El arte de la manipulación:
Una joven calva se apresta a rasurarse prolijamente el cabello. Esta rutina la realiza cotidianamente pues simula ser enferma de cáncer. Al focalizar su película principalmente desde el punto de vista de la protagonista, los realizadores canadienses Jonah Lewis y Calvin Thomas disipan desde el comienzo toda ambigüedad: Katie miente. La pregunta que instalan entonces en White Lie (2019) es: ¿Qué puede llevar a alguien a fingir una enfermedad, encarnándola en su propio cuerpo? Y aun más: al evitar el argumento del ascenso y caída, introducen el interrogante de hasta dónde, y a qué precio, estará dispuesta Katie a sostener la mentira que ha construido?
Katie (Kacey Rohl) es una estudiante de danza que circula por el campus como una celebridad. Sus compañeros se sacan fotos con ella, le acercan sobres con donaciones de parte de sus familiares y es considerada una heroína en la portada de una revista local. Dado que, pese a su desgraciada enfermedad, dedica su tiempo a campañas para recaudar fondos por causas benéficas, Katie es considerada en su comunidad como un emblema de la bondad y el altruismo. Puertas adentro, sabemos que construye su personaje comiendo poco y tomando pastillas (que le provee su dealer) a fin de lograr la apariencia de enfermiza.
La situación se complica para ella cuando se postula para una beca en una Fundación que patrocina a estudiantes con complicaciones de salud. La institución pide como requisito que presente su historial médico. Fraguar su historia clínica es algo que requiere bastante dinero. Katie, decidida a no abandonar el avatar que se ha construido, se ve sumergida entonces cada vez más en una espiral sin fin de mentiras para tapar las anteriores mentiras. Así, lo que en el momento de la preparatoria fue una “mentira blanca” (hacerse la enferma para faltar al colegio en el contexto del traumático suicidio de su mamá), deviene ahora un delito de estafa, una linea que Katie ha cruzado sin ningún tipo de escrúpulo.
Katie hace usufructo de lo que Freud llamaba el beneficio secundario de la enfermedad: cuidado, amor, manutención. Desde su posición de víctima, tiraniza al otro en la complacencia de sus demandas, poniendo en cuestión su moral y movilizándolo desde la culpa. White Lie da cuenta con acierto de un tipo de personalidad narcisista o psicopática, que toma al otro con un fin puramente instrumental al servicio de alimentar su propio ego. Esta sutil manipulación se hace evidente en el vinculo amoroso entre Katie y su novia Jennifer (Amber Anderson). Con tal que ella permanezca a su lado como sostén de su buena imagen, la protagonista se revela como una gran actriz, capaz de todas las argucias de victimización melodramática posibles, alegando el maltrato por un padre terrible. En el tramo final, con la inversión del punto de vista que recae en Jennifer, somos testigos de la complacencia narcisista de Katie al ser requerida en una entrevista radial por el escándalo de las acusaciones infundadas que ha realizado su padre malvado y cruel.
Los realizadores plasman la personalidad de Katie mediante el uso de la luz, transcurriendo mayormente la película en entornos opacos o de nocturnidad; y asimismo mediante el uso del color de su vestimenta , que varia entre el blanco y el negro según se trate de la imagen que proyecta en público o de aquella que permanece en las sombras.
El film se sostiene principalmente en la interesante labor interpretativa de Kacey Rohl y en un uso adecuado del suspenso. Avanzando en una lectura más allá de lo estrictamente psicopatológico, White Lie constituye un agudo retrato del fenómeno de época de las personalidades cuyo narcisismo se sostiene en la imagen virtual o mediática, más que en el rasgo simbólico del Ideal. Al mismo tiempo, se propone como reflexión sobre el cínico utilitarismo que fomentan las redes sociales, sobre el fenómeno de las fake news y el linchamiento mediático.
© Carla Leonardi, 2021
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