Dos hermanos escuchan desde su rancho y en la lejanía, disparos, sobre un horizonte ennegrecido por la noche. Al día siguiente encuentran, tendido en el suelo, entre árboles y pastos crecidos, un cuerpo mutilado junto a las pertenencias de lo que alguna vez fue un ser humano, desconcertándolos por completo. Como el cadáver se encuentra en los límites de un rancho vecino, los hermanos van a dar aviso a la gente de la zona. Al llegar a lo de una anciana con dos hijos, un mal se revela ante sus ojos y que, de un modo u otro, parece conectar con el cuerpo antes mencionado. Uno de los ocupantes de la casa está “embichado”, como se refieren al tipo grotescamente deformado postrado en una cama sobre su escatológica miseria. El “embichado” es una formalidad coloquial campesina de referirse a un poseído.
Pronto decidirán deshacerse de éste, alegando, bajo viejas creencias tradicionalistas, que de no hacerlo traerá el mal a la zona y no habrá vuelta atrás. Es que el mal acá debe ser derrotado de una forma particular, sin utilizar armas de fuego ni artilugios similares y bajo un conocimiento específico sobre el tema. Es por eso que una vez que se deshacen del “embichado” a cientos de kilómetros de la zona utilizando una camioneta, en vez de encontrar una solución, empeoran el panorama y consigo desatan el horror, el caos y la tragedia: Diabolus ex Machina, que desde La epopeya de Gilgamesh, hasta la actualidad, no es más que todo aquello que en su función maléfica, asegura que los hechos empeoren. Ergo el mal comenzará a buscar la forma para (in)filtrarse y lograr así su cometido: infectar a cualquiera que tenga contacto en cadena con quienes se acercaron en algún momento al cuerpo. De esta manera, una vez que Pedro, uno de los hermanos, intente por todos los medios dar aviso a su ex mujer y sus hijos sobre lo que sucederá en el pueblo si se quedan, un pandemónium hórrido se desatará. El hombre, cuyo pasado se mantiene fuera de nuestro alcance, tiene una perimetral y no puede, en realidad, acercarse a su familia. De esta forma, Pedro, que intenta perpetrar el ‘actio transiens’ y redimir así viejas heridas pasadas, escapa en vehículo junto a su madre, sus dos hijos y su hermano Jimi.
Demián Rugna, el mismo de la gran Aterrados (2018), formula acá una suerte de relato espiralado, laberíntico si se quiere, hacia lo más oscuro y tremendista de las relaciones humanas. Acá cada una de las familias representadas sufren todo tipo de perturbaciones, principalmente perpetradas por una violencia lacerante y orgánica, desesperante y turbulenta y que se cuela más allá de lo fantástico y sobrenatural. El pasado de Pedro, apenas enunciado, es parte de ello. De esta forma, Cuando acecha la maldad habla de un mal al que justamente lo fortalece la desunión (como todo mal bien entendido) e indaga ferozmente sobre el comportamiento de sus criaturas en dichas circunstancias. Recordemos al niño muerto que regresaba de su tumba en Aterrados para poder saborear una vez más la leche de todos los desayunos y meriendas pasadas, o en éste caso, la utilización que hace Rugna sobre el mal infectando todo un colegio rural, asegurando la finitud de la segunda institución cuya función es la enseñanza (la otra es la familiar). Para entender esto, sólo hace falta dimensionar la materialidad de dicho empleo, si se quiere, simbólico: uno de los hijos de Pedro sufre una especie de retraso y su aspecto es más bien extraño. De esta manera lo fantástico en el relato es especular ante un hijo con serios problemas mentales y motores. Es decir, sabemos que lo fantástico es un desvío de lo mundano y ordinario y acá dicho desfase, representado también en ese joven, es más bien polar sobre el mundo cotidiano. Por eso si erradicamos el mal sobrenatural en la obra, aún así, lo que irrumpe en dicha cotidianidad, sobre lo ordinario, persiste intrínseco en su naturaleza inmanente por eso que parece querer abordar lo “antinatural”. Los niños, tanto en Aterrados y en ésta particularmente no son exentos de sufrir todo tipo de horrores, o nacer injustamente atravesados por lo extraño y diferente, envolviéndolos de un aura existencial sobre lo que suelen representar en el cine: el futuro. Uno que claramente no cuenta con un sol que les ilumine el camino.
Rugna, de esta manera, da cátedra sobre el mal en todas sus manifestaciones y formas, llevando el relato de gótico sureño hacia la más macabra, sórdida y despiadada forma de catábasis introspectiva sin salida hacia la trascendencia espiritual. No por nada los protagonistas saben que en ese mundo que habitan, lejano a la urbanización y modernidad, ese alter mundis al que acceden desde el inicio en una noche tormentosa para nosotros, pero cotidianamente para ellos, no existe un Dios que pueda ayudarlos. ¡Dios no existe ya! (en sus propias palabras), lo que condena y condiciona un ideal de salvación y redención, de trascendencia y heroicidad. Si en ese mundo, infectado de antemano con maldad y violencia (otra vez, recordemos el pasado de Pedro) no es posible acceder a lo trascendente, lo que se erige y vence es la Hybris, aquello que abraza las más variadas tribulaciones humanas y no deja espacio para la redención o iluminación. De esta manera el film es un viaje a las más perturbadoras cavilaciones, en un infierno perenne e insistente que no da cuartel a las criaturas que lo habitan ni a nosotros como espectadores, testigos de lo bárbaro e inenarrable.
Por eso Cuando acecha la maldad es una obra durísima, perturbadora, imparable como una aplanadora y con una visión del mundo terriblemente pesimista (¡esos niños ya sin hogar ni futuro!), tan difícil sacarla del cuerpo una vez que las luces en el cine se encienden y acto seguido debemos volver a nuestra cotidianidad sin lugar para lo fantástico.
(Argentina, 2023)
Guion, dirección: Demián Rugna. Elenco: Ezequiel Rodríguez, Damián Salomon, Silvia Sabater, Luis Ziembrowski. Producción:Fernando Díaz. Duración: 99 minutos.