¡Cómo llueve, mamita! ¡Qué día! Otra vez luchando por salir del sobre. Lucho por salir de la cama, como lucho con esta tableta para escribir la columna, porque se me rompió la Toshibita en la que escribo normalmente. Y lucho también con esta película de Woody en mi mente, porque es raro que un largometraje del genial Allen me aburra y me cause rabia, y eso es lo que me sucedió con Café Society.
La vi el día del estreno y todavía sigo masticando los efectos. Dejé pasar buen tiempo para ver si meditándola me gustaba un poco más, porque generalmente las películas del genial neoyorkino me llenan el corazón y el alma y me hacen feliz hasta el infinito y más allá. Pero, aun cuando la vengo repitiendo y repitiendo en mi paladar como a un canapé de ajo, la cosa en vez de gustarme, más y más me va enojando y aburriendo. Y quiero entonces sacarla de mi sistema, para no engranar con Woody dentro de mi afiebrada cabecita.
Yo ya sospechaba bastante del elenco, para qué les voy a mentir. Kristen Stewart me parece bellísima, pero siempre distante, siempre alejada de la verdad emocional de las escenas. Salvo en El Otro Lado del Éxito, en donde creo que hizo un gran trabajo, me parece todavía una actriz que no se conoce y que se queda en la maqueta de la composición resultando gélida, remota, artificial y sintética. Y Jesse Eissemberg parece su versión masculina. No pudiendo sacudirse al psicópata que está acostumbrado a componer, su falta de sensualidad, de ternura, de empatía con lo que sucede, lo vuelve casi doloroso de ver en pantalla. Es un actor que dista abismos del humor, la blandura, la ternura, la sagacidad, la inteligencia y el ángel del tipo cuyos zapatos tiene que llenar y está viejo para protagonizar sus propias películas. El vínculo entre los dos protagonistas es artificial, forzado, despojado hasta las hemorroides de química y verdad sexual. Y las escenas entre ellos parecen descriptas, sobrevoladas, perdidas, disgregadas. No me creí ni una sola de ellas.
Y ni hablar de las de Kristen y Steve Carrell, ahí directamente quería gatillarme los globos oculares.
No les creí la pasión, ni el amor que los consumía, no les creí el affaire, no les creí el enamoramiento. A ella no le creí el cuerpo, no le creí el vestuario, no le creí el corte de pelo. ¡Gracias a Dios por las escenas familiares de la subtrama! Porque por primera vez en toda mi vida, una película de Allen que dura hora y media, me pareció de tres.
La fotografía de Storaro es bella, pero eso era de esperarse. Visualmente la película es impecable, plena de belleza. Pero yo me encontré sumergida en el análisis de cada plano, en vez de estar dentro de la historia. Y por bastante tiempo conforme pasaba la película ante mis ojos, no lo podía creer.
A veces el viejo se calienta con alguna actriz y se encapricha en filmar con ella por más que la mina parezca tan extranjera dentro de sus relatos, como ET. Y arma el casting alrededor de ella, alborotado como un adolescente, pifiándole de cabo a rabo.
Me pregunto por qué no se habrá encachilado con Blake Lively mejor, que es la única cosa maravillosa, junto con la fotografía, en toda la película. Cuando ella aparece brilla todo lo que de otra manera es opaco en el film. La escena en el club de jazz es tan vibrante, que hasta el estatuario Jesse parece cobrar vida inesperada. Y durante todo el relato que se sucede, uno jamás se cree que, teniendo semejante pedazo de vida al lado, el protagonista anhele a la otra momia infame.
(¡Wow, creo que de verdad engrané con el viejo!)
Cabe preguntarse por qué Woody evita a toda costa relacionarse con los temas que siempre ha tratado, desde la perspectiva de su propia edad. ¿Por qué no podemos ver conflictos de tipos y minas maduros, por qué no podemos verlo a él seguir con su derrotero existencialista, ahora mismo, en esta etapa de su vida? A veces, cuando nos detenemos un rato, los conflictos del artista junto a sus respectivos planteos,
parecen haberse quedado estáticos, parecen no haber cambiado ni un ápice. Y eso, teniendo en cuenta que el tipo carga más de ochenta es, como mínimo, decepcionante, cuando no ridículo y perezoso. Si la
respuesta a este interrogante es que necesita que sus películas sean sexys, la respuesta es que en esta la imbecilidad le ganó.
Si vuelvo a ver una sola vez más a la maternidad retratada como la muerte del sexo en el matrimonio, plasmando así una visión tan pedorra, vieja y equivocada de la sexualidad femenina, voy a tomarme un avión para pegarle un puñetazo en el centro de la jeta. ¿Acaso con todo ese psicoanálisis encima no se dio cuenta todavía de que ha envejecido en sus preceptos, que se ha equivocado duramente con respecto de algunas cuestiones? Y encima, para este planteo falaz, elige como objeto narrativo a Blake Lively, que no deja de ser enloquecedoramente sensual ni servida en una mesa con una manzana en la boca y rodeada de lechuga.
Definitivamente, cuando filmó esta película, estaba gaga.
Un poco me siento mal porque no me gustó Café Society. ¡But I must speak! Por supuesto, no se queden con lo que les digo, vayan a verla. Porque lo peor de Woody, generalmente es mejor que muchas cosas.
Laura Dariomerlo / @lauradariomerlo