El Rito (The Rite, EE.UU., 2011)
Dirección: Mikael Håfström. Guión: Michael Petroni, inspirado en un libro de Matt Baglio. Producción: Beau Flynn, Tripp Vinson. Elenco: Anthony Hopkins, Colin O’Donoghue, Alice Braga, Ciarán Hinds, Toby Jones, Marta Gastini, Maria Grazia Cucinotta, Rutger Hauer. Distribuidora: Warner. Duración: 114 minutos.
Volvieron las películas sobre exorcistas. Ya se veía venir el año pasado, con el estreno de El Último Exorcismo, filmada en clave de falso documental.
Si bien El Rito está contada de manera clásica, también llega para tratar de aportar su grano de arena al subgénero.
Harto de los malos recuerdos que le genera trabajar en una funeraria junto a su padre, Michael (Colin O’Donoghue) decide estudiar para convertirse en sacerdote. Pero cuando está por abandonar la carrera, es convocado para asistir a un curso de Exorcismo en el Vaticano, ya que en la santa Sede planean formar a una nueva generación exorcistas que operarán en distintas partes del mundo. En paralelo a las clases, un Michael cada vez menos entusiasmado por la religión conocerá al Padre Lucas (Anthony Hopkins), un veterano en el arte de expulsar demonios. Al principio, el joven no cree en los que ve durante los exorcismos y pretende encontrarle explicaciones científicas y psicológicas. Pronto descubrirá que el Mal existe, y que anda tras él y el Padre Lucas.
Sin dudas, la mejor película sobre el tema sigue siendo El Exorcista, seguramente la película más aterradora jamás filmada y un clásico del cine todo. Pero El Rito, sin siquiera ubicarse algunos escalones abajo del film dirigido por William Friedkin, es uno de esos dignos “productos a la sombra de”. Al igual que El Exorcismo de Emily Rose (y de la alemana Réquiem), el hecho de estar inspirada en episodios reales nos lleva a pensar que puede pasar aquí y ahora.
Pero hay algunos puntos en común con El Exorcista. Michael, como el Padre Karras (Jason Miller), vive perturbado por episodios familiares y no deja de cuestionarse la fe. Y en determinado momento termina formando equipo con un experimentado en la materia, como Karras con el Padre Merrin (Max Von Sidow), quien venía de tener confrontaciones fallidas con los discípulos de Satán. En ambos films, el joven y el anciano son puestos a prueba por el Mal.
El director sueco Mikael Håfström no es ajeno al género fantástico: hizo Leyenda de Fantasmas en su país natal, y la subvalorada 1408 en Estados Unidos. Se nota que sabe crear climas de suspenso y de extrañeza, con golpes de efectos nada novedosos pero siempre efectivos. Se nota más que nada en las escenas de exorcismos —que generalmente involucran a niños y adolescentes, para no perder la costumbre—, y en las visiones de Michael.
Durante las entrevistas por este film, Anthony Hopkins dijo que su personaje del Padre Lucas era el mejor que le había tocado interpretar desde el de Hannibal Lecter. Pero en realidad se acerca más a esas actuaciones que el galés parece ejecutar con piloto automático. No está mal el viejo Anthony, pero tampoco es una labor comparable a la del refinado caníbal.
Por su parte, el irlandés Colin O’Donoghue está correcto como el conflictuado joven sacerdote. Toby Jones y Ciarán Hinds aportan lo suyo en papeles mínimos, y Alice Braga encarna a una periodista que tampoco puede escapar de traumas personales. Ah, y no nos olvidemos de la voluptuosa Maria Grazia Cucinotta, que en una época era invitada a festivales de cine argentinos casi tanto como Geraldine Chaplin.
El Rito difícilmente se convierta en un clásico, pero funciona como pasatiempo con sustos incluidos. Y además, nos hace pensar en el Diablo, que puede estar junto a vos ahora mismo, contemplándote leer esta crítica, listo para desaparecer cuando gires tu cabeza para mirar atrás.
Hemos de escribir sobre El Rito, la nueva película protagonizada por Anthony Hopkins, cuya trama gira alrededor del caso real de un sacerdote escéptico que realiza un curso sobre exorcismo en Roma y asiste al trabajo poco ortodoxo de un cura especialista en la disciplina. Toda la película gira alrededor de la tirante discusión interna sobre creer o no creer.
Ahora bien, es imposible hablar de este nuevo film sin remitirnos, obviamente, a El Exorcista, en mi humilde opinión, la gran película de terror de todos los tiempos. Dirigida por William Friedkin y basada en la novela homónima de William Peter Blatty, este gran y maravilloso clásico de 1974 obtuvo numerosos premios (Premio Saturn a Mejor Película de Terror; Globo de Oro al Mejor Guión; Mejor Actriz de Reparto, Linda Blair; Mejor Director; 11 Nominaciones a los Oscar, de las cuales obtuvo dos estatuillas por Mejor Guión Adaptado y Mejor Sonido).
Sabemos reconocer y apreciar el brillo de una joya pero titubeamos y tropezamos al intentar entender por qué. Podemos esbozar algunas ideas pero nunca llegaremos a comprenderlo del todo. Esa es una de las características más hermosas de las joyas del cine, esos clásicos insuperables que se mantienen en vigencia muchos años después de su estreno y han sentado enormes paradigmas para las películas que vinieron después.
El Exorcista no solo logra establecer grandes debates sobre la fe, la forma de creer y el eterno conflicto cristiano entre el bien y el mal, sino que además logra posicionar al ser humano como objeto de lucha de esas dos fuerzas. Y todo, en su gran mayoría, dentro de una habitación, donde la sensación de claustro nos invade al ver el film, y con un guión salvaje, actuaciones que ya son de culto y una Dirección de Sonido memorable. ¡Con qué pocos pero contundentes elementos el cine nos brindó las sensaciones más terroríficas e intensas que jamás hayamos experimentado!
Resumiendo: El Exorcista es La Gran Atlántida del cine de terror. Perfecta y sublime. De tan perfecta que era, se volvió inalcanzable y se hundió en las aguas. Pero no cualquier agua, sino en los mares de la perfección cinematográfica.
Es decir que este film representa una especie de altar hundido en la perfección y por eso inalcanzable.
Todas las películas que vinieron luego, incluso las odiosas secuelas del propio guionista de la película madre, han tratado de conectarse con aquella majestuosidad, poder ser dignas de tener un poco de aquella maestría de la gran obra de Friedkin; incluso podría decirse que, hasta en secreto, todas las películas sobre exorcismos son un intento que corre enloquecido entre el terreno del tributo, la copia, o la reversión de una idea con nuevos elementos.
Eso también se cumple para esta nueva película de La Warner.
Claramente la crisis del personaje del novato cura Michael nunca logra mostrarse con suma calidad, no es creíble. Este actor no logra traspasar la pantalla, no hace que su crisis se haga carne en nosotros.
Roma es desaprovechada en sus cameos aéreos. La muestra de un Vaticano súper moderno y tecnológico, en vez de darnos una sensación de erudición, nos aleja demasiado del contexto.
Nada es creíble en esta película; las posesiones están muy bien hechas pero carecen de brillo. Es normal que pase esto cuando el director quiere mostrar todo el tiempo la delgada línea que hay entre tomar una posesión como una psicosis o una posesión per se.
La película logra tener un giro original, eso es muy loable. Una subversión de los clásicos modelos pero demasiado previsible, por lo menos para mí.
Es muy gratificante ver actuar a Anthony Hopkins, siempre lo es y siempre lo será. Mucho más cuando siga aceptando papeles tan distintos como lo hizo en el último film de Woody Allen y en esta película.
Realmente actúa de maravilla. Ha construido un personaje dual y completo que por momentos tendrá escenas donde brillará pero será un brillo opaco; este nuevo trabajo tiene muchas reminiscencias de su Hannibal Lecter.
De todos modos, da una gran actuación, que no deja de ser sumamente interesante de ver.
Si hablamos de lo difícil que es superar a El Exorcista y las ganas que parecen tener los directores de hacer eso ¿podríamos afirmar que nunca más se volverá a hacer una buena película sobre posesión diabólica? Que cada uno lo repiense. Lo que yo afirmo es que será muy difícil poder igualar al clásico pero que se pueden dar nuevos elementos y generar una trama original, por ejemplo como en El Exorcismo de Emily Rose, una muy buena película con giros innovadores.
Me cuesta creer que, teniendo en cuenta que dos sacerdotes volverían a ser el centro de atención en una película que analiza el egocentrismo del Diablo y su obstinada necesidad de demostrar que existe, el director, junto con todo su equipo, no hayan sido capaces de darle nuevos aires a un argumento ya mítico. De poseer muchos más elementos técnicos que el film de culto y no poder lograr ni siquiera una cuarta parte del pánico interno que logra El Exorcista. Se quiso reconstruir el brillo de una antigua obra en la arquitectura del cine. Y no se pudo. Es como si se quisiera reconstruir el Coliseo con ladrillitos Lego.
Sin embargo, hay que valorar el desafío y las ganas de seguir haciendo cine bajo la sombra de un gran clásico. Porque no hay nada más lindo que sentir en la panza ese terremoto típico, una mezcla de ansiedad y pavor cuando nos sentamos a ver una película que trata sobre este tema que despierta tanta curiosidad y hasta diríamos, ¿por qué no?, morbosidad.
Y aunque no sea un éxtasis en este caso, es lindo volver a recordar todo ese hermoso ritual que es sentarse a ver una película de terror.
Por José María Capristo