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Dossier

Apuntes sobre la escritura de guiones en estos tiempos

Infinitamente agradecido a Jorge Ruffinelli uno de los grandes críticos de nuestro continente, por eso deseo ofrecer unas cuantas ideas sobre cine, aprovechando la presencia de ustedes, respetable público, en esta presentación

No son pocos que piensan que el cine, a pesar de los avances de la tecnología y de la cantidad de producción que se ha incrementado en los últimos años, y del acceso que se tiene ahora mediante varias ventanas de distribución y espacios alternativos, algunos al margen de ley; en los últimos tiempos ha perdido algo que les era esencial, algo que amaban y porque el habían entregado parte de sus vidas. 

Fueron testigos activos de batallas victoriosas contra aquellos que deseaban hacer del séptimo arte un simple espectáculo, para mostrar, por ejemplo, con gran despliegue de efectos, catástrofes en tierra, aire o mar; testigos de batallas contra aquellos que buscaron sacar provecho económico (“cine de exploitation”) cruzando la línea de la moralidad y “el buen gusto”; batallas ganadas contra aquellos que deseaban ponerse a la altura de las groserías de los adolescentes a punto de perder la virginidad.

Pero ahora muchos de esos testigos piensan que todas las batallas están perdidas. Muchos han dejado de escribir sus críticas, o ya no tienen medios que se las publiquen; otros se han pasado de la crítica a simplemente reseñar series, miniseries y shows del streaming, y algunos simplemente han dejado de ver lo que ahora le llaman cine para refugiarse en la literatura o la pintura.

Todas estas señales parecen indicar que ahora esos amantes de antaño perdieron vigencia. Ahora encontrar y leer una crítica de cine es algo excepcional.

Tal vez, de lo estoy hablando, lo atestigüe la última película de Víctor Erice, que justamente que lleva el título de “cerrar los ojos”. Que por cierto no se estrenó en nuestra ciudad.

Ahora, se pisa sobre seguro, a la gran industria, en general, le da pereza arriesgar, a pesar de la gran cantidad de producciones que se hacen:  se hacen pocas cosas nuevas, (en la actualidad más del 70% de las producciones son remakes, secuelas, precuelas, spin offs o adaptaciones de obras que ya fueron adaptadas, o de novelas emblemáticas o éxitos de ventas).

Hoy en día es muy riesgoso hacer obras que rotule nuevos caminos, que indague o propongan nuevos cánones, (en rigor, si hay un mínimo espacio para un reducido grupo aristocrático minoritario que trabajan deconstruyendo los lenguajes con sencillos presupuestos). Y de alguna manera también conlleva un riesgo mirar esas obras.

¿Cómo es que llegamos a este lugar?  ¿Dónde encontrar sus inicios, o las primeras señales de esa pérdida? ¿Qué sucedió?

Creo que sucedieron varias cosas a la vez, es un cambio de era. Y yo no soy ni él más calificado, ni el indicado para entender y explicar esos acontecimientos y gestos como los vuelos de las mariposas.

Y lejos de dar quejas y explicaciones aprovecho para de poner en su consideración un par de ideas, muy simplificadas y tal vez esquemáticas, solo como un punto de partida. solo como centros que patea desde tiro de esquina un futbolista, a la espera de que alguno le meta cabeza en esto, y la emboque; en realidad solo se trata de lanzar un par de hipótesis provisorias, que seguramente van a cambiar o termine abandonándolas y tienen que hacerlo, porque sabemos que sucede cuando las ideas no circulan como la sangre.

Antes el cine por suerte crecía y provocaba con muchas películas que se hacían al margen de la gran industria y se luchaba para poder ver y hacer circular ese otro cine; hecho por cineastas jóvenes de las otras partes de mundo que se rebelaban contra la sumisión de un cine a imagen y semejanza del cine de la gran industria.

Esas otras nuevas cinematografías revisaban y hacían sus propias propuestas; y entre los argumentos principales que cuestionaban estaba la manera de contar historias, entre esas discusiones se cuestionaba cuan alejadas o en contraposición deberían ser estructuradas las historias con relación al texto: la poética de Aristocles sobre la manera de hacer tragedias.

En ese debate es que algunos defendían armar los guiones a partir del texto de Aristóteles y otros más bien pensaban que era tiempo de desterrarlo y crear nuevas maneras de estructuras los dramas de los personajes, como lo estaban haciendo el teatro de Becket o Ionesco.

Lo cierto es que hasta ahora sigue presente la cuestión de usar o no como punto de partida la poética de Aristóteles para la escritura guiones. Las teorías de escritura de guion se dividen entre quienes la poética es su punto de partida, junto a las teorías de los mitos; y quienes tratan de negarla y buscar nuevos caminos. 

Pero más allá de la estructura de tres actos, y la proporcionalidad que hace a su belleza. Hay, creo, algo en el espíritu de la tragedia que tiene que ver con nuestra necesidad interior de ver representadas historias. 

Pero mirando las cosas que se estrenan en las carteleras podemos aventurarnos a una hipótesis de que la tragedia no ha muerto como sostiene George Steiner, si no que ha sufrido una metamorfosis tan aberrante como la de Gregori Samsa.

Para Aristóteles, en la tragedia el héroe trágico comete un error y cae en cuenta que tiene que pagar un precio por su atrevimiento de enfrentarse a los Dioses, al conocer las consecuencias de sus errores asume su destino trágico, lección moral que el espectador aprende mediante la catarsis.  

En Nietzsche se trata, como en gran parte del arte, de  una pulsión entre: el pensamiento de la razón y el orden que le llama apolíneo contra la intuición, el caos y los sentidos que viene de Dionicio.

En Hegel, no hace faltan los Dioses, son dos principios morales legítimos que se enfrentan, o dos personajes que, desde puntos de vista diversos, luchan a veces con los mismos principios morales. Y el resultado debe ser la reconciliación.

Heidegger, Ya en este siglo, en cambio ve que la tragedia debe plantear es un problema existencial, el héroe debe tener el valor de abrir un espacio a la verdad, el valor de la revelación.

Pero ese desarrollo estuvo muy poco presente en el cine. ¿Por qué?

Un paréntesis grande antes de seguir.

En una charla para justificarse como semiólogo Yuli Lotman defendía su oficio, explicando que como en él refrán “cada panadero alaba su pan”. Cada uno consideraba lo suyo como lo más importante; así él decía que estudiaba lo que nos distinguen a los hombres de los animales: como es que se comunican los hombres.

 Así los médicos salvan las vidas de los hombres, los artistas retratan sus almas y los curas las salvan; los historiadores cuentan cómo es que llegaron hasta ese lugar los pueblos, y los políticos como salvan a las naciones y planifican su futuro. 

Y, justamente es en los políticos donde más egos crecidos desmedidamente se encuentran, es que ellos creen que es tan importante su misión, que nada puede detenerlos, algunos hasta creen que son profetas y por lo tanto consideran justo y necesario que todos los demás, incluidos los artistas y creadores, les ayuden a tan importante misión.

Y lo consiguieron.

Así la cultura y el arte se redujeron a simples herramientas, -y en alguna sociedad de raíz más violenta, simplemente se las redujo a ser: “un arma” al servicio de esa “importante misión” de los políticos. 

A una gran mayoría le pareció correcto la subordinación de la creación a una dirección política, en la medida que coincidía con la dirección a donde ellos iban. 

Algunos fueron más allá: les parecía correcto establecer una dependencia orgánica, de los creadores y pensadores, con los encargados de manejar la dirección política. No solo para uniformizar los contenidos, sino que también se crearon agrupaciones, sindicatos, asociaciones y uniones, que eran la correa de transmisión del poder; y se dictaminaron qué función debería cumplir el arte y que cosas debería hacer y sobre todo que cosas no, y dictaminaron la función que debería tener el arte según en qué estado creían que estaba la sociedad en su tan importante misión política.

Esos grupos corporativos de asociaciones y uniones de artistas pronto crearon una elite casi aristocrática que se adueñaron de los medidores de la calidad de cada una de las obras. De su utilidad o futilidad de las obras y de sus autores. Y de administrar los fondos para que sigan o no haciendo su arte. Se crearon círculos viciosos que inevitablemente terminaron en mediocridad.

En medio de eso nacían las vanguardias, de desmembraban y se peleaban entre ellas y algunas otras se adscribían alguna causa política y otras las condenaban.

En la Italia fascista, en la Unión Soviética Socialista y en la Alemania nazi “florecieron” orgánicamente agrupaciones organizaciones de artistas e intelectuales que indicaron como debería someterse el arte al proceso político, todos tenían en común que tenían delante un solo enemigo a quien combatir y vencer, la necesidad de destruir el pasado rescatando lo nacional, proclamar lo nuevo que rotule el arte del porvenir, la necesidad de rescatar los valores nacionales, la necesidad de sacrificio por esas causas, la necesidad de glorificar a los héroes propios y demonizar a los enemigos, defender la moral propia.

El mundo estaba entre las guerras y paralelamente al otro lado, en el otro bando, también de manera corporativa se creó el código Hays, que además de considerar que los artistas deberían apoyar directamente a la guerra como lo hicieron muchos de los cineastas norteamericanos, tenía muchas coincidencias con los postulados de sus enemigos. Después, de alguna manera, todo se profundizo con la caza de brujas del macartismo.

Con similares propósitos y métodos cada artista representaba sus hagiografías, y le daba forma de mal al enemigo; el representante del mal progresó, se convirtió en el antagonista, el mal que en muchas de sus caras se enfrentaba a los héroes que defendían o representaban las ideas de sus postulados políticos. Podríamos escribir sobre el antagonista de las mil caras.

No se necesitaban héroes trágicos arquetípicos, sino solamente valientes, ingeniosos y con algún poder solamente se encargue de enfrentar a la encarnación del mal. El resultado es que los villanos empezaron a cobrar protagonismo, tener más brillo y ser más pintorescos en el mejor sentido de la palabra.

Creo que de tanto combatir el mal encarnado en variados y extraños antagonistas esa cosa esencial que creo tenía en el espíritu de la tragedia que tiene que ver con nuestra necesidad interior, la han dejado en el camino. 

Ahora, por poner un ejemplo, héroe le llamamos a un ser que usa un único y particular uniforme de látex que se puede usar como disfraz y que se reúne con otros uniformados que combaten unos exóticos personajes que solo son una pálida caricatura del mal. Y como la talla no le alcanza y ha perdido toda humanidad, se usa el oxímoron de “super-héroe”. Pero también, por poner otro ejemplo, en el mejor de los casos, son pequeños héroes humanos que luchan, o toman conciencia de alguna particularidad mundana del  mal, como la intolerancia, el abuso, el racismo, la ambición, o el machismo.

Y no que esas cosas no estén mal y no tengamos que combatirlas, pero creo que podemos aspirar contar historias que toquen o intenten hacerlo, cosas esenciales de las que trato de escribir Aristóteles, más allá de su estructura física y proporcionalidad.

Esta es una lectura arbitraria y totalmente incompleta, de quien solo escribe historias de antihéroes, porque lo mío no es la investigación y sabiendo que supuesto que hay muchas otras maneras de ver estos asuntos, pero a mí, hoy día, se me antojaba compartir esta. Como un homenaje al maestro Jorge Ruffinelli por este texto, por a sus valiosas y inolvidables conversaciones, Y también a los 200 años de nuestra querida y atormentada patria.

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