Década del 70. Margaret, una joven mujer estadounidense es enviada a Roma para trabajar y servir en una iglesia. Al llegar se encuentra con una revolución social y laboral, en donde las calles son tomadas por estudiantes y todo tipo de manifestaciones. Por eso, el convento es un lugar seguro para ella y el resto de las mujeres que allí trabajan. Sor Silvia, la abadesa del convento, le explica que la gente está dejando de creer en la vida espiritual, por lo tanto, a Margaret le asignan que enseñe y trate de inculcar la palabra de Dios a como dé lugar. De a poco la joven comienza a ver irregularidades y hechos sumamente extraños que no son propios de las abadías, ni de ningún otro antro religioso: una monja errante que suele acercarse demasiado a algunas niñas, una pequeña que es aislada diariamente debido a su supuesto mal comportamiento y que parece saber más de lo que debería, visiones aterradoras que confunden a la protagonista y muchas cosas más. A medida que la joven vaya indagando sobre lo que allí sucede y se trata de ocultar, más peligroso y aterrador se volverá todo.
Incluyendo la posibilidad de que el anticristo se esté gestando en algún vientre materno mientras el tiempo corre y las horas y los días no alcanzan para evitarlo.
La primera profecía arranca bastante bien. Su construcción narrativa y estética remiten a cierto cine de terror de la década del 70. Un cine seco, directo, indagador, policial, adulto, sobrio. No por nada toma prestadas algunas ideas de películas con temáticas similares de aquellos tiempos. Acá hay algunos guiños a La profecía original (1976) como a Suspiria (1977) de Argento, algunas cositas del giallo italiano y hasta escenas calcadas de ese adefesio cinematográfico llamado Una mujer poseída (Possession, 1981), de ese adefesio de director que es Andrzej Zulawski.
Precuela de La profecía, clásico indiscutible de Richard Donner protagonizado por Gregory Peck y recordado mayormente por la siniestra “Ave Satani” de Jerry Goldsmith y las truculentas y sádicas muertes de sus personajes. En La profecía modelo 76, una obra muy de su época, es decir, que arrastró todas las formas y vicios formales de la década del 70, el terror se hacía presente por hechos que parecían tanto incoherentes como inconexos, pero luego resueltos inteligentemente e influenciados principalmente por un fuera de campo que cerraba su sentido por obra del espectador y su activa imaginación. En aquel film el mal se percibía, como un peligro latente y mortal, pero jamás quedaba sobreexpuesto o explicitado.
En La primera profecía, en cambio, su construcción estética y narrativa se ve abatida a medida que pasa el relato, principalmente por expresar sus ideas de manera sumamente explícitas: hay un innecesario primer plano de una vagina de cuyo interior emerge una mano horrorosa, un par de ceremonias rituales que no dejan mucho a la imaginación porque todo en ellas se reduce a la descripción detallada y literal, o la encarnación del mal absoluto y final, acá una criatura (digital, aclaramos) que en la película de Donner apenas si se la nombraba de a ratos.
Más allá de esta cuestión, con el transcurso del tiempo, otros hilos argumentales comienzan a notarse demasiado y terminan por confirmar, ya hacia el final, algunas sospechas que el espectador más despierto podría entrever: lo que parecía ser una lograda reflexión sobre la pérdida de la fé en la sociedad moderna del siglo pasado, además de la lucha intensa de la institución religiosa (la iglesia) por sobrevivir ante la llegada de lo que algunos llaman posmodernidad, en una década salvaje y oscura, termina siendo una especie de panfleto feminista o de empoderamiento de género tan obvio como vago en su ejecución. Es más, utiliza todo aquello nombrado anteriormente sólo para enfatizar esta última cuestión. Algo que, en su primera hora al menos, parecía irse cocinando lentamente con buenas herramientas e ideas y que, bajo una puesta en escena controlada y bien definida (el uso de espejos, algunas líneas de diálogos, espacios con representaciones o situaciones en sí) no molestaba en lo absoluto porque el camino que recorría era interesante y bastante sólido. El paso del tiempo toma esta arista argumental y la deja como el principal conflicto, reduciendo la obra a una historia con gusto a otras tantas películas de hoy en día.
En su último tramo, o en sus últimos veinte minutos tal vez, el film deja a la vista que no entiende o no sabe cómo retratar la lucha del bien y el mal. Alguien que no sabe interpretar la imaginería católica y su compleja funcionalidad, así como su postura en el mundo moderno, su mística y trascendencia, poco puede hacer para representar una lucha entre lo alto y lo bajo, lo moderno y lo tradicional. En cambio a su directora, al parecer, le interesa más hablar sobre el empoderamiento femenino utilizando a la iglesia como principal enemigo. Punto. Esto lo afirma con el espantoso final que se bifurca entre querer conectar con la obra de Donner (recuerden que es una precuela) y un desprendimiento esperanzador y revanchista (si se quiere) visto desde un prisma más actual.
Una lástima, de haber seguido como la primera hora y monedas, hubiera sido una película sumamente interesante. Con decir que los golpes de efecto (jumpscares) escasean y el sentimiento de tensión se mantiene constante en esa primera hora, es ya todo un logro para una película de género de hoy en día. Por el contrario, el resto es otra cosa.
(Estados Unidos, Italia, Reino Unido)
Dirección: Arkasha Stevenson. Guion: Tim Smith, Arkasha Stevenson, Keith Thomas. Elenco: Nell Tiger Free, Ralph Ineson, Sonia Braga, Tawfeek Barhom, María Caballero, Bill Nighy, Charles Dance. Producción: David S. Goyer, Keith Levine. Duración: 120 minutos.
1 comentario en “La primera profecía (The First Omen)”
Es aburrida y predecible. Fin