“Ojo, no es lo que parece”, solía rematar Guillermo Francella en un sketch de su programa humorístico Poné a Francella, cuando se hacía pasar por gay para acercarse a su voluptuosa vecina (Luciana Salazar). La versión menos picaresca y más tenebrosa de esa máxima también lo tiene como protagonista al actor, ahora desde la pantalla grande, de la mano de Pablo Trapero en El Clan.
A principios de los 80, los Puccio eran una familia respetable de San Isidro. Un modelo a imitar, visto desde afuera. Sin embargo, Arquímedes (Francella), el padre y principal figura de autoridad en la casa, resultó el funesto abanderado de una doble vida: se desempeñaba como líder de un grupo dedicado a secuestrar familiares de gente poderosa y pedir rescate a cambio de una buena cantidad de dinero, para después ejecutar a los cautivos. Una actividad que les deportaba dinero y la protección de figuras de la política (por entonces, las fuerzas militares seguían en el gobierno).
Desde Mundo Grúa, su ópera prima, Trapero le imprime a su cine un fuerte anclaje a la vida real. Aquí vuelve a mostrar el costado más duro del mundo que nos rodea, pero basándose en un conocido hecho verídico. Y si bien ya había coqueteado con el thriller en Carancho, aquí se sumerge en un relato policial sin jamás descuidar el punto de vista de estas personas, evitando la demonización y concentrándose en explorar la psiquis de los principales involucrados: Arquímides y su hijo Alejandro (Peter Lanzani), destacado rugbier y uno de sus principales cómplices.
Una vez más el director utiliza elaborados planos secuencia que permiten un mayor lucimiento del elenco y una destreza visual al servicio de la historia. Basta con mencionar uno en el que Arquímides recorre su casa con una bandeja de comida, durante un clima familiar común y corriente, para terminar en el baño donde tiene como prisionero a una de sus víctimas; dos mundos en un mismo plano. Además, hay una fuerte influencia de Martin Scorsese: montaje que mezcla situaciones truculentas con música de Virus y David Lee Roth, entre otros, y hasta calca -de manera respetuosa y asumida, eso sí- una escena de Buenos Muchachos. De esta manera, El Clan se aleja de las convenciones de otros films basados en casos policiales, como Pasajeros de una Pesadilla, de Fernando Ayala, sobre el parricidio cometido por los hermanos Schoklender, y El Caso María Soledad, a cargo de Héctor Olivera, e incluso de la más reciente El Niño de Barro, sobre los asesinatos del Petiso Orejudo a principios del siglo XX.
Francella contaba con un solo personaje macabro en su carrera, en Historia de un Trepador, justamente su debut televisivo. Pero su caracterización de Arquímedes Puccio lo acerca a la composición de Hannibal Lecter por parte de Anthony Hopkins en El Silencio de los Inocentes. Un individuo gélido, cerebral, que jamás parpadea, capaz de barrer la calle tan tranquilo como cuando pide rescates a los parientes de los secuestrados. Un rol que permite mostrar la versatilidad del intérprete que supo hacer reír a generaciones. Peter Lanzani es el segundo actor que carga con el peso de la película, y aunque no tenía experiencia ni en cine ni en papeles de este estilo, está a la altura del desafío: con economía de recursos, transmite la oscuridad y la complejidad de un muchacho que, entrando en la adultez, comienza a sentir el peso de los crímenes que lo rodean. No menos destacadas son las labores de quienes conforman este inusual núcleo familiar: Lili Popovich (Epifanía), Giselle Motta (Silvia), Gastón Cocchiarale (Maguila), Antonia Bengoechea (Adriana) y Franco Masini (Guillermo).
Tan cercana como perturbadora, El Clan rememora uno de los episodios más nefastos de la historia argentina reciente, y confirma a Pablo Trapero como uno de los cineastas argentinos más arriesgados. Además, de nuevo en un sentido retorcido, se aplica otra clásica frase de Guillermo Francella, ahora de La Familia Benvenuto: “Al final, lo primero es la familia”.
Por Matías Orta