Son pocos los directores que poseen la capacidad de adaptarse y mutar con tanta facilidad dentro de los diferentes tipos de producción cinematográfica. Pero son menos los que logran salirse con la suya tanto como directores de un tanque hollywoodense como de una película independiente. Jon Favreau -quien debutó detrás de cámara en 2001 con escribiendo, produciendo, dirigiendo y co-protagonizando Made, junto a Vince Vaughn-, se ubica dentro de ese reducido número de cineastas mutantes.
A su ópera prima le siguieron pequeños aunque no menos significativos trabajos como actor para poder retomar su faceta de realizador con Elf (una master class sobre el timing para la construcción del gag, con ese aparato infalible y grandote de la comedia que es Will Ferrell) y Zathura (donde emulaba a las viejas operas espaciales con hermosas secuencias de destrucción hechas en maqueta y seres de látex). Pero el gran salto de su carrera llegaría en 2008, cuando Marvel le otorga el timón de Iron Man, película en la que Favreau logró la misión -casi- imposible de darle vida al actual monstruo XL de la franquicia. Fue Favreau quien modificó los suficientes aspectos del cómic y del personaje para atraer a un público masivo, sin dejar de contentar a los fans más conservadores del comic. Su trabajo como director de las primeras dos entregas de la saga, no se limita a haber dotado al superhéroe de un carisma que jamás lo antecedió, sino también a haber sabido incorporar el carácter de su protagonista -un showman como Robert Downey Jr- a la película de forma natural. Porque Favreau entiende la importancia del timing en la comedia más que nadie. Es por esto que en ambas películas la alternancia entre escenas de engendros voladores de metal despedazándose entre sí y otras en las que el peso recae en la actuación de esta gran proom queen que es Downey Jr forman un engranaje tan sólido como el hierro que recubre su traje.
Para el momento en que Favreau pisa el set de Iron Man 3 como productor ejecutivo, ya habían pasado tres años y un portal por Nueva York. Lo que terminó siendo la última entrega de este superhéroe tiene la suficiente grandeza como para merecer una nota aparte. Digamos, simplemente para señalar una cosa, que si Shane Black pudo hacer lo que hizo es porque se encontró con un terreno previamente asentado gracias a las proezas llevadas a cabo por su anterior director -como la corporeidad artesanal que supo darle al personaje, paradójicamente de forma digital -.
Ahora sí, metiéndome de lleno en lo que provocó esta nota, lo que nos convoca es que por segunda vez, y luego de trece años, el polifacético neoyorkino regordete y cachetón, asume todos y cada uno de los roles principales para la creación de una película: producción, dirección, guión y actuación. Habiéndose entrenado con el cocinero Roy Choi, Favreau (que en 2005 fue presentador y productor de la serie mirthalegrandesca Dinner for Five) se cruza a la vereda opuesta de los grandes estudios y la megaespectacularidad de sus últimos blockbusters para volver a la cuádruple y compleja tarea de cargar en sus anchas espaldas los pilares básicos para la realización de un film. Con esta ventaja a su favor, se reencuentra con la posibilidad de realizar cualquier especialidad dentro del menú fílmico con absoluta libertad.
Filmada en un mes, la primera película que incluye un hashtag en su título original, toma la subcultura de la comida como excusa y metáfora de lo que realmente le interesa contar: el mundo del cine y su proceso creativo. Para eso, Favreau se acomoda el delantal de Carl Casper -un chef que desea tener la libertad suficiente para llevar a cabo sus propias creaciones- dentro de un restaurante ubicado en Los Angeles en el que trabaja como empleado cocinando los mismos menúes -aburridos para él, exitosos para el público- una y otra vez. Frente a esto, Casper dice en un momento de la película: “¿Sabés lo duro que trabajo para esta mierda? ¿Lo duro que trabaja mi personal? Te duele, cuando escribes esa mierda, te duele”. Son frases que escupe, endemoniado, a un crítico gastronómico -acaso en reemplazo de un crítico de cine- que, decepcionado, escribe una reseña negativa de sus hits culinarios.
Para cuando Carl renuncia al restaurante, cuyo jefe (un Dustin Hoffman que desde su posición funciona como una perfecta metáfora del rol de un productor hollywoodense o de un exhibidor) se rige por el lema “Debes tocar tus éxitos”, la película recién comienza a estirar lentamente cada uno de sus músculos. Una vez liberado, Carl se entrega a sus pasiones personales: explorar, experimentar, dejarse llevar por su imaginación, y convertirse en su propio jefe. Es esa actitud desafiante lo que lo impulsa a abrazar lo desconocido por sobre lo seguro, misma actitud que ha llevado a Favreau a rechazar una carrera que pudo haber estado conformada únicamente por Godzillas de Hollywood. Por eso #Chef es la representación más clara de esa decisión y la cocción de su película más personal: una comedia con alta carga autobiográfica y de catarsis personal, -como lo era Swingers, en la que canalizó su experiencia como un veinteañero que se muda a Los Ángeles-, o en palabras de su alter ego creador: “Hay #Chefs que cocinan con alimentos en los que confían y la gente los prueba porque están abiertos a nuevas experiencias y al final les termina gustando”. Si hay algo que trasmite lo nuevo de Favreau es confianza. #Chef puede pasar por una película chiquita en su presentación, un mero aperitivo, pero es un plato fuerte en cuanto a sus formas y contenidos.
La mezcla cultural que produce Favreau detrás de cámara combina -como si de un cóctel se tratara-, diversos ritmos musicales en su banda sonora, idiomas, acentos y hasta formatos -como la inclusión del found footage como recurso clave y parte de la narración-y géneros. Avanzando sin otra pretensión que la de hacer lo que ama y lo que lo hace feliz, Favreau se evita el planteo de un conflicto directo, explícito, y elige uno subyacente: la del personaje que habiéndose impedido hacer durante años, lo que realmente quería, emprende un viaje (físico y espiritual) para reencontrarse con su pasión. Allí a medida que avanza el metraje nos persigue la aparente sensación de que no está pasando nada. Sin embargo el workaholic detrás de cámara supervisa la puesta en escena con el mismo nivel de perfeccionismo que posee su personaje mientras elige cada ingrediente que necesita para crear la combinación justa de sabores explotando en los paladares de sus comensales. En ambos casos, lo hace utilizando la misma estrategia: pasar desapercibido. Ahí se esconde el gran toque de Favreau en cualquiera de sus facetas, en lo imperceptible; como en esos microscópicos pero reveladores (sobre su estilo y sobre sí mismo) papeles que supo interpretar como un gigante en Alguien Tiene que Ceder, Te Amo Hermano, Viviendo con mi Ex o Daredevil, o el más reciente en El Lobo de Wall Street.
Al igual que Elf, #Chef se va organizando en bloques. En este último caso hay dos bien marcados. El primero sirve como introducción a la situación inicial de los personajes más relevantes: Carl (el omnipresente Favreau), su ex esposa Inez -interpretada por una dosis justa de Sofía Vergara de la que no sabemos prácticamente nada más que sus rótulos de ex/madre, ni por qué se separó de él o cuál es su trabajo-, el hijo de diez años que tuvo con ella, sus dos amigos y colegas, Martin (John Leguizamo) el sous #Chef del restaurante que se convertirá en su socio más adelante, Tony (Bobby Cannavale), y finalmente Molly (una versión más terrenal de Scarlett Johansson), la hostess del ya mencionado restaurante. El separador entre un bloque y otro es una promesa esperada con más ansiedad que el Mcbajón después del boliche: Robert Downey Jr haciendo casi un cameo como Marvin, el exitoso ex marido de Inez y el artífice de la idea que llevará a cabo Carl en el segundo bloque. Dicho bloque consistirá en Carl viajando por los Estados Unidos en un camión de comida proveído por Marvin, en un viaje que será sustancial y transformador para varios de los personajes que lo abordan desde la primera parada: Carl, su hijo y Martin. Partiendo desde Miami, atraviesan Texas y Nueva Orleans con su camión de tacos y comida cubana bautizado “El Jefe”, mientras el niño saca fotos y graba vídeos que sube a Twitter para viralizar el nuevo negocio de su padre.
Una vez adentrada en la ruta, la película se permite ciertas digresiones, estirando algunas escenas y siempre amagando con desviarse para tomar una salida de autopista. Es que Favreau sabe que una vez arriba del camión el curso de la narración se vuelve incierto. Lo único certero es el último destino: volver a Los Angeles. Hasta que esto último no pasa, hasta ese anuncio en el cual Favreau le dice a su hijo que volverán a su casa a hacer sus vidas normales, #Chef propone durante las dos semanas de viaje a ser una película road movie familiar. Dicha road movie estará más cercana a Pequeña Miss Sunshine -hasta en el color amarillo que comparten sus pósters- que a un ejemplo más reciente como ¿Quién *&%! son los Miller? Si a lo sumo hereda algo de esta comedia es una pizca incorrección política que incluye, a partir de la segunda mitad de la película, momentos en los que el niño de 10 años aprende de su progenitor y el socio, cosas instructivas como a combatir la sensación de humedad entre sus piernas poniéndose harina de maíz en las bolas, o el momento en que los dos adultos cantan a toda voz un estribillo que repite “Terapia sexual es algo bueno para mí” una y otra vez delante del niño.
Sin embargo, una de las cuestiones más interesantes de #Chef es que algunos de sus grandes momentos no se encuentran en chistes aislados sino en instantes de segundos de duración: el plano en el que Molly mira con admiración a Carl mientras cocina, el rostro de Molly expectante antes de llevarse el tenedor a la boca y su posterior mirada de aprobación, o el montaje de videos de 1 segundo por día grabados por el hijo durante el viaje y que actúa como un revival de todas las emociones descubiertas y vividas así como motor para volver a animarse y hacer de la aventura un modo de vida. Porque como sucede cuando probamos un exuberante postre hipercalórico por primera vez, antes que se termine ya sabemos que vamos a querer otro.
#Chef es de esas películas que cada vez tienen menos lugar para estrenarse en las carteleras de nuestro país. Películas sobre personajes, como lo fueron The Five Year Engagment (de Stoller, el gran ignorado de las salas argentinas a excepción de su última película, Buenos Vecinos), Bernie, de Linklater o The Way Way Back, de los guionistas de Los Descendientes; tres grandes ejemplos de excelentes películas de estos últimos años, que jamás vieron la cartelera local. Por eso, el estreno de esta comedia nutritiva en nuestros cines, simboliza un pequeño, pero significativo triunfo. Porque #Chef es en definitiva un Favreau haciendo lo que quiere y siguiendo sus propias reglas; la definición de libertad creativa absoluta. Y si él es El Jefe, confiamos –casi ciegamente- en sus recetas.
Por Elena Marina D’Aquila