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ASL TIBURONES

#ASLTIBURONES | Cuando el camp conoció a la sharksploitation

Desde 1975 en adelante, las películas cuyo principal antagonista es un tiburón siempre buscaron interpelar al espectador, calar hondo en aquellos temores ancestrales de la psiquis humana, el miedo a lo desconocido, a insertarse en los dominios de una criatura salvaje, allí donde el hombre no es el ser superior. Conforme pasaron los años y las tendencias, la películas relacionadas con este subgénero se alejaron cada vez más de la explotación de ese miedo primigenio, eligiendo en su lugar explotar la simple faceta del monstruo devorador de hombres en su versión más reduccionista y comercialmente viable para las pantallas.

A la mencionada calidad “desechable” de estas producciones se le suma en el nuevo milenio un condimento que se volvió clave: el consumo irónico. Las redes sociales, los memes y el humor compartido instantáneamente se volvieron piezas fundamentales para dar a conocer films que redefinieron aquel rótulo de “tan mala que es buena”, película que en otras épocas hubiesen languidecido en las bateas del videoclub sin concretar un solo alquiler, ni mucho menos alcanzado la popularidad global. The Asylum siempre se destacó dentro de la industria clase B como una productora que hacía de la copia y el plagio desmedido un estilo de vida, su código de conducta y el método más efectivo de supervivencia. Hasta el año 2013 las producciones que coqueteaban con inminentes batallas legales por derechos de autor, con historias que involucraban robots sospechosamente similares a los Transformers de Michael Bay, los Jaeger de Guillermo Del Toro o anacondas mutantes peleando contra tiburones de dos cabezas eran el plato del día para la humilde productora cinematográfica, por más grande que pareciese quedarle ese mote.

Dicen que la suerte hace blanco en quien menos lo espera, y nada podría ser más preciso para describir el éxito inesperado con que se topó The Asylum en aquel año 2013 cuando estrenó Sharknado en el prime time del SYFY Channel. La trama de la película es tan directa como su título, un tornado que nace en el Oceáno Pacífico toma fuerza en el mar y suma a su composición un elemento que lo vuelve aún más devastador: tiburones. Es así como los desprevenidos habitantes de Los Angeles se vuelven víctimas de un tornado que desparrama escualos a diestra y siniestra. En medio de la catástrofe la trama sigue el camino del antihéroe Fin (Ian Ziering), quien con un grupo de aventureros improvisados busca poner a su exmujer y sus hijos a salvo de la amenaza mientras buscan la manera de neutralizarla.

Sharknado hace de su estética un pastiche, uniendo retazos de material de archivo, escenas filmadas en pantalla verde, playas de estacionamiento convertidas en sets de filmación improvisados y efectos especiales generados por computadora que desafían cualquier tipo de verosímil. Pero hay un enorme atractivo respecto de la forma en que todo esto cobra vida ante el espectador, se produce un vínculo, se comparte un código, un guiño cómplice. Todos son conscientes de estar presenciando una obra que bajo ningún concepto se toma a sí misma en serio y todos lo saben, un pacto entre ambos lados de la pantalla.

Incluso la producción tiene orígenes azarosos al igual que Tiburón (Jaws, 1975), la piedra angular del subgénero. Así como la película de Spielberg encontró su locación gracias a que el tren en el cual viajaba su director de arte Joe Alves quedó varado en Massachussetts por una nevada, Sharknado encontró a su protagonista gracias al simple hecho de que Ziering aceptó el trabajo para mantener la obra social del sindicato de actores, ya que su segundo hijo estaba en camino.

La suspensión de la incredulidad se vuelve fundamental para sobrellevar 86 minutos de película dentro de los cuales todo se siente más cercano a un episodio de Looney Tunes antes que a un relato del cine catástrofe con ecos de Twister (1996), Alerta en lo profundo (2006) y El día después de mañana (2004), pero realizado con un presupuesto de emergencia. Lo interesante de este approach cinematográfico es que se vuelve un entretenimiento camp altamente indescifrable, en el cual una escena nos muestra a los héroes abriéndose paso a través del desastre, para luego verlos salvar un colectivo lleno de alumnos de primaria que cuelga de un puente y terminar con nuestro héroe Fin atravesando un tiburón de lado a lado, motosierra en mano, mientras vuela por el aire. No hay forma de predecir qué és lo que va a suceder después. Probablemente allí radique el mayor atractivo de Sharknado.

Pero por sobre todas las cuestiones Sharknado es un film inspirador, es la anarquía hecha cine de aventura clase B. Pone de manifiesto la noción de que no hay idea lo suficientemente absurda como para no ser filmada. Como dice uno de los memes más populares generados indirectamente por la saga: Cuando tengas miedo de compartir una idea, recordá que alguna vez alguien en una reunión de producción propuso la idea de hacer una película sobre un tornado lleno de tiburones.

 

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