Ambientada en los últimos días de la Guerra del Chaco, la primera película de ficción de Diego Mondaca gira en torno a una tropa de soldados bolivianos que, perdidos en ese inhóspito y árido territorio, deambulan en busca de un enemigo que ya se fue o que ya no existe. Como los protagonistas de Guarisove, los olvidados, se ven obligados a seguir peleando una contienda que los dejó atrás, aunque —a diferencia de los jóvenes combatientes de Malvinas que creían estar peleando contra los ingleses— los soldados de Chaco no pelean contra nadie: sus únicos oponentes son la confusa geografía, el calor inclemente y, claro, ellos mismos.
Según el teniente de la tropa, han pasado varios meses desde la última vez que se disparó una bala. ¿Para qué seguir avanzando? Hay que volver o pedir refuerzos, insiste. Pero el obstinado capitán interpretado por Fabián Arenillas —cuyo acento “alemán” va y viene de escena a escena— ordena continuar con la expedición. Las raciones son cada vez menores y el agua escasea, pero nada de eso importa: las órdenes exentas de sentido rigen las vidas de estos soldados que, incapaces de siquiera contemplar la posibilidad de no acatarlas, persisten en su peregrinación ciega. Así, atraviesan campamentos abandonados, se topan con aborígenes que ni siquiera se molestan en tratar de entenderlos y, finalmente, retornan a la base habiendo ganado nada y perdido mucho.
Es a partir de sus desplazamientos que Mondaca desarrolla la paradoja que encauza a buena parte del film: cuanto más se mueven los personajes, menos parecen avanzar. Empantanados, atrapados en un limbo de polvo y sequedad, su dinamismo deviene estancamiento; avanzan como Willard por el Río Nùng, pero sin saber que Kurtz no existe; su travesía, su viaje al corazón de las tinieblas, carece de una razón de ser. En este sentido, más que en Conrad o en Coppola, Mondaca halla su norte narrativo en Di Benedetto y, sobre todo, en Martel: como Diego de Zama, los soldados de Chaco sobreviven más por impulso que por voluntad, y la esperanza que en algún momento los motivó acaba asfixiada por la desazón del presente y la incertidumbre del futuro.
De hecho, con su formato cuadrado y encuadres levemente picados, hasta la propia cámara parece querer asfixiarlos. Similarmente, desde el plano sonoro, Mondaca apela a la cacofonía, al choque de lenguas y a cierto hiperrealismo a fin de ponernos en el lugar de los personajes e interiorizarnos con su confusión y padecimiento. Sin embargo, pese a sus notorios esfuerzos, el director no termina de lograrlo: vemos y oímos el cansancio y el malestar de los protagonistas, pero lejos estamos de sentir el peso de sus cuerpos, de percibir su desgaste físico y psicológico, o incluso de compadecernos ante su previsible y cruento destino. Es aquí, en esta distancia empática irreductible (reforzada, además, por un punto de vista indeciso), que la película manifiesta su principal problema, el cual —por otra parte— queda inevitablemente expuesto al ponerla en diálogo con alguno de sus referentes, ya sea el Zama de Martel o el Aguirre de Herzog.
En efecto, Aguirre, la ira de Dios es otra de las referencias estéticas que pueden detectarse en la ópera prima de Mondaca. No obstante, dejando de lado los puntos en común más obvios (la caracterización y el derrotero de los personajes, su descenso a la locura, la expedición condenada por los delirios del líder, etc.) y la inclusión del nombre de Herzog en los agradecimientos, la realidad es que la influencia del film protagonizado por Kinski en Chaco roza lo superficial: ni la potencia de su relato, ni sus desgarradas interpretaciones, ni su capacidad para registrar un sinsentido absoluto y presentarlo como inevitable son rastreables en esta coproducción argentino-boliviana. Por el contrario, y un poco a la manera de sus personajes sedientos, Chaco sabe lo que quiere expresar pero carece de la elocuencia necesaria para hacerlo. En consecuencia, su operación se vuelve repetitiva y sólo resulta original en su carácter de retrato de un acontecimiento histórico; por fuera de ello, sus gestos acaban siendo como los pequeños hurtos del cabo Liborio: al principio responden a una razón, pero eventualmente la pierden y se tornan vacíos, automáticos, intrascendentes.
© Joaquín Chazarreta, 2020 | @JMChazarreta
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(Bolivia, Argentina, 2020)
Dirección: Diego Mondaca. Guion: Cesar Diaz, Diego Mondaca, Pilar Palomero. Elenco: Fabián Arenillas, Omar Calisaya, Fausto Castellón, Raimundo Ramos. Producción: Álvaro Manzano, Camila Molina. Duración: 77 minutos.