En M3GAN (2022), obra cumbre de la ciencia ficción moderna, una niña pierde a sus padres en un accidente automovilístico y para poder procesar mejor el doloroso duelo, su tía, una experta en robótica e inteligencia artificial, crea un ser para que la acompañe y se sienta menos sola. El nuevo prometeo, una pequeña que imita física y mentalmente el comportamiento de un infante de unos 12 años, se vuelve en contra de sus creadores, amén de su origen mítico y por ende, frankensteiniano. El film, una excelente muestra de virtuosismo cinematográfico, en relación a su compleja construcción y su interminable simbólica, fue un éxito tanto público cómo crítico y era cuestión de tiempo tener una secuela que quiera repetir los logros de su predecesora.
Si el primer film entendía el origen del mito (el de Prometeo, aquel que le dió la llama divina al hombre y por ende es castigado) re-configurado a lo cinematográfico, en resonancia a una actualidad incierta y por ende aterradora relacionado al avance indiscriminado de la tecnología, así cómo lo “autoconciente” de un cine Clase B en la línea de The Terminator (1984) o Aliens (1986) (ambas de James Cameron), era porque hacía gala de una puesta en escena calculada, precisa y compleja en su estricta mirada simbólica (lo esotérico o segunda historia), pero sin perder su eje de relato clásico, simple, emocionante y a su vez, de discurso ambiguo.
En M3GAN 2.0, su secuela, nos encontramos con una verdad distinta. Es la antítesis de los logros cinematográficos que habían enaltecido a su predecesora, a su vez, una contradicción discursiva tan grave que parece querer destruir no sólo el mito en el que se basa, sino en la misma mitología del film original.
Si en M3GAN, las alusiones a Terminator y Aliens de Cameron, la convertían en una especie de secuela espiritual y autoconsciente de aquellas, ya que entendía por completo los preceptos, formas y representaciones que transformaban a sendos filmes en obras maestras, acercándose al llamado “terror tecnológico”, en esta película de tintes infantiloides, parece querer apuntar al relato de ciencia ficción y acción espectacular en sintonía con películas como Terminator 2 (1991) otra obra maestra de Cameron, pero sin comprenderla en su totalidad.
Uno de los mayores problemas en el nuevo film de Gerard Johnstone, es el tono, muchas veces tomado en solfa y al borde de la payasada promedio del Hollywood actual, que parece rematar cualquier intento de formar una alianza autoconsciente con aquella. M3GAN 2.0 tiene un planteo interesante: aquel que reza que para destruir a un nuevo enemigo en común y aún más peligrosos que cualquier otro, es necesario formar una alianza con un mal ulterior. Es por eso que para derrotar a una mortal máquina de matar, una letal soldado/espía que se sale de control, es urgente contar con aquella que en la primera parte sembró muerte y terror. Como idea, bárbaro, como ejecución, la realidad es otra: el film es plano, dueño de un proceder narrativo caprichoso, cargado de vueltas de tuerca forzadas y desopilantes. Para el final, se subraya de forma grosera su intención de acercarse a T2, apenas superficialmente, sin entender su mítica y menos que menos su pesimista visión del mundo. Por el contrario, M3GAN 2.0 transforma todo en una absurda alianza con la tecnología, con una mirada adolescente que puede resultar un insulto o una patada en las partes bajas para cualquier ser humano biológico y de corazón. En el film, la necesidad de “humanizar” y explotar al personaje que da nombre a la película, parece más un intento de propaganda y una urgente necesidad de evangelizar sobre la importancia de las nuevas tecnologías. Ya para el final y sin más vueltas, huele a publicidad de alguna empresa de robótica vendiéndonos un nuevo producto.
Que los humanos necesiten de dispositivos que ayuden en un futuro a llevar a cabo tareas que de otra manera serían casi imposibles, es una realidad, que en su naturaleza contradictoria, responde a los logros de la revolución industrial en el siglo XX con sus pros y sus contras. A ésto se le llama “contradicción inherente a la técnica”: la misma hace alusión a las facultades polares que la definen y que representan tanto una amenaza como un avance en el progreso humano. Ésto podría ser visto, perfectamente, en la primera parte de Terminator donde la máquina, el cyborg que viene del futuro para asesinar a Sarah Connor y que sirve como representación de la destrucción total del hombre espiritual y de cómo la tecnología auguraba un futuro oscuro, al final, la protagonista utiliza una enorme máquina para poder derrotarlo. Ésta ambigüedad servía (sirve) para entender parte del entramado complejo de aquella gran obra.
El film de Johnstone intenta coquetear con esta idea, sin reflexionar demasiado, claro. En cambio, el relato, toma una posición sumamente positivista y unilateral al respecto y lo que es peor, con un tono adolescente que descoloca por completo a los más adultos, más teniendo en cuenta la madurez narrativa, estética y técnica de su predecesora: basta con ver las coreografiadas escenas de acción o lo inverosímil de su argumento para entender que aún se apuesta por un cine con tufo a factoría Marvel o cualquier otro opus de superhéroes hecho estrictamente para un público demasiado jóven. Lo que M3GAN primera parte proponía era una lúcida reflexión sobre la pérdida, la adversidad, la redención y los vínculos en un mundo cada vez más deshumanizado y distante, invitando al espectador a pensar, ser activo. Por el contrario, M3GAN 2.0 es apenas una pavada que acumula situaciones totalmente inverosímiles, además de aburridas y sin una pizca de originalidad, algo que la primera parte tiene de sobra.
Lástima, de haber seguido la senda del primer film, tendríamos ante nosotros, una gran, gran secuela.
(Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, 2025)
Guion, dirección: Gerard Johnstone. Elenco: Allison Williams, Violet McGraw, Amie Donald, Ivanna Sakhno, Jemaine Clement. Producción: Jason Blum, James Wan, Allison Williams. Duración: 120 minutos.