GOD(S) AND MONSTERS
Rápidamente vamos a sacarnos de encima la observación obvia, el chiste fácil, y decir que el “dios loco” del título es nada menos que el mismísimo Phil Tippett, el genio barbudo detrás de los efectos especiales de Star Wars, el dueño de uno de los mejores créditos de la historia del cine (“Supervisor de dinosaurios” en Jurassic Park) y la principal fuerza motora detrás de la que probablemente sea la película más creativa y original —visualmente hablando— de esta trigésimo sexta edición del Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata.
Según el legendario animador, Mad God es el resultado de un periodo de gestación de unos treinta años, a lo largo de los cuales él, su equipo y varios estudiantes de animación deseosos de aprender de “el mejor” dieron vida a tres cortometrajes (lanzados en los años 2014, 2015 y 2018) y, finalmente y gracias a una campaña de crowdfunding, al largometraje aquí presentado. Lejos de tratarse de un dato de color, incluyo esta breve contextualización no gratuitamente sino con el objetivo de reparar en el titánico esfuerzo colectivo que atraviesa los 83 minutos de Mad God. Totalmente a contramano de los tiempos estándar de la industria en Hollywood, esas tres décadas de sangre, sudor y lágrimas, ese nivel de compromiso, persistencia y dedicación no hacen más que enaltecer a este prodigio de la animación stop motion, un film ejecutado con maestría y una atención al detalle tan abrumadora y cautivante como su despliegue visual.
Con una estética que, como bien señala el catálogo del festival, recuerda a la obra de El Bosco, Mad God comienza en la superficie, con un personaje que baja de los cielos para luego adentrarse en una travesía dantesca sin final aparente, a través de un mundo subterráneo postapocalíptico y mutante que nos invita a pensar que, si el infierno existiera, probablemente se vería así. Sorprendentemente, teniendo en cuenta lo oscuro y hostil que ese inframundo resulta a la vista, Mad God se permite —por lo menos en sus primeros minutos— ciertos deslices cómicos (los zombies/humanoides/esclavos que son violenta y constantemente asesinados) que, acompañados por la llegada de este supuesto salvador, le otorgan al relato una inusitada esperanza, como si nos encontráramos frente al inicio del camino del héroe que viene a acabar con la muerte, el sufrimiento y la viscosidad.
Precisamente por esta razón, el repentino asesinato del protagonista y el consecuente viraje de la trama no sólo lo toman a uno por sorpresa, sino que además refuerzan el innegable pesimismo de la película: no hay salvación posible, ni a través de un mesías con una bomba, ni de un recién nacido que hace que el bebé de Eraserhead parezca tierno. A su retorcida manera, Tippett nos hace saber que este descenso a los infiernos es un viaje de ida, sin retorno ni consuelo alguno en el horizonte. En efecto, la segunda parte del film se torna menos prosaica y más poética, con un devenir que rehuye de una progresión dramática coherente y tradicional para, en su lugar, apelar a viñetas episódicas e inconexas. Así, apelando a la acumulación y volviéndose cada vez más extraña, siniestra e inquietante, Mad God prescinde de sus escasas ataduras narrativas, lo apuesta todo por la libertad de sus formas y acaba erigiéndose como aquello que desde su título prometió ser: un delirio divino.
Predeciblemente, más de un espectador se verá expulsado por Mad God, ya sea por su ausencia total de diálogos, por su perturbada imaginación o por su determinación de ser una experiencia sensitiva. Por el contrario, el público paciente que elija confiar en los realizadores se verá gratamente recompensado. En una época en la que hasta las películas live-actiondeciden usar fondos creados por computadora para las escenas más mundanas, Tippett y Cía. nos recuerdan que otro tipo de cine aún es posible: uno práctico y tangible, un cine que enorgullecería a Ray Harryhausen y a Jan Švankmajer, y que justamente por su encantadora naturaleza artesanal deviene —involuntaria e inevitablemente— en nostálgico. Sin ir más lejos, un cine soñado, extraído de las pesadillas de su talentoso y demente dios creador.
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