STAR WARS
Kluge tiene 92 años pero filma como un joven. Parece incluso más joven que el propio Kluge de los 60 y 70, que era bastante severo y poco dado a los juegos y las chanzas. Cosmic Miniatures no se parece al Kluge que más vimos y conocemos, al de los ensayos sesudos dedicados a pensar conflictos del presente a la luz del pasado (de un pasado largo que en sus películas siempre tiene una escala civilizatoria). Kluge piensa hoy otras cosas, y las piensa distinto: se aparta, por ejemplo, de las tensiones que atraviesan Alemania, de las transformaciones políticos, de los preceptos del materialismo histórico. En un arranque de viejo, tal vez, se pone a mirar al cielo, a las estrellas. Pero, como pasa con casi todo, observar los espacios siderales obliga a bajar la vista, a volverla hacia los restos de la vida en la Tierra.
La película mezcla, como en una mesa desordenada, mapas, fórmulas y astrofotografías con grabados, ilustraciones e imágenes creadas con IA. Kluge procede con un método que le es conocido, el de la cruza de campos del saber aparentemente separados. El revuelto devela algo que seguramente siempre supimos: que la ciencia es también, a su manera, ocasión para la poesía, y que sus fundamentos e instrumentos surgieron muchas veces del asombro ante las alturas (o los abismos) de lo insondable. Cosmic Miniatures juega con esos límites y los pone a trabajar para su provecho. Las fórmulas y cálculos matemáticos, lo mismo que las viejas cartografías espaciales, son presentados como documentos de mentes afiebradas que, parapetadas bajo el paraguas de la ciencia, se lanzaron a imaginar las cosas y los seres posibles más allá del alcance de nuestros sentidos.
La mezcla en Kluge funciona mejor cuanto más distante es el origen de los elementos comparados. Acá el dato astrofísico convive con el aforismo, el cálculo matemático con breves relatos de ciencia-ficción sobre viajes y encuentros estelares. Solamente se puede pensar a contrapelo, susurra el director, toda vez que monta una imagen creada por IA con algún software más bien precario, que no disimula las imperfecciones y las incongruencias del prompt, sino que los transforma en causa de asombro, como si esas imágenes extrañas fueran el resultado indescifrable de una máquina que hoy sueña por nosotros.
Un Kluge joven, dijimos, uno que ríe y maniobra atolondradamente, con el apuro del niño ante juguetes nuevos, los materiales disponibles; que se divierte fabricando criaturas galácticas o escenificando pequeñas historias, pero que también baila al ritmo intenso de pistas tecno que acompañan visiones de una humanidad que coloniza planetas, libra guerras espaciales o que se extravía sin remedio en el silencio de las esferas. Como corresponde a una película con una escala tan poco humana, los animales, no los imaginados sino los existentes, tienen momentos protagónicos: el obituario dedicado a Laika, la perra que viajó y murió en el espacio, y el segmento sobre los experimentos para adiestrar gatos en el oficio de pilotos de cohetes, son momentos extraordinarios.
(Alemania, 2024)
Dirección: Alexander Kluge. Duración: 94 minutos.