Viernes 6 de noviembre.
Faltan horas para la finalización del festival, que ya es un gran éxito: superó largamente los 50.000 espectadores, cifra más que entendible teniendo en cuenta que las salas no dejaron de llenarse ni siquiera los días de semana. Hubo más proyecciones, más actividades especiales, más invitados, como Mickey O’Hagan, protagonista de Tangerine, que forma parte de la Competencia Internacional. La actriz estuvo presente en las funciones de lo nuevo de Sean Baker, provocando la admiración de los espectadores.
Sin duda, el 30º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata está culminando a toda orquesta.
Tangerine, de Sean Baker (Estados Unidos, 2015 – Competencia Internacional) Por Enrique D. Fernández
En Tangerine, una fusión de humor y dramatismo se despliegan dentro de un ámbito urbano que se alimenta de variantes marginales, para finalmente alcanzar un realismo artístico certero. Partiendo de un dialogo entre dos prostitutas transgénero (una de ellas se entera que mientras estuvo presa su pareja le fue infiel con una mujer), el aclamado realizador Sean Baker abre un abanico de recursos narrativos y técnicos para diseñar un producto atípico en la escena. La película está totalmente filmada con teléfonos IPhone, y durante la primera mitad Baker dispara una música acelerada y potente, a tono con el ritmo salvaje del desarrollo. Durante la segunda instancia, el director de Starlet apuesta por concentrarse exclusivamente en la introspección de sus personajes (sorprende la personificación del elenco, quienes no son actores profesionales, sino autenticas trabajadoras sexuales). Una comedia colorida, y al mismo tiempo sincera, respecto a las miserias que arrastran los marginados del trabajo sexual y su entorno. Uno de los puntos más altos del festival, y del panorama actual de la cinematografía internacional.
Office, de Johnnie To (China, 2015 – Autores), por Carlos Federico Rey
Office es el ingreso del gran Johnnie To a los caminos de la megalomanía cinematográfica bien entendida, como los grandes directores de la época dorada de Hollywood amplia horizontes genéricos y más allá de ser un maestro indiscutido del genero de acción, cada vez tiene más aceitada su puesta hacia la comedia (recordemos la maravillosa Blind Detective) y en esta nueva película recupera su mirada crítica al capitalismo y su orgia financiera como en Life Without Principale, pero de manera felizmente desbordada, melodramática y musical. To narra de manera veloz, en un lugar sin paredes, sin escenarios, un espacio arrasado de límites donde la cámara viaja frenéticamente mientras los actores nos cantan una historia de traiciones millonarias. El crescendo melodramático explota en el desenlace donde la película produce su máxima expresión cinética, ahí en esa terraza con ese cartel luminoso y ese beso, o ese auto descapotable a toda velocidad con un conductor herido que ya no le importaba su vida, To nos muestra que hay un cine que todavía algunos pocos pueden hacer y convertirnos en personas muy felices.
Sunset Song, de Terence Davies (Gran Bretaña, 2015 – Autores), por C.F.R.
Davies filma la épica, una historia de disolución y de reconstrucción fallida centrada en una joven escocesa y su vida en la campiña a principios del siglo 20. Chris Gutrhrie, heroína en desgracia del libro de Lewis Grassic Gibbon ve como su madre se suicida y mata a sus hermanos menores, como la abandona su hermano mayor, con el que tenía una relación casi incestuosa y queda al cuidado de su déspota padre enfermo. Davies filma toda la conflictiva familiar de manera pausada, mezclando planos cerrados de la casa, claustrofóbicos en espacios pequeños, con amplios planos generales de esa campiña escocesa verde y maravillosa. Chris se casa y hereda el campo de su familia, esta oportunidad de reconstrucción es interrumpida por el llamado al marido a pelear en la guerra contra Alemania, la soledad de Chris es acompañada por el registro de Davies de encuadrarla en esos amplios campos donde vio cómo se desmoronaban sus dos familias, el maestro ingles estiliza la tragedia y construye un pasado demoledor para esta niña apenas mayor a los 20 años de edad pero con la piel de una poderosa sobreviviente.
Toda la Noche, de Tamae Garateguy y Jimena Monteoliva (Argentina, 2015 – Hora Cero), por Matías Orta
El cine slasher nació a fines de los ’70, mayormente gracias a Noche de Brujas, de John Carpenter. Un subgénero de terror en el que un grupo de jóvenes con las hormonas en ebullución comienzan a ser masacrados por un asesino enmascarado. Argentina supo tener exponentes propios y muy curiosos, como Nunca Asistias a este Tipo de Fiestas, de Farsa Producciones. Pero Toda la Noche transita por una dirección aún más extrema.
Jóvenes, atractivos, cultos, sexuales. Algunos de los calificativos que le sientan a los integrantes de este singular colectivo artístico que viaja a una casona en medio del campo con el fin de ejecutar una performance vinculada a la naturaleza… además de improvisar orgías y drogarse como locos. No obstante, ellos serán los ejecutados de a uno por un misterioso individuo con máscara de vaca.
Guadalupe Docampo y Martín Slipak encabezan el reparto de este slasher psicodélico, donde la realidad se confunde con la fantasía más delirante y depravada. Una de las apuestas más fuertes del dúo Garateguy-Monteoliva, quienes venían de explorar un territorio parecido en Mujer Lobo. Aunque sin estar a la altura de ese film, Toda la Noche sigue siendo una experiencia para espíritus fuertes.
Tag, de Sion Sono (Japón, 2015 – Autores), por C.F.R.
Sion Sono nos viene sorprendiendo desde Suicide Club (2001) con su capacidad narrativa para contarnos una historia despojando cualquier pensamiento de verosimilitud o lógica en cuanto a narración tradicional se refiere. En Tag, una adolescente deberá sobrevivir a muertes y desmembramientos que soportan sus compañeras de ómnibus escolar, un ataque con armas automáticas de los profesores del colegio a los alumnos y la muerte persiguiendo a unas maratonistas. Nuestra heroína adolescente cambia de fisionomía y cree vivir en un mundo de pesadillas en este lugar de mujeres luchando contra mujeres. Sono nos hace creer que todo es un juego, pero esta felicidad lúdica se corta cuando la protagonista accede a una salida y se encuentra con hombres. Ahí vemos que Sono no solamente es un divertido tirador de fuegos artificiales, si no que cree con ferviente indignación que los hombres manejan a las mujeres en Japón con un joystick, toda una imagen de sistema machista y patriarcal y resuelve este problema de la mejor manera que sabe hacerlo; con sangre.