A Sala Llena

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Mala Noche…

Mala Noche…

Mala noche, che… A las cinco de la mañana me desperté con dolor de garganta y no me pude dormir más como hasta las siete. En el ínterin me levanté, me hice dos mate cocidos al hilo con azúcar negra y me puse a navegar por la red. La noche estaba callada y en la casa quedaban los resabios del cumpleaños del chuchi, que había decidido tomarse el lunes y hacer vida pancha, para festejar su natalicio. Los gatos dormían redondos en los sillones y yo flotaba como un fantasma por el pasillo y la cocina. La luz de la computadora me rellenaba la cabeza, mientras me echaba al coleto la bebida caliente y esperaba algo que se sigue resistiendo a aparecer…

Miré por la ventana. La noche se dibujaba deshilachada y fresca, con pocas luces y muchas pero muchas promesas. Algo en mí se revolvía inquieto, punzante, al borde del llanto. Pero por esos misterios de la vida, se me escapaba qué. Suele pasar, a la madrugada le gusta traer fantasmas y dragoncitos escupidores de fuego. Algo se te enciende adentro, algo se te agita y estás al borde, por un momento, de volverte eso que algunos idiotas intuyen en vos, y le temen. Ese algo de “hechicería desafortunada” que cantaba el Indio.

Me acosté nuevamente con el estómago tibio, para ver si podía volver a dormirme. Me costó un Potosí y cuando finalmente lo logré, sonó el despertador del chuchi anunciando que se acababa su feriado. El fin de semana de dulces, espumantes, desnudez y sexo había terminado. Me agité por un momento, pero después, la fatiga se abrió paso y tiré como hasta las once y cuarto. Por más que el sueño fue bueno y gozoso, no fue reparador… Me desperté peor de lo que me había acostado. Si al amanecer había estado rara e inquieta, a media mañana estaba rematadamente furiosa, apasionada y cabrona.

Lo extraño es lo caótico del estado. No puedo poner mi índice exactamente sobre él… No lo defino del todo. Es un corredor misterioso y arbitrario. Me siento frustrada, con mi energía royendo círculos. Me siento inflamada, me siento enojada, me siento triste, me siento rabiosa, me siento melancólica, me siento enamorada, me siento excitada, me siento temerosa… Me siento oscura, me siento violenta, me siento trágica, me siento boba, me siento inadecuada, me siento débil, me siento infame, me siento desgraciada, me siento mala, me siento solitaria, me siento vulnerable, me siento…

Fuck.

La realidad es que mi vida no es para nada prosaica y, aunque eso sea la mayor parte del tiempo bastante divertido, algunas veces es solo desconcertante. Y también algo desconcertante, es la peli con la que me topé el fin de semana. Una cinta muy hermosa, despareja y emotiva, que me conmovió muchísimo y me dejó bastante pensativa. Todavía hoy la sigo masticando por su belleza, su inestabilidad y su extraña cadencia. Sin ser rimbombante o estridente, me tocó una fibra verdadera y hubo momentos en los que me conmovió profundamente.

Hablo de la rara, bellísima, escarpada y melancólica opera prima de John Turturro, Casi un Gigolo.

Salimos el sábado con mi amigo Darío Sabina, su mujer y el chuchi, a verla al complejo de la calle Monroe. Esos cines están como desangelados por fuera, pero las salas están bien y son muy cómodas. Llegamos sobre la hora, así que nos ubicamos rápido y enseguida arrancó la película.

De un lado se me sentó el chuchi y del otro Darío, así que cuando empezó, lo primero que hice fue inclinarme sobre el hombro de mi amigo y preguntarle:

– ¿Está en 16?

– No, me parece que es súper ocho, me dijo.

La cuestión es que se veía de puta madre. Muy hermosa. Con un acabado visual tan maravilloso, como nostálgico.

El film va directo al punto. La historia es chica, por lo cual se plantea y desata completamente en la primera escena, y eso es un gran tanto a favor. Woody será el proxeneta, Turturro será el gigoló. Este hombre, florista y empleado de librería, que comienza una carrera en la profesión más vieja del mundo para ayudar a su amigo a no irse del todo a los caños, es un verdadero romántico, de los pocos que quedan. De esa manera, arranca un viaje hacia el universo femenino, que lo pondrá enfrente de numerosas sorpresas, incluso, de la más grande de todas: el amor.

Aun cuando la película no se define rotundamente en términos genéricos, la historia es verdadera y entrañable. Woody Allen hace lo que sabe hacer mejor, comedia, y le deja a Turturro y su virtuosismo indiscutible, la paleta más amplia de emociones y matices. El vínculo que este actor veterano desarrolla con el personaje encarnado por Vanessa Paradis, es absolutamente maravilloso. La actriz y cantante francesa es de una fragilidad tan exquisita que transforma, con su vulnerabilidad, el film completamente. Es gracias a ella que la película alcanza un espesor real y se convierte en una usina sutil de emociones elegantes.

La cinta es corta, grácil, refinada y preñada de clase. Es como sentarse a comer una copa de la mejor creme brulee. La receta es simple, familiar, sin destellos ni reinvenciones de la rueda. Pero el sabor es dulce, sedoso, reconfortante y rico. La dupla de veteranos da a luz algo maravilloso. Y el elenco femenino no se queda atrás: Sharon Stone es, simplemente, perfecta. Me quedé con tantas ganas de ella, que puteé a la industria por lo bajo, por confinarla solo al gusto superior de tipos como estos. Ellos se juntan a ser pelis y traen a los de su casta para enaltecer todo el asunto. Gracias muchachos, gracias por seguir en la arena y no dejarnos morir de olvido de estrellas. Sharon es una mujer excitante y hermosa pero, sobre todo, una actriz que tiene todavía lo mejor de sí, para darle al mundo.

Salimos del cine intercambiando opiniones. A los amigos, no les había convencido tanto como a nosotros, pero todos estábamos de acuerdo en que poseía belleza.

Nos encaminamos hacia la oscuridad del Barrio Chino, en donde pocas cosas quedaban abiertas y ¡voila!, entramos a Lotus a atiborrarnos de comida tailandesa. Un final exquisito, para una noche exquisita.

La película es hermosa amigos. Vayan a verla y tengan, si pueden, alguien a quien tomar de la mano.

De hecho ahora, mientras pasa el berrinche y me imagino los stilettos azules que voy a calzarme en un rato para ir a encontrarme con amigas, y la minifalda y las medias que me ayudarán a recobrar algo del buen ánimo que me está esquivando, siento una añoranza azul de esa noche de adultos jóvenes, contemplando la vida en el borde del abismo agridulce del enamoramiento. Es como una de esas historias nocturnas, que se cuentan en voz baja, a la luz colada de la luna en la ventana.

Me encantó.

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