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CRÍTICAS - CINE

Alien: Romulus

CAZAR AL BICHO

Al igual que la mecánica del velociraptor, que siempre ataca lugares nuevos para encontrar un punto débil, la saga de Alien buscó todas las variantes posibles para alcanzar en cada una de ellas un éxito y también un cambio significativo en relación mecánica/arte. Fox intentó con directores completamente opuestos y así concibieron propuestas alejadas de la original Alien, de Ridley Scott; todas tienen en común la producción a cargo de Walter Hill.

Recordemos que Alien dio pie a Aliens, de James Cameron, que era una acertada multiplicación exponencial (en número de criaturas, demostrado en el plural del título). Luego llegó Alien 3, propuesta cauta de David Fincher que se alejó aún más de estas dos primeras; impuso un tinte religioso y sobrio (por no decir aburrido) a la saga. Problemas de producción mediante, Fox intentó reemplazar al joven Fincher en pleno rodaje, y Sigourney Weaver, guerrera dentro y fuera de pantalla, se jugó por la propuesta de quien hasta el momento era un ignoto director imponiendo que no se haría la película sin él.

Ya para la cuarta parte, Alien: La resurrección, la saga quedó desvirtuada con el agregado de la todavía en boca Winona Ryder y un director francés (Jean-Pierre Jeunet), cuyo concepto del arte también se distanciaba, pero ahora no solo de dos sino de tres proyectos. Luego de semejante fiasco, la franquicia quedó en coma y pasaron siete años hasta que pudiéramos volver a ver al bicho en compañía -o mejor dicho, como adversario- de Depredador. Fiel al cómic editado por Dark Horse, una batalla entre dos especies en dos películas muy divertidas, aunque más alejadas de la saga.

Así como con las películas de Misión: Imposible, cada nuevo director aportó algo a Alien. Una vez que parecía haber firmado su acta de defunción, Ridley Scott volvió a la carga con una precuela que generó mucho entusiasmo (Prometeo) y pudo rascar una secuela (Alien: Covenant). Ambas intentaron recrear el origen del xenomorfo, cuasi religiosamente; ambas son olvidables.

Ante cada nuevo intento de concretar un nuevo proyecto de Alien, pareciera que no es suficiente plantear algo original, No se entendió que el público esperaba algo similar a lo de los comienzos, cual contrato con la audiencia, con un alien a bordo y una cacería.

Para Alien: Romulus se entendió quizás este contrato entre partes. La historia se ubica temporalmente entre Alien y Aliens y toma lo mejor de ambas: argumento, estructura, colores.

Como espectador contamos con ventaja, una que no se tenía al ver la primera parte. Conocemos de antemano las etapas de reproducción del monstruo, algo que los protagonistas no y los llevará a pasar por las mismas instancias en las que se vió envuelta la tripulación del Nostromo. El afán de Scott por poner en pantalla relaciones e interpretaciones de la mitología griega y romana es incesante en su filmografía, no siempre bien empleada. El Nostromo, el héroe (Ripley), Prometeo (o Weyland), el que encuentra y entrega al hombre el fuego, o en este caso, el avance biológico para logra una evolución temprana de los humanos; y Romulus, quien junto a Remo, ambos criados por una loba (otra especie), fundan Roma, una nueva ciudad, una nueva colonia. También se entiende una noción de líder, aquí personificada por Rain (Cailee Spaeny), una trabajadora de las minas a quien no le reconocen el cupo para poder emigrar y queda recluida a trabajar por varios años más. Esto genera que la joven, junto a su fiel androide Andy, programado para hacer lo mejor para ella y cuidarla, emigre ilegalmente con un grupo amigo en busca de la estación subdividida en Romulus y Remo. Una base en la que probablemente existan cabinas de hibernación o criocápsulas para poder viajar hacia otro planeta. El obstáculo que se presentan es que una de estas cápsulas se encuentra sin carga y la batería para darle energía se ubica en un lugar donde… bueno, va a pasar de todo.

En todas las Alien se contó con un androide, equipo que contiene una programación y misión. En esta entrega reaparece una nueva versión de Ash, que se llama Rook, vuelto a pantalla gracias a la IA aplicada sobre el fallecido actor Ian Holm. Este personaje, a su vez, incidirá sobre Andy (magníficamente interpretado por David Jonsson, en roles de comportamiento dual).

El viaje de la heroína persiste y ubica a Rain en un rol similar al de Ripley, teniendo que atravesar infinidad de obstáculos y más acción, casi incesante por momentos. Abundan las reminiscencias a Aliens en la puesta en escena, la presencia de fluidos como la humedad, el vapor, el tono azul y el metal de las armas inteligentes.

Los aliens son como velociraptores: cazadores que buscan puntos débiles, esperan sigilosamente y atacan en solitario o en manada. Al igual que esta nueva propuesta de la saga, que buscó por todas las bifurcaciones posibles -sin éxito, mayormente-, hasta lograr una que sí funcione, como es Romulus.

Fede Alvarez, el director uruguayo apadrinado por Sam Raimi, conoce su oficio. No es Cameron ni Scott, no innova y decide filmar sobre un terreno seguro, al que podría achacársele incluso falta de ideas. Como realizador copia una fórmula, esta vez la que funcionó previamente, y así termina por lograr un film por demás entretenido. Porque de eso se trata Alien: fuera del exceso por lo místico, definitivamente en la acción por cazar al bicho.

(Estados Unidos, Reino Unido, Hungría, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, 2024)

Dirección: Fede Alvarez. Guion: Fede Alvarez, Rodo Sayagues. Elenco: Cailee Spaeny, David Jonsson, Archie Renaux, Isabela Merced, Spike Fearn. Producción: Walter Hill, Michael Pruss, Ridley Scott. Duración: 119 minutos.

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