Ya van diez años desde la muerte del valenciano Luis García Berlanga, y más de veinte desde su último largometraje, París Tombuctú. Antes lo necesitábamos pero lo teníamos, y ahora lo seguimos necesitando, o al menos necesitamos sus películas, su espíritu, su mirada, su capacidad de poner las cosas en sabia perspectiva, sobre todo para este año y los que vendrán, para poder poner en justa corrosión cómica -la sabiduría tiene forma de carcajada- lo que nos pasó y lo que estamos viviendo. Necesitamos alguien que haga una película que rompa todo a fuerza de risas y absurdidad, que pueda heredar a Berlanga, y que se anime a hacer alguna comedia de extrema corrosividad titulada “Yo me quedo en casa” o “Renuncien al respirador o todos a la cárcel” o “Esa pareja feliz con sexting”. Pero el mundo -que en 2020 cantó “Imagine” de modo “coral in absentia”- no está para Berlangas y se encamina hacia el fin de la comedia, hacia el fin de la sabiduría -o del mero saber- y hacia la incertidumbre acerca del futuro del cine. Hay gente que dice que las series y que la nueva normalidad representan orondas el presente y así, mientras Disney+ ofrece todo Pixar y series de personajes derivados de Star Wars, tenemos cero de Berlanga disponible en streaming (ni Plácido, ni El verdugo, ni Bienvenido Mister Marshall). La cantinela de “la nueva normalidad” podría ser útil para otro posible título de un cine inspirado en Don Luis: Plácido en la nueva normalidad, o el paraíso del Verdugo.
En los países en los que la gente repite consignas como lo hacen los pájaros con capacidad vocal -cada vez son más, los pájaros y esos países-, los cambios de dirección más sorprendentes, las flamantes alianzas entre los que se detestaban, y las ruindades más grandes siempre son posibles de ser justificadas: solo hay que encontrar la fórmula para comunicarlas. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, la España del dictador Francisco Franco no estaba muy bien vista por la comunidad internacional -Franco había “simpatizado” con las potencias del Eje- y el aislamiento se hacía sentir: España no estaba incluida en el Plan Marshall, por ejemplo. En 1947, Franco recibió una gran ayuda del gobierno argentino de Juan Domingo Perón, que le sirvió para legitimarse y como impulso para la economía en momentos de notoria dificultad. Los Estados Unidos eran, para el gobierno franquista y sus maquinaria de propaganda, los malos.
Pero las cosas fueron cambiando y en aquellos años iniciales de la década del cincuenta se fueron acercando españoles y estadounidenses, tanto que en septiembre de 1953 los Estados Unidos (Eisenhower era el presidente) y España celebraron un Tratado de Cooperación y Amistad válido por diez años. Y entonces los estadounidenses, los americanos, ya no eran los malos; resulta que… ¡eran buenos! “Vivir es cambiar, en cualquier foto vieja lo verás”, ya lo cantaba el Polaco Goyeneche con letra de Homero Expósito. Y ante estos “cambios en la opinión pública” Luis García Berlanga, que todavía no había dirigido ningún largometraje en solitario, se aventuró a hacer Bienvenido Mister Marshall (1953), una de las mejores películas de toda la historia del cine español (aunque Plácido y El verdugo del propio Berlanga sean aún mejores), una de las sátiras más inspiradas y lúcidas del presente que toca en suerte, uno de los manifiestos más claros para mandar todo el absurdo y el sinsentido al mismísimo demonio, o a un pueblo perdido en Castilla que se intenta disfrazar de andaluz para agasajar al americano que promete visitarlos. Así resume el argumento de la película el “Berlanga Film Museum”:
“Don Pablo, el alcalde de un pueblecito castellano llamado Villar del Río, recibe la visita del Delegado General, quien le anuncia la inmediata llegada de una delegación del gobierno de los Estados Unidos como parte de un Plan de Recuperación Europea. Tanto las fuerzas vivas de la localidad como sus habitantes más humildes reciben la noticia como todo un acontecimiento que vendrá a cubrir sus necesidades más perentorias y satisfacer sus sueños más codiciados. Pese a las reticencias y desconfianza de algunos, las autoridades deciden organizar a los americanos una calurosa acogida con la ayuda de Manolo, representante artístico de una cantante folclórica, Carmen Vargas, que se encuentra en el pueblo de gira. El plan consiste en cambiar la fisionomía del austero municipio castellano, convirtiéndolo en un típico pueblo andaluz, colorido y alegre.
Los habitantes de Villar del Río recrean mientras duermen sus temores y deseos ante la llegada de los americanos. Incluso se llega a elaborar una lista de peticiones donde cada uno solicita aquello que más necesite o quisiera tener, resultando las demandas de lo más dispares, desde una vaca hasta una máquina de coser o unos prismáticos. Cuando llega el gran día y todo está listo para el recibimiento a los americanos, la comitiva atraviesa el poblado en grandes vehículos, sin detenerse siquiera. Decepcionados, los habitantes de Villar del Río se despojan de sus falsas indumentarias y recuperan su rutina habitual, cooperando solidariamente con algunos de sus bienes para pagar la mascarada andaluza.”
Carmen Vargas estaba interpretada por la joven cantante Lolita Sevilla, y esta inclusión fue una exigencia de uno de los productores. Además, tenía que haber “cinco o siete canciones, que cumplimos a rajatabla”, según contaba Berlanga. Ante esas imposiciones Juan Antonio Bardem, que iba a codirigir con Berlanga, como lo habían hecho en Esa pareja feliz -anterior pero estrenada después, ante el éxito de Bienvenido Mister Marshall-, prefirió no hacerlo. Y así Bienvenido Mister Marshall se convirtió en la ópera prima de Berlanga, que también contaba que la primera idea fue hacer una versión de La kermesse heroica, en la que los americanos iban con su Coca-cola a un pueblo español que fabricara cerveza o vino, pero después no fue la Coca-cola sino el Plan Marshall. Y ese fue el esbozo de Bienvenido Mister Marshall. Berlanga cuenta que el rodaje fue “una tortura” y que, a pesar de que los productores confiaban en él, todo el equipo técnico estaba en su contra porque lo consideraban joven e inexperto. Berlanga lo recuerda como un rodaje amargo, en el que estuvo incluso a punto de llegar a los puños con un operador. Pero de rodajes difíciles -lo supo James Cameron en Titanic– nacen muchas veces películas exitosas, y Bienvenido Mister Marshall lo fue, y fue bendecida por saber conectarse con su tiempo, por saber reírse de sus tiempos, difíciles como todos pero quizás un poco más absurdos.
Y Berlanga aprovechó la obligación de tener canciones para legarnos una de las más perdurables del cine español, una que puede llegar a representar la máxima capacidad de torpedo crítico que puede tener una comedia. Aquí un fragmento de la canción que todos los que han visto Bienvenido Mister Marshall recuerdan:
“Los yanquis han venio’, ¡Olé! el salero con mil regalos. / Y a las niñas bonitas van a obsequiarlas con aeroplanos / Con aeroplanos de chorro libre, que corta el aire. / Y también rascacielos bien conservaos en “frigidaire”. / Americanos, vienen a España guapos y sanos. / Viva el tronío de ese gran pueblo con poderío. / ¡Olé Virginia y Michigan!, ¡ y viva “Tersas” que no está mal!, no está mal. / Os recibimos, americanos con alegría. / ¡Olé mi mare!, ¡Olé mi suegra y ole mi tía!.”
En la película decían “gordos y sanos” y no “guapos y sanos”, pero las dos versiones se conservan grabadas y disponibles en Spotify. Berlanga también aprovechó las polémicas y las quejas estadounidenses en Cannes -en donde la película fue muy bien recibida y premiada- para que Bienvenido Mister Marshall fuera más famosa. Y aprovechó también, claro, el arte del cine para legarnos uno de los diálogos cómicos más perfectos de la historia, ese del cura que, borgeanamente, enumera que en Estados Unidos “hay 49 millones de protestantes, 400.000 indios, 200.000 chinos, 5 millones de judíos, 13 millones de negros y 10 millones de… ¡nada!”.
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