Idea: José Antonio Lucia. Dramaturgia y dirección: Román Podolsky. Fotografía: Félix Méndez. Iluminación: Lucía Feijoo. Producción: Murática Teatro – Sandra Commisso. Elenco: José Antonio Lucia. Prensa: Marisol Cambre.
Román Podolsky suele trabajar a menudo con rasgos o pinceladas del mundo del circo. Y los personajes y las imágenes que la dramaturgia de este texto despliega, no dejan atrás una de las características más personales del autor. La historia a su vez nos remite por momentos a Los Miserables, y toda esa cantidad de sentimientos tan profundos que desata en el espectador, al recordar los modos y sonrisas imborrables, que siempre caracterizan a la supervivencia de los desposeídos. Esos que se aferran con garra a la vida. La injusticia social se entremezcla con las pasiones individuales características del amor, que tan elevadas como mundanas, protagonizamos en algún momento todos. Y esa capacidad tan humana de ir a por lo que queremos sin medir los costos. Y el amor, la traición, el mundo del espectáculo, la magia develada y un gato que habla conforman el entramado poético de todo lo que acontece, profundo y conmovedor.
El argumento narra la pasión y peripecias de un bailador de flamenco, al que llaman El Alacrán, por ciertas costumbres de guapo y prestancia física. Trabaja en una especie de bar de espectáculos de mala muerte, con otros colegas como ‘’el mago’’ – que era demasiado bueno y de tan bueno revelaba sus trucos – y ‘’la Cangrejo’’, una bailarina cuyo apelativo venía de la falta de sus tres dedos restantes, excepto el pulgar y el índice. Sus manos adquirían una posición de pinza, como la de los cangrejos, al bailar.
La Cangrejo era orgullosa, de carácter fuerte, y dueña de una fuerza vital que enamoró al Alacrán. Ella estaba en pareja con el Mago, pero un día, después de varios cortejos del Alacrán, se arrojó a sus brazos. La Cangrejo estaba organizando una procesión de los desposeídos que logra mucha concurrencia. Es allí que Podolsky se explaya con los personajes que vemos pasar ante nuestros ojos como pinturas de James Ensor, y la Cangrejo que bailaba arriba de un coche, poseída, ida, feliz. La policía también estaba allí: “no pueden estar aquí” – les dicen. “¿Pero y a dónde vamos?” Siguieron al campo y allí les dijeron: “no pueden estar aquí”. “¿A dónde vamos?”… son las palabras que quedan resonando en nuestra cabeza, que busca insensata soluciones para personajes ficticios, porque sabemos que no son ficticios. Resuenan segundos eternos en nuestro cerebro y después en el pecho, en donde percibimos una congoja. Esa congoja que suelen provocar siempre las grandes obras, cuando están bien hechas.
El Mago se enteró de la traición del Alacrán y se armó una disputa en un bar con mucho vino. Muere el Mago y muere La Cangrejo. En la taberna el Alacrán escucha hablar al gato, cansado de los menesteres de ese tipo que tiene que vivir ‘’un gato de taberna’’. Y deciden irse juntos. “Salir de la realidad es un soplo de aire que sólo unos pocos nos podemos permitir”.
La poesía de los contenidos es inmensa y muy destacable en un unipersonal armado con una mesa y dos sillas, en donde la genialidad se abre paso sin límites reales, desde un gran texto, una dirección impecable y una actuación muy potente.
A través de una limpieza de movimientos excepcional, la energía que despliega José Antonio Lucia está meticulosamente medida para cada paso, para cada movimiento de cada mano, y en cada mueca. La expresión desatada con el dominio de un gran profesional: la magia actoral. La dirección suma eligiendo la concentración de la energía y del foco del espectador, para que cada palabra se escuche con atención plena y vaya componiendo las imágenes que se nos presentan casi cinematográficamente, sobre lo que se narra. La estructura de la dramaturgia es excelente.
La escenografía es muy sencilla: una mesa y dos sillas de pino, unos zapatos de utilería de la bailarina que el Alacrán hace sonar contra la mesa y una valija pequeña con una caja de pinturas con las que comienza a pintarse en la última mitad del espectáculo. No sabemos por qué. Solo vemos que va realizando una trasformación hasta quedar vestido de mujer. Maquillado, los labios rojos, con un vestido de pequeñas flores y los zapatos de la bailarina.
Porque la mejor manera de traer a alguien es representándolo. Porque el amor queda en el cuerpo, y en la brisa: “Desde que ella falta, la soledad, el viento, sólo eso”. Porque el amor es una ceremonia.
Teatro: Timbre 4 – México 3554.
Funciones: Domingos 21:30 hs.
Entradas: 150 $
Por Natasha Ivannova