Es imposible escapar en un fin de año al recuento de películas de navidad, pero más imposible es evitar a Gremlins en esa lista. ¿Por qué?
Partamos de una base: Navidad es la fiesta universal más fantástica en términos de género, ya sea por celebrar el nacimiento de un mesías, como por el hecho de esperar la llegada de un viejo del Polo Norte que llega en trineo volador. Toda la idea que rodea al 25 de diciembre, o al 24 a la noche, se trata de un ritual que, paso a paso, reconstruye en forma colectiva un evento extraordinario. Jugamos a imaginar de manera comunitaria, y eso nos da felicidad, nos reúne en un espacio y tiempo sagrados.
Gremlins no se propone repasar las reglas de todo el ritual que implica la Navidad, apenas las expone en forma visual a modo de contexto. Todos sabemos de qué va la Navidad, no hace falta repasar las reglas. Al contrario, lo que propone esta historia escrita por Chris Columbus y dirigida por Joe Dante es darle a esa celebración fantástica ya apropiada por nuestro cotidiano (casi como si se tratara de esa relación mimetizada entre lo ordinario y lo extraordinario que propone el realismo mágico) una nueva vuelta de tuerca fantástica. Entran nuevas reglas, un nuevo tiempo sagrado, una renovación de los rituales, que traen a estos seres increíbles capaces de destruirlo todo mientras nos divierten. Lo que hacen Columbus y Dante es hablar de lo fantástico en nuestras vidas desde un lenguaje pura y exclusivamente fantástico.
Cuando se estrenó, Ángel Faretta escribió en la revista Fierro un texto que tituló “Gremlins: el infierno de Joe Dante”. Allí contextualizaba su época como “(…) la vuelta al ´film de género´ y la producción ´personal´ de un director-productor”. (1) Esto se trataba precisamente de señalar la mirada autoral que implicaba la renovación de la tradición que vivimos en el cine de los 70 y 80. La vuelta a la tradición de género con una mirada joven demostraba que lo mítico no era una cosa vetusta; al contrario, el mito siempre regresa, los rituales siempre vuelven a funcionar, como sucede en cada Navidad. Pero para que exista un cosmos, debe existir un caos que contraste. Por eso, para que la navidad vuelva a tener sentido, algo debe llegar a destruirla. Ese algo tendrá una fuerte impronta fantástica y, por ende, sus propias reglas.
Recién iniciado el film, cuando el narrador y padre de Billy, el protagonista, compra en forma clandestina a Gizmo, las reglas son detalladas claramente: no exponerlo a la luz, no mojarlo y no darle de comer pasada la medianoche. Más tarde sabremos que se trata de evitar la reproducción y transformación de la naive especie mogwai en su versión casi vampírica gremlin. Aunque la primera regla rota no será ninguna de aquellas tres. El ritual que va a torcerse de inicio será el navideño, porque Gizmo va a ser un regalo de navidad cuyo paquete será abierto antes de tiempo. A partir de ahora, toda ley (divina o demoníaca) será rota y el caos comenzará a reinar. En lugar de un Santa Claus en trineo, serán gremlins los que lleguen a modo de elfos terribles, desatando lo peor. Y hay algo muy particular en ese “peor”, porque por más terribles que sean, estos gremlins tienen una enorme inocencia. Ellos se divierten, son más unos niños traviesos que unos asesinos en serie. De hecho, la violencia extrema, la muerte, comienza por parte de la madre de Billy, cuando asesina de las maneras más violentas y sangrientas a tres gremlins en su cocina.
Faretta va a decir: “(…) Gremlins ofrece una segunda característica, la que, al igual que su puesta en escena, es de tipo reflexivo; en este caso sobre los mecanismos de lo cómico. (…) Esta recuperación del eje cómico-siniestro, llevado hasta sus últimas consecuencias por Joe Dante, es el mayor acierto del film”. (2) Es esa comicidad la que probablemente más diferencie a Gremlins de otras de sus congéneres. La actitud runfla y zarpada de estas criaturas infernales provoca mucha simpatía, y esto se profundiza con el hecho de que sus acciones no terminan en forma directa con la muerte humana. Ellos vienen a bardear, no a matar. Vienen destruir el espíritu navideño aburrido.
Incluso lo trágico es cómico acá. Cuando Kate narra la muerte de su padre, atascado durante días en la chimenea con su disfraz de Papá Noel, es imposible no reírse a escondidas. Pobre Kate, por eso odia la Navidad. Pero qué risa. Será por eso que los gremlins se ensañan con ella y copan el bar pub donde trabaja, acosándola y obligándola a atenderlos en una fiesta desquiciada, para recordarle que esa noche es la que más odia en el año.
La película y sus autores son sin dudas entidades de alto contenido cinéfilo. Por eso es que van a congregarse todos los engendros juntos en una sala de cine, como en una misa del infierno. La película que van a ver es Blancanieves (Snow White and the Seven Dwarfs, 1937) y se burlan de los enanitos, cantando todos su canción. Son unos adorables zanguangos que no paran de hacer bullying, y al mismo tiempo no paran de divertirnos (es imposible no reírse cuando bardean al único de su especie que no quiere convertirse, llamándolo “Gizmo caca”). Pero el cine será al mismo tiempo su talón de Aquiles y condena. Van al cine a divertirse y el propio cine termina con ellos, porque Billy y Kate los encierran y vuelan por los aires allí. Otro gesto cinéfilo de los autores, definiendo al cine como justiciero de los mitos.
El único que se salvará será Rayita, el líder, a quien deberá enfrentarse Billy en una batalla final. Faretta va a decir al respecto de la tradición heroica en el film: “(…) Gremlins es un cuento de hadas de tradición celta (de las baladas irlandesas de Tolkien) con el relato iniciático del héroe oriental-judaico: la prueba que pasa el héroe y la moraleja final son insoslayables”. (3) Pero hay algo que no termina de permitir el periplo completo para Billy. No es él quien finalmente vence a Rayita, sino Gizmo. De hecho, cuando en el epílogo regrese el anciano japonés a buscar a Gizmo, su mogwai, dirá que han hecho con él lo mismo que toda la sociedad hace con la naturaleza. Todavía no están preparados, pero el mogwai estará esperando a Billy para cuando realmente lo esté. Acaso será este el último gesto de renovación del género que vienen a traer Columbus y Dante.
Gremlins es de las películas navideñas más recordadas porque nos sumerge en la tradición llevándonos a un nuevo viaje, para traernos de vuelta y recordar lo bueno de lo fantástico en nuestras vidas.
Que tengan una feliz Navidad. Ya están advertidos, las reglas son sencillas.
- Faretta, Ángel. (2007). Espíritu de simetría. Djean.
- Ibid.
- Ibid.