte con las ilustraciones infantiles de Hans Jürgen Press. Estas mostraban escenas desde lejos, como un mercado o la escena de un crimen. Y el juego, para cada lector y lectora, consistía en buscar personajes, objetos, pistas y otros secretos ocultos en los dibujos. Este género se expandió por el mundo y el ejemplo más conocido es, en realidad, británico: ¿Dónde está Wally? del inglés Martin Handford.
Mucho antes del wimmelbilderbuch para niños y niñas, ciertos pintores flamencos de los siglos XV y XVI ya habían inaugurado el concepto. El Bosco y Pieter Brueghel el Viejo se hicieron famosos por sus panorámicas de hombres y mujeres, sufrimientos y maldades, muertes y demonios, rituales y escenas urbanas. En sus obras hay una intención enciclopédica de abarcar la variedad de la experiencia humana. Pero también hay humor, hay un pulso lúdico.
En su pintura “Juegos de niño”, Brueghel nos propone un reto: identificar todos los juegos incluidos en su enjambrada composición. Por la calle principal de un pueblo, se lleva a cabo una infinidad de actividades, deportes y travesuras. No es una escena realista; es una lista hecha imagen, un juego en sí mismo.
Todo juego implica participar e interactuar. Hoy los videojuegos nos ofrecen estos verbos de forma literal: participamos e interactuamos a través de un mando o teclado. Pero las pinturas de Brueghel, las ilustraciones de Handford, las películas de Jacques Tati (quizás el mejor exponente cinematográfico de la técnica) y el corto de Erick Oh también ponen en acción estos verbos. Porque sus espectadores pueden elegir dónde mirar y prestar atención. Y al hacerlo, se vuelven parte: de los juegos de Brueghel, de la búsqueda de Wally, de la rebeldía contra la arquitectura moderna en Playtime de Tati, de la civilización de maniquíes en Ópera.
Pero el cine le agrega un elemento particular al wimmelbilderbuch: el tiempo. Una imagen de ¿Dónde está Wally? es estática, mientras que los edificios y salones de Playtime y la pirámide de Ópera están perpetuamente en movimiento. Entonces el juego detectivesco, el acto de mirar y prestar atención, se desarrolla en un contexto de urgencia: como jugadores y jugadoras de Ópera, tenemos que encontrar los pecados, reconocer las actitudes autodestructivas y entender cómo funciona la pirámide infernal antes de que la historia (literalmente) se repita. Es nuestra responsabilidad.
© Guido Pellegrini, 2021 | @beaucine
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(Estados Unidos, Corea del Sur, 2021)
Dirección: Erick Oh. Duración: 9 minutos.