The Texas Chainsaw Massacre (1974) cumplió cincuenta años y sigue siendo una experiencia salvaje. Es la barbarie, lo descontrolado, lo impredecible, la violencia extrema, la locura asesina, lo absolutamente desconocido. Es el terror en su más cruda expresión.
Tobe Hooper hizo algo parecido a lo que hicieron los Ramones: dieron inicio a un género que triunfó en manos de otros, pero nadie lo hizo más feroz que ellos. The Texas… es, como sus monstruos, indomable. Son poco más de ochenta minutos de pura tensión y horror. Si con Halloween (1978) John Carpenter vino para ordenar el subgénero (cosmos) que se después se conoció como slasher, The Texas… lo hizo para señalar que existe el caos, y que ese caos atrae. ¿Por qué atrae? Eso nos debemos preguntar nosotros mismos cuando la vemos, la volvemos a ver y sentimos esa misma sensación terrible otra vez. Pero sabemos que vamos a volver a verla… una vez más. Y la próxima nos va a pasar lo mismo.
Casi no hay secuencias en las cuales no haya algo que luego se convertiría en regla, pero en ella no hay corsets, no imita a nadie, posee esa fascinante impronta de lo inicial. Todo está allí: el pueblo alejado, el grupo de jóvenes, la casa abandonada, el asesino enmascarado y la final girl. Pero, a su vez, todo fluye como si no estuviera escrito, como si no hubiese patrón a seguir. Eso solamente sucede con las películas que están llevadas con el soñado equilibrio entre inteligencia intelectual y emocional. Nada está puesto al azar, mientras, sin embargo, todo sucede como si de la vida real se tratara.
El texto inicial nos introduce a un supuesto hecho fehaciente, como lo haría The Blair Witch Project (1999) más de dos décadas después. Una fecha, el 18 de agosto de 1973, termina de poner el tinte de lo real. Esto sucedió, y precisamente al mismo tiempo en que Estados Unidos temblaba por la ebullición de los asesinos seriales. Porque mientras perdía la guerra de Vietnam, se profundizaba la Guerra Fría con la URSS y expandía golpes de Estado, planes de secuestro y tortura por toda América Latina, en el centro neurálgico del imperio del capital estaba brotando la violencia interna de una u otra manera.
Las obras artísticas que perduran son las que saben hablar de su propio tiempo en forma eterna. Toda la locura, el miedo, los gritos y la sangre a la que nos arroja Hooper, es una expresión de eso. Desde un primer momento, la película nos deja en claro que no vamos a asistir a nada digerible: ausencia de música; ruidos de palas cavando; respiraciones maníacas; flashes, con un sonido que recuerdo cuando era pibe y la vi por primera vez, pensaba que eran gritos deformados; detalles de cadáveres. ¿Qué está pasando? Cuando nos lo preguntamos, la voz radial que viene emergiendo nos habla de tumbas profanadas y la imagen nos muestra una escultura de cuerpos podridos arrancados de esas tumbas. Todo comienza con una escultura terrible.
El primer acto plantea un tono implacable, tan único que nadie ha logrado reproducir. La presentación de un grupo protagonista de jóvenes que será víctima no es el habitual, ni siquiera antes de que los grupos protagonistas sean habituales en el subgénero aún en gestación. El personaje que empieza por destacarse es Frankiln, un joven en silla de ruedas muy pesado, ansioso, charlatán, zarpado. Una mirada poco común sobre la misericordiada discapacidad. Una mirada humanizante. Es la mirada de Hooper.
El planteo sigue con un contexto de ¿no? actores, con un casting filoso, al borde de todo, que incomoda y mantiene alerta todo el tiempo. Todos allí orbitan un cementerio y un matadero. Orbitan la muerte. Franklin emula recuerdos familiares para describir los métodos más certeros para el sacrificio vacuno: martillo o disparo. La duda sobre cuál es el mejor método la empieza a disipar el loco que levantan haciendo dedo. Va a decir que los disparos dejaron sin trabajo a varios, y que lo mejor era el martillo. El tipo es extraño, empezando por la marca roja que surca su rostro, siguiendo por su actitud, y avanzando con que se corta una mano, le saca una foto a Franklin y, ante la negativa de que se la compren, la quema con pólvora, en un acto que parece de magia negra. Terminan por bajarlo a las patadas de la camioneta, mientras les deja un rastro de sangre a un lado. No va a ser la única marca que les deje.
El loco que levantan y dejan en la ruta define ya de entrada cómo será y de dónde viene el peligro. Es white trash, mano de obra desocupada, gente descartada. Él mataba vacas con un martillo y lo reemplazaron por disparos. Toda violencia en esta historia es consecuencia de una violencia previa.
Se detienen a cargar combustible, pero la estación de servicio no tiene. Otra clave de que las cosas no andan como debieran. Ellos buscan la casa de la familia de Franklin y su hermana Sally, que está allí cerca. Pero el dueño de la estación de servicio les advierte que no vayan a su destino. Luego sabremos que los advierte de sí mismo.
Cuando llegan a la casa, está toda destruida por el tiempo, con un abandono de años, nido de arañas y restos de magia negra incluidas. La locación es real, como todo en esta película. Cada detalle puede percibirse, reconocerse, sentirse, provoca tensión y aterra cada vez más. Se termina de constituir lo que se convertirá en una base del género: el grupo de jóvenes vulnerables en un espacio alejado y desprotegido.
El grupo se separa cuando Kirk y Pam se cortan solos y salen. Llegan a una de esas casas a las que ahora sabemos que no hay que entrar. Los espera el más salvaje asesino enmascarado en la historia del cine. Nadie lo nombra (el mal no tiene nombre acá), pero vamos a conocerlo más tarde como Leatherface. Es un hombre enorme, con un delantal de carnicero, una máscara hecha de piel humana y no más lenguaje que gemidos y un martillo para sacrificar vacas. La tecnología de su lenguaje va a extenderse después con el elemento que le dio nombre por estas tierras, donde la película se conoció como “El loco de la motosierra”.
Un mazazo y chau Kirk. El joven convulsiona en el piso mientras su cuerpo se despide de la vida. Nada de música. Todo es seco en este lugar.
Pam hace lo que no tiene que hacer. Entra en la casa, con una imagen que la sigue desde su minishort rojo como la habitación llena de calaveras de la que salió Leatherface. El rojo que lo signa todo. Ese plano, ese suspenso, esa verdad que contiene una sola imagen generada por alguien que sigue con una cámara a un personaje que entra a una casa donde sabemos que el peligro acecha, contiene todo el horror. Pam se enfrenta a lo monstruoso y es colgada de un gancho como una res, mientras ve cómo su novio es faenado con una motosierra.
Jerry va a buscarlos y no vuelve. Se hace de noche y quedan solamente los hermanos Franklin y Sally. Él quiere irse y ella prefiere ir a buscar a sus amigos. Error. Antes de que se arrepientan, Leatherface emerge de la oscuridad y descuartiza a Franklin. Comienza el horror para Sally, una persecución cuya música es nada más que el sonido de la motosierra acercándose.
Hay un detalle en esta secuencia, cuando Sally queda enganchada en las ramas con su pelo. Es algo extraño, una idea poco usual, pero posible. Lo obvio sería que se tropezara, se golpeara, enganchara su ropa. Pero su pelo enmarañado, nada estéticamente lindo ni “preparado”, le da a la escena un toque más realista aún. Es como sucede en las pesadillas, donde lo inesperado y lo extraño son parte de lo posible, y el terror sube por el cuerpo haciéndonos sentir que no hay escapatoria. La belleza de The Texas… está en lo roto, lo no “estético”, lo sucio, todo lo que siempre se tira a la basura.
Sally se constituye ya a esta altura del film como la final girl, ese término que se va a forjar años después. Al igual que scream queen. Dos títulos que le corresponden a Sally el primero y a Marilyn Burns (la actriz que la interpreta) el segundo. La pesadilla lleva a Sally, como primer paso, a visitar una reversión-homenaje-reconocimiento a la abuela del subgénero, Psycho (Hitchcock, 1960), cuando encuentra en el piso de arriba de la casa terrible lo que parecen dos cadáveres secos sentados en sus sillas mecedoras. Al igual que la madre de Norman Bates, aquí yacen los cadáveres de una pareja de ancianos en una siniestra escena cotidiana.
La pesadilla sigue, Sally escapa de Leatherface y llega a la estación de servicio donde encuentra mucho menos que ayuda. Es capturada por su dueño, quien la lleva de vuelta a la casa y, en una escena que es más bien una clase de cómo escribir un diálogo cinematográfico, todos los elementos del film confluyen: descubrimos que el hombre es el padre de Leatherface y del loco que hacía dedo, quien a su vez fue el profanador de las tumbas que vimos al inicio y dejó solo a su hermano desquiciado, quien ha iniciado una matanza.
Lo que continúa es el corazón del horror.
Sally es sometida a un ritual enloquecido, rodeada de los tres hombres que adoran a uno de los cadáveres que Sally encontró, y que ahora descubrimos con ella que no está muerto. Lo llaman Grampa y su vida se manifiesta cuando le cortan un dedo a Sally y se lo dan a él para que succione su sangre. Pero esto no es más que el comienzo. Lo más profundamente siniestro es lo que sigue. Una escena en la que los hombres comen mientras ríen y discuten en forma maníaca, viéndola a Sally atada en la punta de la mesa. Ella también tiene un plato con salchichas servido y Leatherface lleva una máscara con la boca y los ojos pintados. No para de moverse. Sally grita, ruega, vuelve a gritar, una y otra vez. Ellos ríen, se enojan y vuelven a reír. Es la expresión de lo salvaje.
El ritual tiene un clímax planeado. Grampa, el asesino original, le dará un mazazo en la cabeza a Sally, como lo hacía en los viejos tiempos cuando habitaba el matadero. Leatherface lo ayuda mientras su hermano la sostiene a ella. El viejo logra lastimarla, pero no tiene la fuerza suficiente para dar el mazazo final. La situación se torna insoportable. Y así, como todo en esta película terrible, mientras los maníacos están concentrados en que el viejo sacuda el mazazo definitivo para su ritual vacuno, Sally logra soltarse sin artificios ni rebusques de guion. Se suelta a manotazo limpio. Así de sencillo y violento. Como toda la belleza del film.
Sally huye rompiendo una ventana. Amanece. Reina el silencio. Ella está completamente ensangrentada, como Carrie antes de Carrie (1976). La persiguen Leatherface con su motosierra y su hermano. El segundo es atropellado por un camión. Sally no para de gritar. El camionero trata de ayudarla, pero Leatherface los alcanza. Otra camioneta llega y Sally logra subir. No puede dejar de gritar. Su lenguaje ahora es bien parecido al de Leatherface, porque no hay palabras posibles, solo gritos, la única expresión viable ante tanto horror.
Leatherface enloquece y, frente a un sol que sube desde el horizonte, realiza una danza terrible levantando esa extensión de su cuerpo, la motosierra.
Corte a negro.
Títulos.
Tampoco hay música, sólo ruidos.
La trilogía de Ti West comenzó, antes de Pearl (2002) y MaXXXine (2024), con X (2022), un claro homenaje a The Texas… Las Terrifier (2013/2016/2022/2024), de Damien Leone, a pesar de ir metiéndose de a poco en el terreno de lo sobrenatural, es quizás la mayor expresión actual de lo salvaje en el género. Las dos sagas existen porque alguna vez existió aquella película de Tobe Hooper, hecha con dos pesos, pero capaz de ser proyectada junto a sus más modernas herederas y no desentonar.
The Texas Chainsaw Massacre partió de Psycho y, nada más que quince años después, propuso un futuro del género que aún es presente. Y lo hizo exponiendo de forma cruda y brutal toda la violencia de su época.
The Texas Chainsaw Massacre es la expresión más profunda y elemental del género.
The Texas Chainsaw Massacre es el Terror.