“- ¿Qué profesión tenía usted?
– Una tonta”
En la escena climática de El año nuevo que nunca llegó (Anul Nou care n-a fost, 2024), la actriz teatral Florina (Nicoleta Hâncu) se emborracha de noche y baila mientras busca excusas para ausentarse de un acto patriótico donde no quiere participar al día siguiente. El histrionismo de Hâncu en tomas anteriores ya ha puesto en duda la calidad interpretativa de su personaje. Cuando de espaldas a nosotros ella grita por la ventana sus líneas nacionalistas, surge la necia pregunta: ¿Por qué no vemos su cara?
Se menciona mucho el minimalismo en la Nueva ola rumana: presupuesto reducido, actores no profesionales, personajes anónimos o con profesiones comunes. Esto ha variado desde entonces. Detallar las diferencias en estos veinte años haría falta en español por los motivos políticos que compartimos algunas naciones latinoamericanas, y el cine que surgió de estas convulsiones gubernamentales. Ahora, volviendo a uno de los estrenos semanales, si son tomados en cuenta elementos específicos, la pertinencia del término ‘mínimo’ es discutible. Ejemplificamos solo con el tamaño de los elencos, el número de integrantes en el departamento de camarógrafos, el uso de la misma cámara o los cortes.
“¡Deja de mover la cámara!”
La ópera prima de Bogdan Muresanu entrama a quince personajes en el contexto de los días previos a la caída de la dictadura comunista en diciembre de 1989. Entre ellos, un equipo técnico busca cómo corregir una grabación estatal luego de que una de las participantes dimitiera públicamente por razones partidistas. Margareta (Emilia Dobrin) afronta la mudanza a la fuerza a otra zona de Bucarest por la demolición de su edificio. Dos jóvenes amigos planean su escape por la frontera. Un obrero se preocupa por la carta a Papá Noel enviada por su hijo donde le pide que maten a “El Nick”, Nicolae Ceaușescu.
Durante el cruce de esas y más historias, los efectos sonoros, las canciones de época y las ‘coincidencias’ entre personajes de distintas sub-tramas en lugares circunstanciales ofrecen fluidez. Esta reduce explicaciones a partir de una misma sensación asfixiante. Al inicio, los leves zoom-ins de la cámara en mano resaltan, ironizan y mantienen dinámica la sutil paranoia de que todos ellos están siendo observados o escuchados por alguien más, como pasa en mayor o menor nivel en distintas formas dictatoriales.
Toda esta medianía es coherente en aquel contexto sociopolítico y, eventualmente, perjudicial para que la obra destaque frente a otras más claras, como Sieranevada (Cristi Puiu, 2016). Con un elenco grande también, se ambientaba en interiores y, por hacerlo en menos lugares, condensaba una mayor claustrofobia. Aun si la situamos al lado de Stuff and Dough (Marfa si banii, 2001), la ópera prima de Puiu, es notable la confianza de este realizador en su elenco y su guion; algo que Muresanu dispersa en cada escena con cambios de perspectiva y enfoque.
“¿Y tu deber? ¿Quién hará tu deber? Todo el mundo hace autocrítica”
Al final, los momentos absurdos alivian las leves tensiones de lo incierto, cómo pasará lo que ya sabemos que pasó. Por ejemplo, el mencionado obrero duda de si echó agua en el buzón correcto. En otro, cuando Margareta ejecuta su suicidio con gas, cortan el servicio en el momento justo. El problema surge porque, aun entendiendo el exceso de zoom-ins y zoom-outs como guiño al abordaje documentalista, la tensión dramática escasea y se echa en falta un modo de equilibrar tanto mareo visual. El final abrirá una mayor brecha intercalando grabaciones del derrocamiento con planos americanos donde los personajes muestran rostros triunfantes.
(Rumania, 2024)
Guion, producción, dirección: Bogdan Muresanu. Elenco: Adrian Vancica, Nicoleta Hâncu, Emilia Dobrin. Duración: 138 minutos.
(Todas las citas en el texto pertenecen a la película de Bogdan Muresanu)