(Argentina, 2017)
Guión y dirección: Fabián Fattore. Elenco: Analía Couceyro. Producción: Fabián Fattore. Distribuidora: Salamanca Cine. Duración: 78 minutos.
El arte de vivir del arte
El director Fabián Fattore vuelve al ruedo con su tercer largometraje, Actriz (2017) para abordar desde la ficción de un falso documental ensayístico la construcción del oficio teatral. Este modo de expresión, propio del cine experimental, dio génesis a su ópera prima, Línea Sur (2003), y luego, a Malón (2010). En esta oportunidad combina conceptos del lenguaje teatral con el cinematográfico -adquiridos de su formación como director de cine y sociólogo en la UBA- para anclar en este mestizaje semiótico el guión y representar el detrás de escena del universo artístico: el circuito emergente y el esfuerzo diario, físico y mental al que se someten los intérpretes teatrales para vivir de su pasión.
La trama comienza con una escena que establece lo complejo de ser madre y actriz en simultáneo. La protagonista está en su casa, repitiendo -hasta el hartazgo- las complejas líneas de la obra De Materie, del compositor holandés Louis Andriessen: “Pierre, mi Pierre. Ahí yaces. Totalmente quieto, como un pobre herido entregado al sueño. Te dejamos en el ataúd el sábado por la mañana y te sostuve la cabeza mientras te llevaba”, replica por enésima vez su voz, cansada, hasta memorizar y apropiarse del personaje. Así, plano detalle del machete en mano, Fattore sumerge al espectador en la vorágine del oficio a través de los métodos de estudio como recurso retórico para enfatizar cómo la perfección deviene del constante ensayo, tenacidad y compromiso. A su vez, la nueva pieza teatral se superpone a la que tiene en curso y presenta un nuevo desafío. La vemos cómo cierra los ojos y hasta graba un audio para escucharse mientras va de una obra a otra, o de las obras a su casa. Se plantea entonces la siguiente incógnita: ¿Logrará desarrollar ambos proyectos?
Entretanto, hay dos elementos claves en el relato. Por un lado, el escenario se inscribe en una estructura que ubica al público en un espacio-tiempo horizontal o vertical frente al actor; aquí denota el poder simbólico a través de su disposición con las butacas. Por otro, causalmente no se menciona a su musa inspiradora, colegas, ni representaciones porque la persona/personaje anclada al starsystem y el diktat es la exitosa Analía Couceyro: actriz, directora y docente de teatro y cine. Su impronta establece un interesante híbrido entre la vida íntima y profesional que llevó hasta Los Rubios (2003), de Albertina Carri, y cuando triunfó comercialmente el año pasado con Me Casé con un Boludo, de Juan Taratuto. En pleno rodaje, la premisa giró 180 grados: las peripecias a filmar quedaron sujetas a un trabajo colaborativo y consensuado. En este sentido, es clave distinguir los dos niveles artísticos porque si bien Couceyro interpreta varios personajes donde ensaya el libreto, también documenta un ensayo-documental, autobiográfico, que ella misma elige mostrar.
No obstante, es interesante como Fattore redobla la apuesta asumiendo el riesgo de (re)adaptar el guión y tiempos de rodaje a merced de la rutina de su Actriz con aristas que permanecen intactas: Analía es a la vez madre, y esto denota que tiene menos tiempo para disfrutar con sus hijos (León y Valdemar), por lo que su sacrificio se duplica. Espejo de esto son las escenas de “la intimidad familiar” donde encuentra en lo lúdico (mientras juega con ellos y los dota de creatividad) la clave o “poción mágica” –como define Cocueyro- para aprovechar esta improvisación de personajes que le piden para nutrirse y proyectarse en monstruo, cavernícola, locutora de radio y cantante de ópera… Hasta que suplica, agotada: “Quiero ser un rato yo misma, por favor”, y los tres se unen en un fraternal abrazo. Esta escena cautivante, inserta al público, cual efecto mirilla, en los intervalos de la maquinaria teatral y el sadomasoquismo del ensayo.
Párrafo aparte para la fotografía a cargo de Melina Terribilli, cuyo recurso estético del blanco y negro complementa la distancia buscada, junto a la puesta austera de cámara fija y la ausencia de banda sonora; tres elementos que permiten traspasar la pantalla, creando en el espectador el vínculo cercano al artista tras bambalinas. La falta de correlatividad entre secuencias -estilo collage-; los planos largos; la cámara fija o el travelling, encauzan a la perfección la versatilidad del trabajo en los tiempos de espera donde Analía prepara el emblemático personaje Marie Curie para De Materie y, a su vez, ensaya las obras El Rastro, de Alejandro Tantanian y Constanza Muere, de Ariel Farace. Allí la vemos en locaciones que van desde los pasillos del Teatro Argentino de La Plata, el camarín de El Portón, la habitación de un hotel o la cocina de su casa, atendiendo indicaciones de distintos directores, sesiones de fotos, maquillaje, vestuario y peinado, pruebas de luces, iluminación y sonido; o bien la vemos asistiendo a clases de actuación para practicar y mejorar los vínculos entre Cuerpo/Espacio, Actores/Público.
Actriz rinde tributo al oficio actoral y la versatilidad como pilar intrínseco. Este “cine-ensayo” (como define Fabián Fattore al largometraje) es espejo de la ética profesional y el inmenso esfuerzo rutinario, zonas intermedias y pliegues ocultos detrás de una obra. Si bien hay algo del cine de Matías Piñeiro y de Entrenamiento Elemental para Actores (2009), de Martín Rejtman y Federico León, Fattore logra brillo propio. Y, al igual que Couceyro, denota que no trabaja para vivir sino que vive para trabajar y contagiar emociones, invirtiendo energía en proyectos, atípicos, a los que marcan el pulso de la industria cultural de consumo masiva.
© Luciana Calbosa, 2017 | @LulyCalbosa
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