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#ASLTARANTINO | Tiempos violentos | Nadie inventa nada

Perros de la calle termina de forma abrupta y brutal, concretando una tragedia en donde casi todos los personajes terminaban muertos. No puede haber un final más claramente cerrado que ese. La imagen final de Tiempos violentos, la siguiente película de Tarantino, encuentra, en cambio, a los asesinos Jules y Vincent saliendo de un café luego de presenciar y frustrar un robo. De Vincent sabremos su final, en tanto el de Jules queda completamente abierto. En algún punto, si Perros de la calle es la carta de presentación de Tarantino, la que mostraba sus habilidades como creador de escenas tensionantes y su capacidad para los diálogos (tanto para escribirlos como para filmarlos), Tiempos violentos es la entrada más clara a su universo de reciclajes, a su regodeo en los criminales parlantes y a sostener largas escenas y también sus finales que, como tantos otros que vienen después de Tarantino, encuentran a los personajes siguiendo una historia nueva que nosotros como espectadores nunca veremos.

También, de paso, a narrar y mucho, todo el tiempo, en cualquier parte y con cualquier excusa. Por eso es que Tiempos violentos provoca una sensación rara: por un lado, es un mecanismo perfecto de relojería narrativa, donde todas las piezas finalmente terminan encajando, pero, por el otro, este mecanismo es al mismo tiempo perfecto e inacabado, un poco porque la propuesta es hacer algo tan desconcertante como un “mecanismo abierto”. Seré más claro: Pulp Fiction es una película donde todas las piezas encajan al mismo tiempo, y en el cual parece que podrían seguir agregándose piezas y más piezas. Después de todo, en este film se cuentan miles de historias: no sólo las tres principales, también la del reloj de oro narrada por Christopher Walken, la de la chica con aritos, la de las aventuras de Vincent en Europa, la de la valija con luz dorada que puede ser excusa para otra historia, y así podríamos seguir. Al mismo tiempo, en la película hay alusiones a otras historias (series, novelas, cómics, otras películas, lo que sea), de otras narraciones. Y veces, claro, en que las historias no se cuentan como uno espera, aun cuando se cuenta un poco lo mismo de siempre. De este modo, cuando la película tiene que contarnos que Butch no quiso perder la pelea, Tarantino no la narra mostrando esa pelea, sino que lo hace básicamente a través de un relato de radio, entendiendo, como Eric Rohmer (del cual Tarantino siempre se declaró fanático, aún cuando su cine sea, aparentemente, muy distinto) que la palabra también puede tener una enorme fuerza cinematográfica, y que el cine no es más virtuoso solamente porque se valga de imágenes.

El resultado de Tiempos violentos es más o menos por todos conocido: creó un impacto enorme en el cine de los 90, quizás de los más grandes que dio esa década, aunque también creó varios enojos y detractores. Algunos persisten al día de hoy, e incluso con los mismos argumentos. Hay muchos, algunos más válidos que otros, pero desearía concentrarme en dos a los que creo, a su raro modo, voluntaria o involuntariamente, la película de Tarantino responde.

El primero es que esta película “no inventa nada nuevo”. Es algo común que se achaca al cine de Tarantino aludiendo, por ejemplo, a que las largas charlas entre estereotipos del cine negro ya fueron hechas por Godard décadas antes. Ahora bien, jamás vi a ninguno de esos mismos detractores quejarse de que gran parte de las transgresiones del Godard de los 60 ya habían sido ideadas por directores de animación como Chuck Jones o Tex Avery décadas antes, quienes probablemente se hayan inspirado en ese tipo de transgresiones o en otras películas de animación o en distintos cómics. De hecho, si nos pusiéramos a descalificar realizadores (o artistas en general) porque “no inventan nada” probablemente ninguno quedaría en pie, ni siquiera Griffith, que basó su forma de narrar en base a la reunión de otras técnicas previamente creadas, y que se inspiró en Charles Dickens para muchas de sus formas narrativas.

Creo que en buena parte lo que dice Tiempos violentos en particular y Quentin Tarantino en general es eso: que en el fondo, la invención real y genuina, la del artista que parte de la nada y de la nada hace algo es absurda, y Tiempos violentos es toda una toma de posición al respecto. La película no solo no quiere inventar nada, sino que insiste en la idea de contarnos cosas que vimos mil veces: el asesino a sueldo que choca con su propia conciencia, el hombre que se enamora de la mujer del jefe, el boxeador que se niega a dejarse perder en su última pelea. Por otro lado, no sólo nos cuenta cosas que hemos visto mil veces, sino que en esas tres historias principales nos cuenta un poco el mismo tema: el del tipo rudo, sin un aparente límite moral, que encuentra su propio código de conducta. Además, abundan en la película otros clishés: Travolta bailando, la chica rebelde pero en el fondo frágil, o la pareja de delincuentes sobreexcitada. En todo caso, si Tiempos violentos sorprendió en su momento no es porque contara algo distinto, sino porque contaba cosas que habíamos visto miles de veces todas acumuladas y desordenadas en el tiempo; un desorden cronológico que justamente quería mostrar la mano de su creador haciendo lo que quería con sus historias: poniendo en algunas a personajes como protagonistas, cuando en otras eran meros repartos o extras; haciendo que el que capturaba toda nuestra atención en una historia de amor fuera, en otra historia, víctima de un asesinato.

El desorden cronológico es, de paso, la confesión de que lo que estábamos viendo era una ficción, y una ficción que habla, básicamente, de las ficciones que vimos unas cuantas veces y que podían contarse de manera distinta, un poco porque lo que dice Tarantino es que la forma de inventar en el cine no se trata de otra cosa, al fin y al cabo, que de mezclar elementos –o acumularlos, como en este caso- y ver a partir de ahí cómo queda todo.

Dicho esto entonces vino el otro cuestionamiento que se le achaca a Tiempos violentos en particular y a Tarantino en general: ¿Qué visión tiene del mundo Tarantino?, ¿Qué nos revela Tiempos violentos de la realidad si no es otra cosa que una serie de ficciones autoconscientes de una película llamada justamente Ficciones Pulp (y no, como estúpidamente se la tradujo acá, “Tiempos violentos”, que pareciera ser, sí, más propio de una película de denuncia que otra cosa)?

Y entonces viene la objeción de que Tarantino es un director vacío, sin nada que decir de la realidad, de las cosas que pasan, de la vida, etc.

El problema de esta objeción es, creo yo, que supone la idea de “mundo” como algo demasiado limitado. ¿Qué sería hablar del mundo?, ¿reflexionar sobre una situación política determinada?, ¿contar historias de relaciones humanas?, ¿hacer cine histórico?

No tengo dudas de que un cineasta que toca todos esos temas habla sobre el mundo; en tanto que la política, la historia y las relaciones humanas nos afectan en nuestra cotidianeidad. El tema es que reflexionar sobre las ficciones, sobre las formas de reciclarlas, sobre la imposibilidad de un artista de hacer una creación genuina, es también hablar de algo que afecta nuestra realidad. Nos relacionamos con ficciones que pueden moldear tanto nuestra realidad como las relaciones humanas o las decisiones políticas que se hacen en el territorio en que vivimos, y creo que en algún punto una película como Tiempos violentos se hace particularmente consciente de esto en su cita final.

Allí Jules cita a uno de los ladrones un párrafo de la Biblia. Que la Biblia sea la última cita de Tiempos violentos no parece casual: la Biblia es, después de todo, un libro que contiene una cantidad de historias en decenas de libros, y Tiempos violentos es una película que contiene dentro de sí otras muchas, muchísimas historias. La Biblia también constituye un conjunto de ficciones (incluso para aquellos que somos creyentes lo son, aun cuando unas pocas de estas historias sean consideradas por nosotros ficcionalizaciones de hechos que sucedieron), y esas ficciones, y la interpretación y la reinterpretación que se hicieron de ellas, alteraron civilizaciones enteras y crearon, para bien y para mal, conceptos políticos y sociales según como era leídas. A Jules, básicamente, le pasará lo mismo: su lectura del mismo párrafo del libro de Ezequiel lo interpeló de dos formas radicalmente distintas según el momento de su vida en que lo vivió, fue en un principio una excusa para intimidar y después una forma de encontrar un camino de paz. No es el único personaje de Pulp Fiction al que una ficción justamente lo interpela de alguna u otra manera: las ficciones que no llegó a protagonizar Mia Wallace signaron un poco el camino posterior de su vida; la ficcionalización de una historia de un reloj de oro narrada con maestría por Christopher Walken es lo que signa las formas en las que concibe su idea del honor y del respeto propio. Son formas de Pulp Fiction de decirnos que las ficciones tienen el misterio de disparar para cualquier lado: pueden ser claves para uno como irrelevantes para otro, pueden modificarse en la forma que nos interpelan según las cosas que se viven, pueden ser adornos de un café, ruidos de fondo de una charla, y sobre todo tener esta rara cualidad de estar resignificándose siempre, no importa lo gastadas que creemos que estén. La prueba máxima es esta obra maestra potente y fascinante, que vino para renovar las cosas con cuestiones que parecían viejas.

“Nadie inventa nada”, pareció decirnos Tarantino acá, pero esto no implica necesariamente que las reinvenciones no sean la clave misma de que durante milenios estemos rodeados de historias cuya capacidad para revitalizarse pareciera ser infinita, y por ende, eterna.

 

Visualizá el índice del dossier completo en el siguiente LINK.

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