(Estados Unidos, 2018)
Dirección: Nicolai Fuglsig. Guión: Ted Tally, Peter Craig. Elenco: Chris Hemsworth, Michael Shannon, Michael Peña, Trevante Rhodes. Distribución: Diamond. Duración: 130 minutos.
Sin novedad en el frente.
Luego de unos Oscar teñidos de una corrección política asquerosa, era menester una buena dosis de indecencia que nos sacudiera la modorra, o como mínimo la monotonía. Que al fin y al cabo esto es arte y entretenimiento y no los Nobel de la Paz, vamos.
Tropa de héroes se postulaba óptima: apenas acaecido el 11/9, un batallón de soldados superpatriotas parte para Afganistán con ánimo de reventarlo todo. O sea, una de Liam Neeson enojado pero por docena, con venganza a la carta y un poco de acción en plan fascistoide. No hablamos ya de una Los indestructibles –cuya felicidad réproba es innegable–, pero quién sabe. Sin embargo, la película arruina toda esperanza con dos pecados mortales en un soldado o un pelotón: la cobardía y la indecisión.
Si bien el film establece desde el vamos su no disimulado belicismo, no asume jamás los riesgos de su apuesta, de entretener aunque sea durante dos horas suspendiendo la moralidad del espectador. Lo que la convierte aún más en belicista, o en belicista y nada más.En una escena inicial hay toda una declaración de principios: el personaje de Michael Peña se despide de la mujer y quiere coger porque “tiene dos horas” (vaya comienzo hubiera sido), a lo que esta le responde que vaya a pasar tiempo con los hijos, que es más importante. Ni siquiera un rapidito prehorror, nada. Así se nos deja entrever, una vez más, que adentro de USA lo más importante sigue siendo la familia; afuera que hagan lo que quieran, incluso matar a otras. O, como es este caso, matar de tedio al espectador.
Entonces el director va bajando muñecos a mansalva, pero procurando tachar todos los ítems del manual bienpensante: está el nene afgano oprimido que es “adoptado” por un soldado y que come golosinas occidentales, las mujeres fusiladas por pretender estudiar o el líder militar rebelde que simpatiza con los yanquis y extraña la “libertad”. Lo que presenciamos es a doce actores que tienen que ir a masacrar a todo el mundo con una enorme convicción –que mucho no se entiende–, pero con extrema delicadeza, sin dudas ni desatinos. Lo que vemos, pues, es un guion. Uno donde además hay conciencia actual: la furia se sobreactúa con cautela y con el diario del 2018, derechos humanos posAbu Ghraib mediante. Es, volviendo al Oscar, como ese segmento totalmente gratuito donde, luego de celebrar una minoría tras otra, se homenajeó a los buenos y patriotas soldados que siguen en Medio Oriente eliminando minorías.
Alguien dirá, con cierta razón, que el mentado “basado en hechos reales” los acercaba a la Historia reciente, aún álgida, impidiéndoles grandes piruetas. Pero hay otra cuestión. La Segunda Guerra (y para atrás, claro) invita a gestas más heroicas, además de contener historias realmente fascinantes de ambos bandos. Invasiones menos solapadas (o menos “justas”, al menos en el imaginario) como Vietnam, Irak o Afganistán no pueden abstraerse del tamiz geopolítico y mucho menos de la información real time –con o sin filtros– que desnudan las violaciones a los DDHH. Acercarse al divertimento las ubicaría en terreno más “peligroso” que La vida es bella. En especial porque se trata de guerras mucho más cobardes, drones y GPS mediante. Esto atenta no solo contra el arte de la guerra, sino también contra el arte del cine bélico contemporáneo todo (o, como mínimo, el que pretende glorificarlas): que las mayores escenas de acción de Tropa de héroes se basen en que el pelotón pase numeritos para que un B-52 arrase el lugar a bombazos, por más que sea verídico, resulta una nadería anti cinematográfica.
Todo esto es cierto en teoría, pero en la práctica de la ficción está repleto de excepciones: se llaman obras maestras. Una de ellas es Tres reyes (de 1999, dirigida por el hoy rehén de la industria David O. Russell), una de las mejores aventuras y comedias bélicas de la historia, que transcurre en la entonces reciente y real Guerra del Golfo, y parte de dicho conflicto como marco para desplegar una epopeya mínima con peripecias inolvidables, pero profundamente humana y con la confusión necesaria (ese sello del buen cine bélico) para posibilitar cierto afecto hacia el ¿enemigo? Una que, en épocas preGoogle, de tan improbable aún nos hacía dudar de su ficción. Incorrección política de la vieja escuela, que le dicen, con ciertas notas del John Huston más festivo y agudo a la vez.
Pero las reglas del juego cambiaron en 2001, y los riesgos también.O los resultados.Hete aquí que el libro en el que se basa se esta película se llama Horse Soldiers, que no sólo era más lindo sino menos ambicioso: el “12” del título en inglés, 12 Strong, pretende emparentarla con los fabulosos Doce del patíbulo, una de esas aventuras bélicas que ya no se hacen. O que, bueno, no se hacen desde Tres reyes.
Por eso Tropa de héroes es un híbrido: no se anima al testimonial estricto pero se inclina, con desgano, por la mentada aventura, donde paradójicamente encuentra su mayor libertad y sus mejores momentos, e incluso un bienvenido humor. Lo mejor de este popurrí (o indecisión ética y estética) coquetea con Rambo III: hay cargas de caballería contra tanques, hay un talibán malo y vestido de negro al que muestran cinco o seis veces casi en el mismo plano poniendo la misma cara de villano, y así. Lo que falta es aquella pasión. Por eso la cosa es más bien Team América: World Police, pero en serio y, por supuesto, muchísimo más aburrida. Lo que no es, y bajo ninguna circunstancia, es un western solo porque tiene caballos, así como Caballo de guerra no es un western y sí una película bélica enorme a la que esta no le llega ni a las herraduras.
La otra mitad de la pizza, pues, siempre dentro del género bélico, que también se intenta pero tampoco sale, es el clásico docudrama coral basado en real facts de un anónimo y patriota grupo de amigos que deben cumplir con su deber. Conocemos a un par de ellos y a sus familias como para que nos importe más su sacrificio, acto seguido se juntan y parten a la misión cual púberes a punto de hacer su viaje de egresados y nosotros rezamos porque todos vuelvan sanos. Pero claro, no es el qué lo que interesa aquí, sino el cómo: en poco tiempo se estrena la hermosa Only the Brave (que es de bomberos, pero bélica), que cumple con todas las coordenadas antedichas y es un film notable, de gran carga emotiva y encanto cinematográfico. Ver para comparar y quedará más claro que cualquier explicación.
Por último (pero también en consecuencia), Hemsworth representa al capitán menos carismático de la historia. De hecho hay un bienvenido chiste con eso, y es cuando el jefe afgano aliado le dice que no tiene los “killer eyes” que se necesitan. El chiste se remata con el actor poniendo esa expresión en una escena posterior, pero en serio… y ahí termina todo. La facha no lo ayuda al pobre australiano, pero es en estos casos donde se puede medir, cual boyas fílmicas, el guion o dirección: como Thor ha sabido adaptarse a las necesidades de la dirección creativa de Marvel, pudiendo ser épico (en la primera) y absolutamente cómico (la tercera), sin perder en el camino la identidad de un superhéroe icónico. En En el corazón del mar, aun pretendiendo ser Russell Crowe –ese master and commander de la épica moderna– sin serlo, se mostró capaz de llevar un film de esas características con dignidad. No es el único del cast que avala la teoría del caos: Shannon está insólitamente anodino, y Michael Peña –ese salvapelículas–, apagado y errático. El mejor es el ignoto warlord afgano, no por ser más actor, sino porque le han destinado las mejores líneas y arco dramático, lo cual certifica la indecisión de tono y enfoque antes mencionados.
La película de Fuglsig es talibán, en el sentido de su absoluta falta de libertinaje.
El jefe afgano Dostum recuerda, nostálgicamente, y para quedar bien con la Academia, que los talibanes les prohibieron, entre otras cosas, los films foráneos. Al salir de Tropa de héroes, uno no puede evitar pensar que no se trató necesariamente de un castigo.
© Leonardo Gutierrez, 2018
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