LA HORA DE LOS GARFIOS
El primer recuerdo grato que tengo del film original, cuyo título lleva esta nueva entrega, es su plano secuencia inicial. En unos dos minutos y medio no todo está dicho, pero sí lo justo y suficiente: en una bella costa americana, las aguas están turbias y su oleaje, majestuoso a la luz dorada del sol menguante, golpea con furia las rocas. Bajo la superficie, la corriente que no se ve tiene la fuerza para arrastrar y devolver violentamente contra las piedras a cualquier cosa que allí se zambulla. La escena huele a peligro, y su banda sonora refuerza este dramatismo con una simple y eficaz elección: “Summer Breeze”, canción que es o fue un himno del verano norteamericano, cuyos músicos originales fueron Seals & Croft, pero versionada, en este film de 1997 (consciente de su época), por la banda de doom metal “Type O Negative”, en referencia a un cierto tipo sanguíneo que permite donar a cualquiera de los grupos existentes pero que solo puede recibir sangre de su mismo grupo.
Esta subversión de la canción original, distorsionada, cargada de un erotismo oscuro, de ritmo lento pero arrollador, ya da pistas suficientes para comprender que estamos ante un film donde la moral se revela degradada, superficial, y donde la pérdida de la inocencia será pagada con sangre por los jóvenes que cometen un crimen. El crimen no es, sin embargo, y como el título claramente nos indica (así como la ya mencionada toma inicial) el “accidente”: el atropello de un hombre mientras manejan a toda velocidad y con máxima imprudencia por un camino de mala fama. El crimen es el ocultamiento. Aún si el hombre no se revelase vivo en el momento en que los jóvenes pactan deshacerse del cuerpo (ya que lo creen muerto y son ellos quienes quedan vivos para sufrir las consecuencias), aún si Ryan Philippe no ahogase a este pescador errante, el crimen es el pacto. El pacto es el reconocimiento de un accionar inmoral que resulta ser el valor de fondo de varios de estos personajes y de su sociedad, y no una mera excepción ante el shock de una situación letal y repentina; esto se ve en la caracterización del nepotista rubio rico que disfruta amedrentando a las personas (el excelente, ya nombrado, Ryan Philippe), en la debilidad de carácter de Freddie Prinze Jr., que permite a este violento golpear a su novia (Jennifer Love Hewitt) para obligarla a cerrar la boca (esto apenas minutos después de que Freddie y Jennifer sellen otro tipo de pacto al tener sexo por primera vez en la playa), en la absoluta ausencia de empatía y presencia del rencor que siente contra Sarah Michelle Gellar su hermana. El crimen es el ocultamiento, el secreto, es hacerse el boludo. Y eso es lo que alguien sabe.
Ahora bien, así como Sé lo que hicieron el verano pasado (1997, Jim Gillespie, con guion del gran Kevin Williamson) tiene muy en claro su mirada de mundo y su zeitgeist, Sé lo que hicieron el verano pasado (2025, Jennifer Kaytin Robinson) parece también tener una mirada clara de su época, pero parte de los problemas que tiene el film residen en no poder dar cuenta de ella de forma estable y contínua. Pienso, en concreto, en el hecho de ser una nueva entrega (remake, reboot, secuela, ¿cover con invitados de la banda original?) de una saga de terror en una época en la que la mayoría de estrenos de género son, sí, reversiones, reboots y, ya emitiendo mi juicio al respecto, reciclajes pobremente manufacturados de films que se han vuelto únicamente productos, bienes de cambio, algo inerte y que pueden, por lo tanto, ser lanzados y relanzados hasta el hartazgo en función de su desempeño como productos.
Vamos a un ejemplo: el primer plano. La película comienza recreando por unos segundos la ya descrita toma inicial del film original. La música no es, sin embargo, una cadencia densa y tétrica; es una especie de hiperbalada de pop electrónico movido y saturado, y entonces rápidamente el plano se corta para llevarnos a una de las protagonistas, Ava. Los planos de una duración mayor a los varios segundos no son tan bien recibidos en el cine contemporáneo, o, por lo menos, en el cine que se inscribe en la tradición en la que se inscribe esta película (habrá que esperar hasta el final del film para llegar a la recreación del plano secuencia tal cual, como una suerte de recompensa). Y así, muy a las chapas, se presenta al perfecto estereotipo (y aquí la parodia no es burda, no se abusa de ella; lo paródico y el humor ingresan al film por sus diálogos rápidos y remates oportunos, pero no saturan ni se vuelven la única caracterización posible de los personajes ni del mundo) de la sociedad norteamericana actual, compuesta de aquellos jóvenes noventeros devenidos hoy “viejos vinagres”, y de la nueva juventud, caracterizada por una especie de letargo que no permite la madurez de su carácter: por ejemplo, atravesado por un arpón en el suelo, la primera víctima del asesino le ofrecerá su “cripto billetera” a una ventana oscura detrás de la cual acecha el Mal, creyendo que puede comprarlo.
La estructura de la película es similar, por supuesto, a la primera: en el umbral del paso a la adultez, se reúne un viejo grupo de amigos para celebrar el compromiso de dos de ellos. Es, además, el día de la Independencia norteamericana. La sucesión de hechos no llega a poner a los jóvenes en la situación de ahogar a un malherido, pero lo cierto es que la presencia de los amigos, bajo sustancias, en una curva a una determinada hora, provoca un accidente y ellos, si bien alertan a la policía y debaten y se pelean (sin nunca llegar al grado de violencia de Ryan Philippe en la original), terminan por largarse y hacer el famoso pacto.
El crimen es el pacto.
Esta secuencia es ejemplar: hay un juego con la expectativa, dada la aceleración de las películas contemporáneas, en el montaje de la secuencia en la ruta. Se amaga una vez con el susto de atropellar a alguien, se hace un chiste sobre la conducción de las mujeres (inteligentemente puesto por la directora del film), y se amaga una segunda vez para que la tercera sea la vencida y se de el fatalismo. Sin embargo, el accidente en cuestión se produce de una forma extraña. Los cortes son raros, la cámara no aprovecha rítmicamente la situación espacial y pierde potencia de shock, algo que un film de terror, y, sobre todo este film, en esta escena, no se puede permitir. Este es el tipo de situaciones que le cuestan por momentos a la película: estar a la altura de ser un film de terror, de ser un cierto “coming of age” (si así se lo quiere llamar) y de intentar tener una consciencia de sí que permite el humor y la ironía como armas estéticas. Otra cosa a mencionar, los personajes: hay un reparto bastante más amplio que en el film anterior, y si bien la química entre los actores (que no son necesariamente buenos pero que cumplen con lo requerido) funciona, hay varios personajes que carecen de sentido, o cuyo ingreso al film no logra tamizar los motivos de guión por los cuales se los hace entrar, sintiéndose forzosa su presencia por momentos (véase el personaje de la podcastera de true crime, de la cual rescato el ingenio irónico en cuanto a su devenir). Por otro lado, un buen punto a favor para el film en general, es que trabaja con sus instrumentos y sus elementos, y eso es innegable: la película reconfigura a la original sin dejarse llevar por la nostalgia pura: se dice en un momento que la “nostalgia is overrated”. Creo que esto sí es una cuestión que la película plantea como postura estética e intenta sostener hasta el final, antes de la lamentable escena post-créditos… aunque lo más probable es que aquí haya que culpar al estudio detrás del film antes que a sus realizadores.
La presencia de Love Hewitt y Prinze Jr. es irracional e ilógica por momentos, pero divertida, sin asfixia ni pretensiones de colgarse de ellos para cerrar el film, llevando así a la película a un final que conceptualmente resulta muy interesante: la juventud noventera ha, efectivamente, devenido monstruosa, no ha lidiado con sus traumas y estos han terminado por consumirlos.
Ahora bien, aquí toca abrir un paréntesis: la historia se repite dos veces… Si el secreto, el crimen, no hubiera tenido lugar una vez más, el crimen no hubiera sido tal y las consecuencias, que son reales y terminan por alcanzarte siempre, hubieran sido menos graves y probablemente hubieran sido más sanas para ilustrar una sociedad corrompida hasta la médula. Por esto vale la pena mencionar que “the fisherman” tiene un cierto punto de debate al plantear, cerca del final, algo que bordea a la banalidad del mal, cosa que el chueco personaje de la podcastera recalca en su primer paseo por el pueblo: es como si el horror hubiera sido borrado, como si el crimen nunca hubiera ocurrido. Eso es porque el horror se sublimó por la fuerza del dinero y el poder, porque las instituciones político-económicas y en definitiva culturales han coincido en ocultar, borrando hasta los diarios viejos de internet, un crimen que denuncia la podredumbre moral de ese lugar: el tapado de la miseria y el borrado de la historia y la memoria colectiva de la negligencia para seguir lucrando, para seguir fingiendo hasta que la mentira y la verdad sean indistinguibles.
El crimen de este nuevo grupo de amigos será menos intencional y directo que el de la pandilla original, en principio, pero el ocultamiento, tanto de su crimen como del ocurrido casi 30 años atrás es mucho más hermético, tecnológicamente auxiliado y planificado. Un único inversor que compra terreno barato por la tragedia instala, cual programa en un computador, una nueva memoria, mucho más cómoda y rentable, y parte del pueblo, incluyendo la fuerza policial y el pastor local, participan del encubrimiento. Aún cuando los cuerpos empiezan a acumularse y con los amigos dispuestos a confesar, esos viejos vinagres insisten y terminan por ayudar a que la pila sea cada vez mayor. Por suerte, lalección será aprendida por todos los involucrados. Nada es más aleccionador que un enmascarado a cuchillo, o, en este caso, un garfio.
La película tiene sus problemas, sí, y son visibles. Pero es, en mi opinión, visible también su corazón y su cabeza, e intentan ambos estar puestos en el lugar correcto. En esta época eso tiene que valer algo, porque intentar no será siempre suficiente pero no es lo mismo que nada.
(Estados Unidos, Australia, 2025)
Dirección: Jennifer Kaytin Robinson. Guion: Jennifer Kaytin Robinson, Sam Lansky. Elenco: Madelyn Cline, Chase Sui Wonders, Jonah Hauer-King, Sara Pidgeon. Producción: Neal H. Moritz. Duración: 111 minutos.