Suena un poco injusto lo que voy a decir, teniendo en cuenta que se trata de un cineasta que no dejó nunca de filmar a lo largo de más de seis décadas, pero lo más relevante de Godard fue esa primera etapa desde su debut en Sin aliento (1960) hasta 1967. En solo siete años estrenó 14 películas, muchas de ellas geniales. Mis preferidas, además de Sin aliento, Una mujer es una mujer, Vivir su vida, El desprecio, Una mujer casada, Masculino femenino. No es que no haya filmado grandes películas después, pero el impacto de esos primeros años deja todo lo demás como algo menor. El que acaba de morir es un artista del Siglo XX, uno de los más grandes. Pero también es cierto que la trayectora de Godard posterior a 1968 fue consecuente con su vocación artística. En él se encarna la gran paradoja de todo vanguardista: para seguir siendo nuevo, nunca debe repetirse. La única forma que encontró para seguir siendo fiel a sí mismo fue reinventarse siempre, una y otra vez.
La otra paradoja se refiere a ese primer período de su filmografía, previo al Mayo Francés. Algunos historiadores se atrevieron a desingarlo como su “período clásico”, cuando lo que Godard hizo precisamente en esos años fue trabajar sistemáticamente por fuera de los parámetros del clasicismo. Godard es tal vez el cineasta moderno por excelencia, porque su cine es una reflexión permanente acerca de qué significa el hecho de mirar. Godard filma y se pregunta cómo miramos al mundo, cómo escuchamos al mundo. Pero su pensamiento no se refiere solo al lenguaje, a la forma en que accedemos a la realidad a través de los sentidos y cómo el cine se hace cargo de eso; las películas de Godard son sobre todo un cuestionamiento constante al estado del mundo.
Tal vez lo que hace que esa primera etapa nos guste más sea que la tensión entre narración y ensayo no se resolvía, sino que se ponía en escena en las propias películas. Está claro que ya desde el principio su exploración formal propuso una concepción narrativa alejada de la de idea del cine como el arte de contar historias. Pero al mismo tiempo, sus imágenes exponían una suerte de nostalgia por una época perdida, en la que la narración lineal y directa era posible. Respecto a Sin aliento, dijo: “Creía que estaba haciendo Scarface, pero estaba haciendo Alicia en el país de las maravillas.” Es un argumento de film noir, una historia de amor como cualquier otra, pero filmada por un poeta rebelde y desesperado.
Godard fue un cinéfilo, pero de una naturaleza muy particular. “La diferencia entre Tarantino y yo es que el cine vive en mí, mientras que él vive en el cine.” Godard no solo se pregunta qué es el cine, sino que el cine lo atraviesa. Supo darse cuenta de que la Nouvelle Vague era la primera generación que hacía cine admitiendo que existía una historia del cine. “Un joven escritor que escriba hoy sabe que Molière y Shakespeare existen. Nosotros somos los primeros cineastas que sabemos que Griffith existe.” Por eso, en su cine, el homenaje y la cinefilia es al mismo tiempo ruptura y rebelión.
De Godard se ha hablado mucho de su dominio del montaje, su gusto por la experimentación, su habilidad para el collage formal, su capacidad para hibridar el ensayo con la narración. Pero hay un aspecto de su técnica que tal vez sea su mayor contribución a la modernidad cinematográfica. Uno siente que sus películas trabajan en dos niveles al mismo tiempo; uno el de los personajes y otros el de los actores. En las películas convencionales esos dos niveles están imbrincados: el espectador entiende que los actores están interpretando personajes y acepta esa convención. El objetivo es suspender la incredulidad, olvidar (o simular que olvidamos) que no son actores y creernos el cuento. Es un milagro que se repite ante cada película. Godard, en cambio, nos hace sentir que nos interesamos por los personajes y la ficción, pero en realidad lo que se termina imponiendo, lo que verdaderamente nos interesa, son los actores y lo documental. Sus personajes, muchas veces (Belmondo en Sin aliento, los de Banda aparte, Anna Karina en Vivir su vida), quieren ser héroes del cine. No lo logran nunca, porque ya están dentro del cine.
Godard puede ser agresivo, irónico, canchero; pero también poético y romántico. Es violento y al mismo tiempo melancólico. Narra (genera expectativa por lo que está por venir) simulando que no está narrando. Es ligero y lúdico simulando gravedad. Es simple y directo simulando complejidad.
Se puso a hacer películas haciendo como que descubría el lenguaje del cine mientras lo hacía. Entendió que la modernidad extrema no podía alcanzarse dede fuera del cine sino desde adentro. Pero a pesar de que ya lo sabía todo, simulo que no sabía nada. Filmaba como si fuera un amateur, pero era el más sofisticado de todos.
Nos enseñó el valor de la libertad. La idea de que una película puede incluirlo todo es su mayor legado. Eso no significa que se puede filmar cualquier cosa y de cualquier manera, sino tal vez todo lo contrario. Demostró que se puede mostrar la vida y a la vez reflexionar sobre la vida, que el cine podía permitirse la discusión filosófica pero también la banalidad, la belleza y el horror.
Con él se va un pedazo de nuestras vidas. Y eso da tristeza. Tal vez el cine ya está muerto y todavía no nos hemos dado cuenta. Tal vez, la muerte del cine sea lo que necesitemos para reinventarlo.