CUESTA ABAJO
Con esta cuarta entrega del MonsterVerse de Legendary Entertainment llega la tan prometida colisión de titanes. Si es el fin de una etapa, o el de una muy breve era, está por verse. Todo depende de esa resolución financiera que son los resultados taquilleros, fundamentalmente de los que provienen de Estados Unidos, los cuales serán muy determinantes para estos primeros días de exhibición con la modalidad simultánea de cine/streaming.
Godzilla vs. Kong es tanto una secuela cronológica a Kong – La Isla Calavera, como a Godzilla (2014) y Godzilla II – El Rey de los Monstruos. Esto, suponemos, lo sabe casi todo el mundo. De los trabajos de Peter Jackson y Roland Emmerich -entre otros- no se rememora nada, salvo por algún integrante compartido del elenco, apellidos repetidos y/o efemérides internas.
Cada película de este -“monstruoso”- universo compartido cuenta con un director diferente. Para esta ocasión, tenemos detrás de cámaras a Adam Wingard, responsable de la muy elogiada The Guest y de la tan despreciada adaptación de Death Note, por citar dos recepciones extremadamente opuestas aunque no le hemos dedicado tiempo a la segunda, cosa que películas como la que comentaremos a continuación nos tienta a hacerlo de una vez por todas.
Le pese a quien le pese, tanto el gorila como la iguana atómica son propensos a generar daños colaterales en cualquier escenario de batalla. La búsqueda por el bien común es una consecuencia antes que una causa y esto se da por partida doble. Quien llore por las ”nuevas” -y “novedosas”- pérdidas humanas provocadas por Godzilla, se olvida del tsunami que lo acompañó en su llegada a Hawái. Lo de Kong sí está más cerca de ser una novedad, pero en la Isla Calavera solo derribaba a los helicópteros que bombardeaban su hogar y a humanos con sed de venganza hacia su figura, nunca lo habíamos visto –en este universo de la década anterior- ante la incomodidad de enfrentarse a edificios ocupados como obstáculos mortales.
Es frecuente la lectura de que una película como esta sirve para apagar el cerebro y que el estilo de Wingard brilla por su ausencia; Que es un trabajo por encargo, un entretenimiento escapista sin ningún valor digno de análisis, solo “bichos que se matan a trompadas”; que la palabrería y el bagaje de los humanos sobran; y que los motivos de los villanos -presentados inicialmente como benefactores, pero con un móvil subyacente y, por supuesto, benigno- son dignos de una telenovela (habría que ver qué piensan de esto si lo comparamos con el engaño de Gavin Elster). Y, para ser sinceros, hay algo de cierto en todos estos lloriqueos apresurados que parecen tener el principio unidireccional de separar lo comercial/pochoclero de algo merecedor de ser alabado artísticamente.
Es fácil jugar a encontrar el tesoro de la referencia. Es decir, se recurre deliberadamente al salto de John McClane desde la terraza del Nakatomi Plaza y al reacomodamiento del hombro dislocado de Martin Riggs –reconocido como marca registrada de Arma mortal 2 al final de los créditos-, pero hablar de las semejanzas poéticas entre Kong, McClane y Riggs es algo de lo que se rehúye constantemente. Sucede también con películas que instantáneamente son catalogadas como obras de un culto elevado. Pensemos en The Lighthouse de Robert Eggers. Muy aplaudida por su “rareza”, por inentendible o por la libertad que ofrece a la hora de entenderse como una alusión a distintas obras de otras formas de arte. Poco se habla de que su último plano sea casi un calco de la imagen del Prometeo encadenado que es devorado por un águila. Poco se habla sobre si es una imitación servil del referente aludido, o una relectura pertinentemente cifrada, por el simple hecho de ser “artísticamente competente”, por decirlo de alguna manera.
¿Qué sucede con los arquetipos de Godzilla vs. Kong? Con todos sus bemoles, de si se trata de dos tipos de heroísmo o anti-heroísmo, el referido tradicional está siempre latente. Y sí, Kong tiene más tiempo en pantalla, porque el punto de vista del relato juega con la posibilidad de que Godzilla sea el antagonista absoluto, esto se vio en todos los tráilers.
Además de la Agencia Secreta de Monarch, la fábula recurre a un concepto mencionado en las dos entregas anteriores: el de la “Tierra Hueca”. Si un personaje nos explica algo relacionado al tema, lo más probable es que el público se ría incontables veces antes de tomárselo en serio. ¿Falla este aspecto en su ejecución? A veces, sobre todo en lo que se es propiamente dicho. Con el Dr. Nathan Lind (Alexander Skarsgård), quien nos invita a una tormenta de bostezos cada vez que habla de su área de conocimientos, mientras que, paralelamente, Maddie Russell (Millie Bobbie Brown) se convierte en la máxima militante de la sobreexplicación científica sostenida con la muletilla de “o sea que lo que están haciendo los malos es…”.
No es que los temas sean aburridos, sino que el dispositivo de Lind, de explicar su teoría y después ver la práctica, y el de Maddie, de ver las acciones con claridad para después expresarlo en palabras, nos sumergen en un ciclo de reiteraciones con poca gracia que se padecen en la primera mitad, sin que estos dos personajes pierdan del todo su encanto, hay que decirlo.
Quien se mantiene en una lucidez permanente es Jia (Kaylee Hottle), la niña que se comunica con Kong por lenguaje de señas. Expresión de entendimiento mutuo que se nos revela en un muy logrado empleo de la lluvia como elemento catártico, consolidando a los dos personajes en el núcleo emocional del relato.
Retomando lo referido a esta “Tierra Hueca”, su puesta en escena es un logro absoluto. No faltarán las quejas por el uso de CGI, pero hay muchos aspectos líricos favorables. De arranque, que el viaje lo haga solo uno de los monstruos, y no los dos, incita a un dialogo abierto con la poesía griega, en particular, La Odisea. A esta tierra se ingresa horizontalmente, a pedido -y con la compañía- de una común unión –humana- con la tarea de recuperar un dispositivo que ayudaría a restablecer el orden en su mundo. De ella, en cambio, se sale verticalmente, con la incitación de un adversario transitorio, Godzilla. Podemos hablar, así, de un rito de pasaje en clave de katábasis, con la realización de una prueba como descenso emocional y metafísico, un descensus ad inferos.
A base de una discutible tendencia al psicoanálisis, Joseph Campbell lo ha estudiado en relación a la figura del héroe. Sin embargo, nos convoca más el análisis de la letra de Alfredo Le Pera en “Cuesta abajo”, adjuntado en La traducción de la melancolía… Un posible renacer, una vuelta al origen, donde Kong bebe la sangre de sus rivales, entiende que las palmas de sus antecesores también sangran y reconquista la herramienta que -si la historia no es simbólicamente cerrada- será empleada como un arma y no con los motivos deseados. De esta manera, se funda una nueva sociedad cuando este dispositivo es arrojado al suelo. Esto no solo remite al último gesto del capitán Willard en Apocalypse Now, también lo hace con sus otras reutilizaciones míticas, históricas, literarias y –por qué no- autoconcientes.
Ya lo han dicho muchas personas: hay un vencedor. Si vieron la película anterior, la más apaleada por la multitud pro-consensos y –supuestamente- anti contenidista, ya saben qué se puede esperar después de que termina la pelea del título. El desenlace está sostenido por toda una solución de continuidad que respeta el mecanismo de sus antecesoras y hasta trasciende los casos donde solo había meras referencias cinéfilas –Kong – La Isla Calavera, en la que su protagonista se llama Conrad y hasta un póster oficial de IMAX replica al de la película de Coppola-. Tiene sus tropiezos con una verborrea científica explicativa, pero Godzilla vs. Kong cumple con lo espectacular y deja, al cruzar, las huellas de un pasado que pueden usarse de trampolín en posibles secuelas o en futuras teorías sobre estas películas de universos compartidos que tanto nos invadían en el mundo que conocíamos. Porque, siendo una buena excepción a la regla, se dio el lujo de eliminar cabos sueltos, tanto en la película como durante sus créditos finales.
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.
(Estados Unidos, 2021)
Dirección: Adam Wingard. Guion: Eric Pearson, Max Borenstein. Elenco: Alexander Skarsgård, Rebecca Hall, Kaylee Hottle, Millie Bobby Brown, Julian Dennison, Brian Tyree Henry, Shun Oguri, Demián Bichir, Eiza González, Kyle Chandler. Producción: Thomas Tull, Jon Jashni, Brian Rogers, Mary Parent, Alex Garcia, Eric McLeod. Duración: 113 minutos.