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CRÍTICAS - CINE

Agosto (August: Osage County)

Agosto (August: Osage County, Estados Unidos, 2013)

Dirección: John Wells. Guión: Tracy Letts. Elenco: Meryl Streep, Julia Roberts, Julianne Nicholson, Juliette Lewis, Margo Martindale, Ewan McGregor, Sam Shepard, Chris Cooper, Abigail Breslin. Producción: George Clooney, Jean Doumanian, Grant Heslov, Steve Traxler. Distribuidora: Energía Entusiasta. Duración: 121 minutos.

La dureza de las pasiones agobiantes.

Las miserias familiares tienen una fuerza inconmensurable que pone a prueba el carácter, desatan mareas de sentimientos incontenibles y abren la puerta de la intimidad develando todas las pasiones que nos inundan.

Agosto (August: Osage County, 2013), de John Wells, es un drama familiar organizado en un prólogo y tres actos (no demarcados en el film), basado en el guión de Tracy Letts a partir de su obra homónima, la cual ganó el premio Pulitzer en el año 2008 y fue interpretada en varios teatros de todo el mundo.

Beverly Weston (Sam Shepard), un conspicuo epígono de T.S. Eliot, ganador de varios premios de poesía en los sesenta, desaparece de su casa tras contratar una persona que se haga cargo de su esposa, Violet (Meryl Streep), enferma de cáncer de boca y adicta a todo tipo de pastillas para calmar sus dolencias físicas y emocionales. Ante la desaparición del patriarca, las hijas de Violet y su hermana acuden a sus respectivas parejas e hijos para afrontar la crisis familiar. Bajo el calor agobiante de agosto en Oklahoma, las miserias, las alegrías, las penurias, las esperanzas, las decepciones, las mentiras y los secretos salen a la luz interpelando a todos los integrantes de la familia en un drama que confronta la vacuidad poética del pasado y el presente.

Agosto desarrolla el drama de cada personaje y lo relaciona en forma de rizoma. Barbara (Julia Roberts), la favorita de Beverly, se alejó varios años atrás para construir una familia apartada de sus padres en Colorado, al oeste del país, mientras que Ivy (Julianne Nicholson) se quedó en Osage County cerca de la familia postergando su carrera y su vida personal. Karen (Juliette Lewis), por su parte, partió hace mucho en busca de la libertad, el amor y el ascenso precipitado, encontrando solo decepción y amargura en amantes pasajeros. Los enfrentamientos entre las hermanas y la madre son el corolario de la tensión entre los distintos caminos que cada una eligió para abrirse paso en la vida. Mientras la relación de Barbara con su esposo se derrumba, el amor le llega a Ivy y Karen continúa autoengañándose con amores vanos.

Las emociones de cada integrante inundan la obra configurando un drama matriarcal en el cual la masculinidad es agobiada por la intensidad de las pasiones femeninas. Las representaciones de Meryl Streep, Julia Roberts, Julianne Nicholson, Juliette Lewis y Margo Martindale se abren paso visceralmente en escenas de cinismo, maltrato y reproches que se destacan por el cuidado de los detalles y las alegorías poéticas.

Las heridas abiertas por las confrontaciones familiares vuelcan su sangre por todo el escenario exponiéndonos a las contradicciones de la institución familiar. Los problemas generacionales y las lesiones universales de la tensión entre fortaleza y fragilidad abren el abanico a los conceptos del amor y la responsabilidad, siempre abordados desde la femineidad en una horma sin forma en la cual los hombres vanos yacen juntos.

La sobriedad de las efusiones deja la sangre fluir en escenas que conmueven y perturban en una pretensión realista sostenida por las figuras actorales, destacándose especialmente Meryl Streep y Julia Roberts. Toda la obra es una prueba de temperamento para estas mujeres cuya belleza reside en la búsqueda de una salida que no existe para siempre volver a la cita de Eliot acerca de la duración de la vida como supervivencia. El escape se convierte en un túnel que las coloca varios años después en el ojo de una tormenta que creció exponencialmente hasta devorar el amor fraterno y dejar las heridas expuestas a la dureza de las pasiones agobiantes. Y así se acaba el mundo, no con un estallido, sino con un sollozo.

Por Martín Chiavarino

Un agosto sofocante…

La versión cinematográfica de Agosto, basada en la exitosa obra de teatro escrita por Tracy Letts, ganadora del premio Pulitzer, y representada en diferentes teatros del mundo, llega a las pantallas con altas expectativas, justificadas y logradas gracias a un destacado compendio de factores: un sólido argumento, un elenco magistral encabezado por la soberbia actriz Meryl Streep, música compuesta por Gustavo Santaolalla y una historia que a todos en alguna medida nos puede resultar familiar.

Si de familia se trata, estamos ante una donde todos sus integrantes parecen estar condenados o condenarse a fuerza de mérito propio a la infelicidad, hagan lo que hagan ese parece ser su destino; desde el patriarca en cuestión Beverly (Sam Shepard), quien decide suicidarse y dar inicio a un drama familiar épico, hasta su esposa Violet (Meryl Streep), una mujer de temperamento ácido con un cáncer en la boca, enfermedad que no la detendrá para decir las más crueles verdades y los silencios más sonoros que nadie querría escuchar.

Luego tenemos las tres hijas dispares y similares en sus traumas y depresiones: Ivy (Julianne Nicholson), atrapada en el pueblo donde viven sus padres, relegando su vida sin motivo aparente ante la imposibilidad de soltar el lazo de amor indiferente que sostiene con su madre, Karen (Juliette Lewis), alejada de todo y todos, presa de amores vanos y pasajeros, y Barbara (Julia Roberts), la favorita de su padre, quien intentó construir una familia convencional lejos de la disfuncional de la que ella es parte, pero sin mejores resultados que los de su hermana.

Los hombres en este film (padres, maridos, amantes, hermanos) son parte de la trama, pero parece que nadie los toma en serio ni los registra, apenas si sirven como peones al servicio de las reinas de este ajedrez agobiante y destructivo donde solo la más fuerte quedará en pie.

En La Casa de Bernarda Alba, otro universo poderoso y desgarrador de las pasiones femeninas, se hablaba de esas tormentas, afirmando que el día que estallaran barrerían con todo y todas: en la casa de Violet no hay tormentas, no corre una gota de aire, pero existe un calor asfixiante y revelador que pondrá sobre la mesa todas esas verdades que fueron calladas, todos los dolores que no pudieron calmarse, los secretos que cada personaje lleva tatuado en la piel, en las miradas, y será justamente sobre la mesa donde se llevará una catarsis con tintes de tragicomedia, convirtiéndose probablemente en la última cena de esta peculiar familia.

Tal vez la vida sea demasiada larga para T.S. Eliot, según nos relata Beverly al inicio del relato, con tantas miserias interiores expuestas, y seguramente también lo sea para todos en Osage Country. A fin de cuentas, podemos alejarnos o quedarnos cerca de los que nos dañan, podemos vivir a pasos o a kilómetros de quienes intoxican, podemos hacer los viajes más largos… pero nadie  nunca podrá huir de uno mismo.

Por María Paula Putrueli

Una transposición emancipada.

Siempre se acusa a una transposición cinematográfica de una obra teatral de tener una correspondencia excesiva con el lenguaje del texto fuente, sin poder ofrecer, desde el cine, una salida artística, no sólo por la mera forma, sino por un desarrollo narrativo que permita al nuevo texto desprenderse y tener una conciencia propia. Agosto, del director John Wells (quien hizo -casi- todos sus trabajos anteriores en un tercer lenguaje: la TV), aspira a emanciparse de la carga transpositiva exigida por una obra teatral, a la que se la puede considerar superior por default, por el sólo hecho de pertenecer a un lenguaje más realista, más cercano al público y por tener la cualidad de lo efímero, porque la experiencia de una presentación jamás se repite. A todo esto hay que agregarle la popularidad que ha ganado esta obra escrita por Tracy Letts (quien se encargó también de escribir el guión), atenuante que termina de revestir esa capa de inmunidad que cubre a las piezas teatrales que son “destruidas” por el cine.

Wells parece más un estratega que un director, se cubre eficazmente de la sobreactuación de sus intérpretes (especialmente por tener de protagonista a Meryl Streep) pero más que nada del diseño producción (el llamado production design) porque si bien la locación principal es la casa familiar, esta podría haber sido un simple escenario teatral, lo que hay es una luz natural que cubre todo el film. Los exteriores (el jardín de la casa, el agua -espacio netamente dramático-, la ruta) funcionan más como parte de una historia familiar que como espacios de oxigenación para la narración o para los propios actores. La luz amarilla y naranja oficia de contrapunto de las miserias familiares -motivo temático universal-, que provienen del afuera; son lo que se les escapa a los personajes ya que cada uno está inmerso en su mundo, que poco respeta al del otro. Ello está ejemplificado en la secuencia de la cena familiar, en la que se supone debería sobresalir el diálogo, no obstante lo que se puede desglosar de ella son monólogos (casi todos provenientes de la madre de la familia, el personaje de Streep) y pocas interacciones, siempre interrumpidas por un tercero. Probablemente la situación que mejor define a esta familia disfuncional esté sintetizada en el único discurso de la hija de los personajes de Julia Roberts y Ewan McGregor, encarnada por Abigail “Miss Sunshine” Breslin, quien osa decir que es vegetariana, brindándoles el argumento de que lo que se consume junto a la carne es miedo, el cual todos llevan inoculado por pertenecer a esta familia. Claro que el segmento finaliza en carcajada general.

Algunas salpicaduras de sobreactuación por parte de Streep y Roberts, que no para de putear y putear, dejan sobrevolar esa maldición del teatro filmado pero nunca forzando la tolerancia del espectador nato de cine, al que probablemente no le importe la procedencia de la historia y está bien: el cine es el cine y el teatro es el teatro. Agosto es cine porque, además del juego de luz del exterior y la oscuridad familiar, hace gala del aspecto que define al lenguaje como tal: el montaje. Está en el uso de la sinécdoque como recurso retórico (la breve escena de la muerte del padre de la familia), en las elipsis y en la cadencia del relato. Tres aspectos que la TV estadounidense viene desarrollando efectiva y mecánicamente (no por nada la mención de Wells como hombre televisivo), tres puntos claves -también- que no supo usar, por ejemplo, Roman Polanski en su transposición de Un Dios Salvaje, una obra cargada de golpes de efectos y sobreactuaciones de Jodie Foster y Kate Winslet, un verdadero pastiche impregnado entre dos lenguajes, limbo en el que no desea caer ninguna obra artística.

Por José Tripodero

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