A vida invisível es una película donde la hermandad actúa como pivote de la historia. Ganadora del premio Un Certain Regard, retrata el desmembramiento de una familia en Río de Janeiro desde la década del cincuenta. Es tentador señalar que se trata de un melodrama, pero esto solo advierte una mayor probabilidad de lágrimas que en otras películas.
Lo cierto es que el director está aprovechando el despliegue técnico para que cada recurso connote la omnipresencia masculina. Desde el único plano detalle de la obra (el pene erecto de Antenor frente al cual Eurídice se ríe en complicidad con él en la noche de nupcias) hasta la única voz de un hombre fuera de campo que suena justo detrás de nosotros en sala (Iorgos encantando a Guida), Aïnouz está claro en algo. No quiere castrar el patriarcado, mas sí evidenciarlo. Su búsqueda es la de componer un cosmos donde lo agreste y lo inerme convivan. No son pocos los planos donde a un lado se sitúa la naturaleza y al otro, paredes de las distintas casas donde viven las hermanas. Tienta también vincular la dicotomía naturaleza/abandono con lo masculino/femenino, pero Aïnouz está atento a otros matices también. Notemos el uso puntilloso de los colores primarios en el diseño de producción.
Por su parte, el carteo casi diarístico entre hermanas traza vínculos no solo importantes para escribirse entre ellas sino también a modo de un progreso individual que permita conciliar a Eurídice (Carol Duarte) con su familia. El cuidado a omitir en escena las muertes significativas y dejarlas únicamente como alusiones da cuenta de que quienes están muriendo aquí son los personajes que quedan vivos. Quien no crea esto, que observe la mirada sostenida de Fernanda Montenegro en el último encuentro familiar. Eurídice paga caro el haber quemado su vena musical, pero es ella, ya envejecida, una de las pocas que podemos ver de cuerpo entero en un plano general. Aquí las hermanas no huyen sino que enfrentan su herencia consanguínea y amorosa. La búsqueda siempre apunta a conciliar las pérdidas.
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2019 | @EElechiguerra
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