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Cine

No puedo tener sexo

LA IMAGEN Y SONIDO SIN PELÍCULA

No hay, ni en el sentido tradicional de los términos, ni en una aproximación más experimental o alternativa a ellos, guion en esta película, y entrando más en profundidad, tampoco dirección: pensar en una, dos, tres, diez mil flechas, pero flechas, con un sentido de orientación al fin y al cabo. Creo que no hay película, para ser más precisos o intentarlo. Tan así, que estructurar un texto crítico alrededor de ella es una pérdida de tiempo. Y no tiene que ver, por supuesto y va de más decirlo, con el gusto del espectador: No puedo tener sexo resulta una experiencia horrenda que únicamente permite su visionado por lo extremo del desborde, ya que cada tanto regala una risa de incredulidad forzada para no llorar al tiempo que repele y asquea ante la ausencia total de criterio estético disfrazada de “hiper-documental”, película de “hipermedia”, “transmedia”, “film-millennial” o como se quiera llamar a semejante masa informe de imágenes y sonidos.

No. Hacer una crítica de una cosa semejante, si se sigue un concepto de crítica similar al de observar con el fin de pensar lo que algo es o podría ser (y por tanto lo que no es y no podría ser), o lo que algo quiere o dice ser, requiere salir del campo del cine. Hacer una película como método de terapia no es necesariamente hacer una película sólo para uno mismo; en la codificación del mundo, los materiales, los signos y significantes que formen parte del film, se juega la construcción de un espacio donde infinitos Otros pasarán buscando encontrar un terreno común. El poder terapéutico del cine es comunal, lo que no significa que todos vivan la misma terapia; la posibilidad del efecto terapéutico es lo común, pero la forma en que se realiza para cada quien es distinta. 

Ahora bien, ¿cuál es la terapia, la liberación, el placer, si se quiere, de la constante masturbación ajena? Gatti se muestra, expone su intimidad irrealizada e intenta de alguna forma conjurar una mirada del cine como un medio de transfiguración, un medio transformador, un medio donde algo se vuelve otra cosa. “En el cine sí puedo tener sexo” o algo por el estilo es lo que se repite constantemente; la lógica es “como el cine es falso, entonces ahí los miedos, las dificultades, y la preocupaciones no tienen valor real, o se intenta que no lo tengan”. Aún si se trata de un documental, el documental no es necesariamente la réplica de alguna cosa llamada “real”; sigue siendo una puesta en escena con una reorientación del referente distinta, supongamos, a la de la ficción. Entonces el documental puede estar completamente intervenido, la imagen rota, el sonido desquiciado, la narrativa desparramada por todos lados y tantas otras cosas que se pueden decir de las extrañísimas decisiones, inestructuradas, arbitrariamente colocadas en el tiempo, que se toman en el film. Inclusive, podría hablarse de una puesta en abismo tras estas elecciones, llevando a la película del terreno de lo íntimo a la duda de si hay en el documental algo que no haya sido guionado con el objetivo de intentar la provocación: frases como “no sos el dildo de tu mamá”, secuencias de madre e hija hablando sobre picos en la boca a los dos años con Hentai de fondo, y la constante sugerencia del incesto. Y supongamos que se va en otra dirección y se toma en serio a estos elementos, y se los considera simbólicamente: “bueno, es que Gatti desea ser amada por su madre, desea ese deseo y eso ha devenido tóxico, endogámico, asfixiante…el terror al amor” y bla, bla, bla. La “película” no deja de ser un despropósito de imágenes espantosas, completamente aburridas, asesinas de líbido, con ínfulas de una estética revolucionaria pero más similar a un vlog estilo YouTube filmado tras noches de juerga, que se encontraría en los limbos del internet oculto y 4Chan. 

Vuelve la pregunta: ¿cuál es el interés en ver esto si no es para la propia Gatti y quizás algún vínculo humano cercano a ella? ¿Cuál es el interés de esta masturbación en seco para cualquier otra persona? Entonces la cuestión del gusto. Alguien quizás clickea con el film. Será un ejercicio acartonado, para un pequeño nicho, de una extensión insufrible (sobre todo cuando 10 segundos de esto ya son demasiado), que necesariamente tiene el sello de la inteligencia académica del “cine arte” (una cierta universidad y ciertos festivales…). Vale, perfecto. Vamos a la cuestión de la nena entonces.

Y acá está el punto para mí central. De todo posible análisis, entre las variantes que mencioné intentando hacer el ejercicio honesto de jugar el juego del film, digamos que se argumente en pos de la ausente lógica del mismo. Un film performático, un film que deliberadamente quiere borrar y redibujar nociones de realidad, de documental, de identidad, de (mala) educación sentimental, supone uno que es un film con un planteo ético. Un film cuyo devenir busca integrarse y redireccionar el devenir mismo de lo “real” (aquello que dice Gatti del beso dentro y fuera de las películas…) tiene un planteo ético porque es, en sí, un gesto y una acción. Es, después de todo, un film de una performer. 

Bien. ¿De qué ética puede hablar una película que nos lleva, en 5 minutos, de gemidos y letras que chorrean semen o símiles a la directora hablando sobre sexo, vestida con una remera de Hentai, paseando a una niña ajena, y luego usa los peluches de la niña para explicar que el sexo es frotarse y recrear el acto en cuestión? Sin eufemismos: hacer cojer a los peluches pone en relación de forma directa elementos muy dispares, tanto que se escapan del terreno de lo fílmico y entran en el de la ética. Cuando la película, filmada y narrada por Gatti, sobre ella misma, constantemente relaciona por solución de continuidad directa en el orden de los “planos”, escenas o la unidad fílmica que sea, a la nena, Juana, a su rollo personal en torno a lo sexual, la licencia poética se desangra de un enorme tajo a la yugular. Pasar de una escena que sugiere el sexo oral o la paja fuera de campo (durante varios minutos) a un plano de la nena chupando una bombilla en un mate vacío, en una película donde una madre e hija discuten tener sexo mientras se escucha y se ve a una enorme vagina de Hentai siendo estimulada, y donde luego el ya mencionado peluche cogelón es frotado con gemidos infantilizados contra la niña mientras ella se hamaca es, cuanto menos, problemático.

Esta progresiva puesta en relación implícita de la sexualidad interrumpida o boicoteada de la protagonista con la niña a través de gestos que bien podrían ser desmerecidos como inocentones o incidentales es peligrosa: el hecho es simple y resulta innegable, y es que se trata de una película, que será proyectada y distribuida en mayor o menor escala. No hace falta que se haga algo o se muestre algo de forma directa, en lo que todos coincidan y que la ley dictamine como problemático; el poder de lo implícito reside justamente en decir sin decir. Y sin intenciones de tener mala leche y asumiendo cierta honestidad y gentileza por parte de los involucrados en el film, no se quita la mancha de sugerir, a costa de una niña que no entiende el gesto (lo cual es aún más cínico), que un peluche está teniendo sexo con ella. 

Lisa y llanamente, execrable, nefasto, desagradable, y el gesto de peor gusto y de amoralidad absoluta en una película cuyo mejor gusto es el sabor de un dildo viejo usado y sin lavar.

 

PD: Cabe mencionar que dicho peluche (la elefante Eli) aparece 3 veces: para presentar a la niña, cuando la conocemos por el peluche caído en el suelo que Gatti levanta y al que le pide que bese (los besitos volverá en múltiples escenas de la niña); cuando lo usa para tener sexo con otros peluches (donde pasamos inmediatamente a una escena sobre los juguetes de Gatti, sus dildos. De los juguetes de la niña de 2 años a los de una adulta); cuando sucede la situación de la hamaca. A la hora de editar la película, y pensando en la distribución y equilibrio de imágenes y sentidos a lo largo del film, hay ciertos elementos recurrentes que no hacen otra cosa que sostener el terreno para el implícito pero muy evidente recurso a la niña desde aquellos elementos mismos que Gatti va desarrollando como parte de su entramado mental-sexual. Si se hace el ejercicio de reemplazarla por un hombre heterosexual, las connotaciones y los sobretonos fuera de lugar se vuelven totalmente imposibles de ignorar.

Guion, dirección: Bel Gatti. Elenco: Bel Gatti, Verónica Rubano, Maruja Bustamante, Andrea Majul, Juana Ferrero Venier. Producción: Matías Ferrero, Bel Gatti, Soledad Venier. Duración: 83 minutos.

2 comentarios en “No puedo tener sexo”

    1. Analía Sánchez

      Para tanto? Creo que el último párrafo y la vil connotanción está en la cabeza del critico, no de Bel Gatti.

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