CINE Y POLÍTICA
La gran ambición, la nueva película de Andrea Segre, plantea un cuestionamiento sumamente reflexivo sobre que es la política y su relación con el dispositivo cinematográfico. Durante el desarrollo del siglo XX, el cine supo funcionar ocasionalmente como forma de propaganda. Sea de regímenes autoritarios (desde el nazismo y las películas de Leni Riefenstahl, pasando por NO-DO del franquismo, y las películas de propaganda soviéticas) o de gobiernos democráticos (el ejemplo más obvio: las Why We Fight, producidas por los Estados Unidos durante la Segunda Guerra). Menos que una propaganda a un partido, La gran ambición, parece de alguna manera una propaganda a una persona. En este relato, seguimos la historia de Enrico Berlinguer, el líder del partido comunista italiano durante las décadas de los 70 y 80, y su lucha por querer consumar el primer gobierno comunista en la europa occidental.
La narración comienza con imágenes de archivo del golpe de estado al gobierno de Salvador Allende en Chile a modo de contextualizar el entramado político global de ese entonces. Estas primeras imágenes preconfiguran el discurso de la película de que justamente ser comunista no era la elección más popular a los ojos del tío Sam, quien desde la distancia busca ordenar el tablero a su antojo. Este significado se ve retomado en los últimos planos cuando nuevamente aparecen imágenes de archivo, solo que esta vez de Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Juan Pablo II; tres figuras, o mejor dicho, iconos del anticomunismo.
Esta carga ideológica que lleva a cabo la película resulta por momentos hueca. Como si no pudiese encontrarse otro significado que esta yuxtaposición de imágenes que busca contar el ascenso de Berlinguer en el parlamento italiano. Justamente y hasta es un poco paradójico, pero este es un relato que habla de la idea de la comunidad, del todos, de la unión de trabajadores; y la pelicula no hace más que focalizar la narración en un único personaje, a quien individualiza por sobre los demás. Esta individualización termina provocando que tanto forma como texto se contradigan, ya que la narración no se encarga de ampliar el panorama de subjetividades, y mucho menos de focalizar otras voces que enriquecen el relato. Está entonces más que ser una película sobre la idea de lo colectivo, que es reforzado hasta el hartazgo mediante el discurso de Berlinguer, es una biopic sobre el hombre que luchó por esos ideales.
Podría hablarse de que la estructura durante buena parte del relato es de todo menos interesante. La gran ambición es rica en frases reiterativas (la cantidad de veces que Berlinguer expone la necesidad de encontrar una identidad propia es exasperante), y en conceptos que necesitan reforzarse de forma infantil al espectador sea mediante discursos o mediante situaciones similares entre sí.
Esto empieza a cambiar a partir del tercer acto. Allí, la vida de Enrico verdaderamente corre riesgo y la dirección juega todo el tiempo con la intriga del destino del personaje y su posible asesinato. Es una fórmula, de todos modos, que sólo puede funcionar para una audiencia el caso real de este personaje. Por otro lado, es en esta parte donde la película juega a cerrarse exclusivamente al punto de vista de Enrico y el relato se transforma en un pseudo thriller político en donde la desconfianza es total. Allí, los distintos representantes de los partidos (tanto de izquierda, de centro, como del mismo partido comunista) formarán parte de un Juego de Tronos en donde solo uno puede salir victorioso. Finalmente, luego de varios amagues que nos hacen pensar en la posibilidad de un atentado, en la idea de un personaje que va morir pronto, la película decide realizar una elipsis brusca y llevarnos nuevamente mediante imágenes de archivo al funeral de Enrico. Allí se nos muestra que murió por causas naturales y que millones asistieron a su despedida.
Uno podría pensar que el fallecimiento por causas naturales de Berlinguer, vuelve su muerte mucho menos espectacular. Sin embargo, la película logra transmitir todo lo contrario. La muerte por vejez de Berlinguer, su popularidad aún cuando no alcanzó los más grandes cargos políticos, su imposibilidad de llevar sus ideas a los máximos niveles posibles, no impidió que su popularidad siguiera intacta y su legado vivo. Es imposible, téngase la ideología que se tenga, permanecer indiferente ante esta figura, que termina alcanzando una posición mítica, que la película parece insinuar que solo puede alcanzarse con la muerte.
(Bélgica, Bulgaria, Italia, 2024)
Dirección: Andrea Segre Guion: Andrea Segre & Marco Pettenello Elenco: Elio Germano, Paolo Pierobon, Roberto Citran, Stefano Abbati Producción: Gregorio Paonessa, Marta Donzelli Duración: 122 minutos