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CRÍTICAS - STREAMING

The Beatles: Get Back

A Gustavo, por los miles de ensayos

1. Una forma posible de pensar la obra de los Beatles es como la de una progresiva desamericanización. No es que alguna vez hayan abjurado de la herencia transatlántica; de hecho, Get Back deja ver el placer, el entusiasmo con el zapan los clásicos fundantes del género entre las paredes del gélido galpón en Twickenham. Pero podría decirse que la economía, y si se quiere cierta frescura y sencillez de las canciones iniciales del cuarteto, hijas del blues, el rhythm and blues y otras expresiones afroamericanas (la consabida armonía de primero-cuarto-quinto; la claridad de la instrumentación; la forma siempre aprehensible) fueron dejándole cada vez más y más espacio a otra cosa. Esa otra cosa que va de “Love Me Do” a “Tomorrow Never Knows”, de “I Saw Her Standing There” a “Rain”, “Helter Skelter” o “Revolution 9”, es un recorrido demasiado conocido como para desarrollarlo aquí, y en buena medida está explicado en la introducción de la serie. Si a mediados de los 50 los Quarrymen eran casi inevitables para cualquier adolescente inglés más o menos avispado, si dejarse sacudir por la electricidad en el aire que llegaba desde América era una obligación, la situación el 2 de enero del 69, cuando las sesiones de Get Back arrancan, era muy distinta. En ese proceso que duró década y media, tan consciente como ineludible, lo que hubo fue una expansión, una adición de capas, en la que la combinatoria de sus talentos individuales y grupales, la curiosidad sin límites y el ambiente en ebullición del Londres de los 60 (del que fueron efecto y causa) resultaron ser el soporte sobre el cual las múltiples influencias de todo tipo, color y procedencia se mezclaron en su obra, propiciando una permanente huida creativa hacia adelante.

La grabación de lo que sería “Let It Be que retrata la serie de Jackson fue un paréntesis en ese camino, una declinación pasajera en el apetito vanguardista de la banda -la única en toda su carrera-. Las melodías etéreas siguen estando, pero el disco en su concepción original (antes de la orquestación de Phil Spector, agregada entre gallos y medianoche) fue una vuelta a las fuentes, al rock en su blanca desnudez, a la interpretación en vivo (“un empleo honesto”, según la genial definición de Pappo) por sobre los mil trucajes de estudio hábilmente estudiados. Ese paréntesis se abriría y se cerraría allí, en ese enero del 69. Apenas tres semanas después, en las sesiones de grabación para Abbey Road, retomarían el impulso de siempre, y habría lugar para el desborde al mismo tiempo apasionado y casi nihilista de “I Want You”, para el flirteo beethoveniano de “Because”, para la apoteosis del medley. Todos estos datos, que podrían ser anecdóticos, incluso independientes de Get Back, creo que adquieren hoy un peso decisivo al momento de sopesar las imágenes. Pero ya volveré sobre esto. Primera constatación: otoñales, trepidantes, pastoriles, rústicas o elegantes según el caso, perfectas casi todas, son solo canciones. ¿Qué hay de malo en eso?

2. En estos días se hizo viral un video de Tony Bennett, a sus 95 años ya, cantando “Fly Me to the Moon”, invitado en un recital de Lady Gaga. Según leo, Bennett padece Alzheimer, por lo que solo se conecta esporádicamente y a tientas con lo que lo rodea y con quienes lo rodean. Sin embargo, ahí está la música, como si nada ocurriera. La interpretación es notable por sí misma (sorprende la firmeza de la voz en alguien casi centenario) y no necesita aditamentos, pero el dato de su enfermedad y la forma en la que cede su lugar misteriosamente cuando comienzan los acordes disparó un esperable sinnúmero de comentarios.  

Esa reacción es parte de un fenómeno más amplio que siempre me llamó la atención y sobre el cual planteo una hipótesis incomprobable: quienes aman la música desde el rol exclusivo de oyentes, tienden a idealizarla como a ningún otro arte. Según esta visión, la música es Shangri-La, o una diosa que dispensa solo goce ininterrumpido a todo el mundo, en particular a los propios músicos. “La música salvó mi vida” bien podría ser una frase enmarcada y colgada en la pared, y nadie estaría en condiciones de negarle al viejo Tony o a quien sea su validez, pero ese es solo el lado glamoroso del asunto: algo que saben Bennett y todo el resto de los músicos que han sido y serán es que detrás de la música hay trabajo, mucho y siempre. Segundo punto: Get Back es una película sobre gente trabajando, y haciéndolo bajo presión. Que sean los mejores en lo suyo, que al final de la línea de montaje el producto resultante sea una canción, que la principal materia prima requerida sea la creatividad, no niega esa condición.

Vuelvo a la red. Uno de los incontables videos con extractos del documental que pueden verse en Youtube lo muestra a McCartney en el preciso momento en el que “Get Back” empieza a nacer, con Ringo y George como mudos testigos. Primero es un murmullo, inquieto e inasible. De a poco la canción va tomando su forma básica: lo que era un tanteo, un gesto primigenio, se va convirtiendo en acordes (en el bajo, notable) y en una melodía todavía sin letra. Tiempo después, el final de la historia será la canción que todos conocemos. Al video le pusieron como título “Genius at Work”. Get Backno omite opinión sobre lo primera mitad de la frase (en todo caso deja que las imágenes hablen por sí solas), pero se encarga obsesivamente de retratar la segunda, de remarcar que la música es también materia; en su origen, una masa informe que requiere de una idea para asomar desde su Pangea, pero a la que solo el trabajo le termina confiriendo su tono (un músculo, un corazón, un alma) definitivo. Es un mérito mayúsculo de Jackson que la edición de las decenas de horas del material original haya privilegiado ese aspecto, sin subrayados ni comentarios parciales, evitando toda demagogia. El paso de los días en el calendario, la sucesión de los diferentes deadlines pueden ir puntuando la narración, pero por debajo y en silencio, sin prisa y sin pausa, lo que sobrelleva el hilo es ese proceso fatigoso. Pensarlo así agrega una capa de sentido adicional a la advertencia inicial de que se trató de presentar una imagen general ajustada a cómo fueron los hechos. Los músicos, incluso aunque se les haya concedido el don de la genialidad, nunca dejan de trabajar de músicos.

3. Por supuesto que no todo es la carga del trabajo, con su fastidiosa división de tareas, con sus coletazos ineludibles de peleas, egos inflados o heridos y ajuste de cuentas, como corresponde a toda banda de rock que se precie. Y aunque se vea cómo Harrison deja el grupo por unos días, y aunque ahora sepamos que el final los esperaba a la vuelta de la esquina, es posible que la primera sorpresa que Get Back genera sea dar por tierra con la imagen de una serie de sesiones amargas, realizadas con el cuchillo entre los dientes –el aspecto que privilegió la Let It Be de Michael Lindsay-Hogg. Get Back tiene, sobre todo, buen humor. La mayor parte del tiempo los muchachos no la pasan nada mal, y por momentos la pasan realmente bien. Hay un primer punto de quiebre en el talante general, la mudanza desde los sets de Twickenham hacia el estudio armado en el sótano de las oficinas de Apple, en Savile Road. Y hay un segundo, ostensible y definitivo, que ya no va a abandonar la serie hasta el final, y es el ingreso de Billy Preston.

Con mucho de azarosa, la llegada del que fuera tecladista de Little Richard, con su bonhomía y su sonrisa constante (ese hombre parece haber vivido relajado toda su vida) opera una especie de milagro. A decir verdad, esa era una historia conocida: pero una cosa es haberlo leído, o haberlo escuchado en alguna entrevista, y otra muy distinta verlo. Desde ese momento, no solo los materiales musicales se aglutinan, se potencian y estallan: la conexión entre los cinco también entra en una fase distinta. Hasta las visitas se pliegan a ese clima: Linda, radiante, hace honor a su nombre; la pequeña Heather brilla con luz propia (sus momentos de juegos con Ringo y John son extraordinarios); hasta la inefable Yoko Ono parece sumarse a la alegría grupal. Particularmente a McCartney y a Harrison, la catarata de canciones geniales les brota con la misma naturalidad de quien respira. En ese ambiente, otro gran segmento se inmiscuye: las imágenes caseras, grabadas por ellos mismos, del viaje a la India y el recuerdo a la distancia de aquellos días.

Nueve años después de la decisiva experiencia alemana, es como la vuelta a la alegría de los tugurios de Hamburgo, cuando solo había futuro por delante. Get Back no solo tiene buen humor: es un catálogo del disfrute que puede generar hacer música. Si el trabajo la dignifica, esos momentos la justifican. Y el placer y la felicidad no necesitan explicaciones.  

4. Siempre me resultó sospechosa, como si fuera una sobreactuación, la manera en la que McCartney se encargó durante años de idealizar su amistad con Lennon. Otra hipótesis incomprobable (este es el momento del manual de psicología barata) es que esa actitud estaba promovida por la culpa de haber sobrevivido a su amigo. A ese pecado se le podría sumar otro: jamás se molestó en vender una imagen de rockero contestatario, más bien siempre lució como un yerno perfecto. Todo eso, retroalimentado por una crítica estrábica de la vida burguesa por parte de un rockero, durante mucho tiempo, le resultó intolerable. 

En mi defensa, puedo decir que hay una base que sustenta la sospecha. En 1971 Lennon lanzó Imagine. El disco contenía “How Do You Sleep”, un ataque a McCartney hecho y derecho, sin eufemismos. No fue el primer lance entre ambos, ni sería el último: hay quienes dicen que “Silly Love Songs” es la respuesta juguetona del zurdo a algunos comentarios de Lennon. Lo que importa es que ese período que va de los últimos meses de vida de la banda hasta el 74, aproximadamente, en el que se produjo la reconciliación pública, resultó tener para la historia y su relato un peso decisivo. Es como si ese diminuto epistolario mutuo de canciones agrias hubiera bastado para contrapesar toda una obra conjunta construida durante una década.

A esta altura podrán pensar, con razón, que todo esto no tiene ninguna relevancia. Pero al menos me da pie para llegar al punto que me interesa: de ser correcta, la aparición del documental da por tierra con todas mis suspicacias. Nobleza obliga: Paul, tenías razón. Si Get Back sorprende por su buen humor, también lo hace por permitirnos ser testigos directos de lo que era, todavía en aquellos días, la sociedad creativa entre ambos; por sugerir cómo pueden haber sido las cosas en los largos años previos de ebullición creadora a todo vapor. “Como si fuéramos amantes”, le dice Lennon a McCartney en algún momento. Efectivamente, a pesar de la entendible bronca de Harrison por su eterno relegamiento, de la sana displicencia de Ringo, del desgaste de años vividos con la intensidad de un cometa, de la rémora de Yoko a sol y sombra, a pesar de todo, la combustión que se genera en los momentos en los que ambos conectan (bastan una mirada, una sonrisa cómplice) son suficientes para volver a incendiar Roma. 

5. Té y tostadas, algún vino como toda vianda; equipamiento básico para los instrumentos, consola de ocho pistas: llama la atención la frugalidad, a veces incluso la precariedad de todo lo que rodea al cuarteto. La excepción parece ser el suntuoso Blüthner del estudio, que sin embargo da pie para un momento notable: mientras ensayan su “For You Blue”, Harrison pide si es posible que suene como un piano barato de bar. La solución (George Martin, por supuesto, el mago siempre detrás) es poner unos papeles de diario entre las cuerdas. ¿Hasta dónde hubiera llegado esta gente de contar con la tecnología actual?

A mediados de 1970, poco más de un año después, Led Zeppelin ganaba la encuesta anual de la Melody Maker como mejor banda inglesa. Luego de ocho votaciones consecutivas, era la primera vez que los Beatles no ocupaban ese lugar. Quien haya visto el comienzo de The Song Remains the Same recordará el avión privado de Jimmy Page y compañía, las limusinas escoltadas por la policía hasta el Madison Square Garden, el aura de estrellas distantes que los rodea. Preguntarse si en ese entonces los Beatles eran o no así de millonarios, si cierto pudor les impedía mostrar esa imagen ostentosa, si sus personalidades tenían otro cariz, si aún no se habían despegado del todo de sus orígenes proletarios no tiene ninguna relevancia. Lo remarcable es que en Get Back el rock es, todavía, un asunto a escala humana.

6. Hace unos días, hablando con el amigo David Obarrio, me decía algo así como que, para los Beatles, Get Back es un antídoto contra el paso del tiempo, contra la muerte (siempre volvemos a Bazin). Efectivamente, amigo, estamos de acuerdo. Y creo que sobre esa idea se apoya otra; en todo caso, más que una idea, una luz que se proyecta sobre ese breve período, y que para los seguidores incondicionales de los Beatles trae un alivio acaso a esta altura impensado. No hay razón para creer que de la fuente inagotable de material encontrado de la banda no sigan surgiendo cosas para que el negocio siga rodando, pero me animo a decir que para esos fans, para nosotros, Get Back es el documento definitivo.

Let It Be siempre fue un asunto ríspido, el disco al que una serie de malentendidos lo desplazó del lugar que merecía; es el disco del retroceso, el que no tuvo descendencia. Como si hubiera algo ligeramente vergonzante en el gusto por canciones como la propia “Let It Be”, “The Long and Winding Road” o “Across the Universe”. De ese estado de cosas, las razones musicales que mencioné al comienzo son solo una parte de la explicación. Toda una conjunción de hechos aportaron en ese sentido: el clima amargo que privilegió retratar la película de Lindsay-Hogg, las peleas públicas que por aquel entonces ya nadie se encargaba de ocultar, el lanzamiento del disco luego de la separación de la banda, el hecho mismo de que en la tapa (por primera y única vez) los cuatro miembros aparecieran separados. Medio siglo después, Get Back llega para aclarar todos esos malentendidos.

Hay pocas cosas menos originales, menos sofisticadas que admirar a los Beatles. La legión es demasiado numerosa como para que cualquier miembro se sienta un iluminado, un elegido por profesar esa devoción. Al mismo tiempo, con ellos pasa lo que con cualquier artista genuinamente popular: reverberan en cada uno de una forma única e intransferible. Van entonces las últimas dos hipótesis inverificables. La primera: es posible que esa mancha alrededor de ese momento y de ese disco fuera algo que todos compartíamos resignadamente; para esa resignación, qué mejor que estas imágenes, que tienen algo de epifanía imprevista. Por último: así como los Beatles han estado, desde mi adolescencia, en todos los avatares de mi vida, en los felices y en los otros, aventuro que somos muchos los que podemos decir lo mismo. Si como anuncian todos los indicios, este es un largo y sinuoso camino por recorrer, recuperarlos de esta manera, en esta versión de sí mismos, es la mejor de las noticias. Por siempre jóvenes y enamorados, felices y rockeando entre amigos: no se me ocurren muchas mejores compañías para seguir transitándolo.

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Reino Unido, Nueva Zelanda, Estados Unidos, 2021)

Dirección: Peter Jackson, Michael Lindsay-Hogg. Producción: Neil Aspinall, Jonathan Clyde, Olivia Harrison, Peter Jackson, Paul McCartney, Clare Olssen, Yoko Ono, Ringo Starr. Duración: 7hs. 48 mins.

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