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CRÍTICAS - CINE

Baby: El Aprendiz del Crimen (Baby Driver)

(Estados Unidos, 2017)

Guión y dirección: Edgar Wright. Elenco: Ansel Elgort, Kevin Spacey, Lily James, Jon Hamm, Jamie Foxx. Producción: Tim Bevan, Nira Park, Eric Fellner. Distribuidora: Sony-UIP. Duración: 112 minutos.

El maridaje del género, la cinefilia y la música

Que aparezca una película como Baby: el Aprendiz del Crimen (Baby Driver, 2017) es motivo de celebración. A pesar de ser de género, es de esos productos que no abundan en estos tiempos, lo cual lleva a reflexionar sobre la dirección que ha tomado el cine industrial, menos preocupado por las historias, las estructuras, las referencias cinéfilas y por la inoculación de ligeras variaciones a esos moldes llamados géneros que por reproducir éxitos de otros tiempos o extender el mundo de los superhéroes a un cuasi monopolio. Edgar Wright pertenece a esa clase de directores que se ha formado delante de un televisor y de un reproductor de VHS, alimentándose de las películas de los ‘70 y los ‘80, de los clásicos que irrumpieron en los cánones y mandatos de Hollywood. Baby… es una película que arriesga desde el primer minuto: un asalto a un banco es mostrado en un segundo plano fuera foco mientras que la primera capa visual es un plano corto de Baby (Ansel Elgort), el joven conductor de la banda, quien se presenta con sus auriculares al mango, de los que sale la frenética canción “Bell Bottoms”, de Jon Spencer and The Blues Explosion, perfecta para una persecución. Una idea bien inspirada en las películas sententosas de William Friedkin. Su personaje sufre una condición auditiva que se aminora al escuchar música prácticamente todo el tiempo con auriculares. En este prólogo hay un poder de síntesis insuperable (un rasgo de los géneros que solo pueden aprovechar algunos) porque se presenta al protagonista sin la necesidad de explicar con diálogos; se lo ilustra a partir de la música, usada dramáticamente y además como motor de la historia, y ambas cosas dentro de una secuencia de acción simple, basada en el montaje y el ritmo interno de los tiempos del relato.

Los motivos por los que Baby se dedica a los actos criminales no son más que excusas para situar a un hombre ordinario en un mundo que le es ajeno, en el que está obligado a participar y del que quiere escapar. El cerebro es Doc (un Kevin Spacey casi en piloto automático), a quien el protagonista le debe y espera saldar con un par de golpes más. La arista tierna de Baby la despiertan Joe, su padrastro sordomudo y un amor en construcción con una mesera; en ambos casos también hay excusas para el despliegue musical, del que surgen Beck, Carl Thomas, T-Rex, Dave Brubeck, entre otros. Tras el furioso prólogo, hay un redoble de apuesta en lo retórico al pensar los títulos a partir de un plano secuencia, al ritmo de Harlem Shluttle de Bob & Earl. La música utilizada a tal efecto no es nada nuevo para Wright: basta recordar a Scott Pillgrim vs los Ex De La Chica De Mis Sueños (Scott Pillgrim vs The World, 2010), su película más arriesgada, aunque, paradójica, se trató de su debut en Hollywood. Más allá de esta referencia, Wright sabe que la estructura de su film es la de las películas de robos, pero las acciones referidas a los golpes en sí aparecen en un segundo plano (como el mencionado del inicio) o fuera de cuadro. Es así que el director privilegia la subjetiva de su protagonista, ubicándolo siempre en un plano corto, hasta incluso tapando casi en su totalidad lo poco que se puede apreciar de los robos, cada uno –por cierto- bien distinto del otro. El humor, como también se dijo, tiene la marca de su director, por ejemplo en la cita cinéfila cuando un personaje equivoca las máscaras de Michael Myers (el asesino de la saga Halloween de John Carpenter) con las de Mike Myers (el protagonista de la trilogía Austin Powers).

Si las obras maestras se miden con la vara de la novedad y de la inventiva (por citar dos características) Baby… no podría ser catalogada como tal, aunque sí rellena el casillero del entretenimiento y la referencia a un cine que, en un tiempo no tan lejano, estaba presente pero que en cambio hoy está al borde de considerarse una rareza dentro del mapa industrial. Es probable que esta nueva película de Wright sea la más cercana a esa filiación con su cinefilia, pero contorneada por un estilo en el que prevalece el humor, la mirada lúdica y la retórica asentada en el uso de la cámara como principal arma narrativa. Todos elementos lejanos al cine de género que prevalece por estos tiempos, más preocupado por responder a la transtextualidad urgente (secuelas, precuelas, remakes, etc.) y a la nostalgia de tiempos no vividos.

calificacion_4

 

 

© José Tripodero, 2017 | jtripodero

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

 

Melómano al volante

La filmografía variopinta de Edgar Wright tiene puntos de conexión con la cultura popular, los videojuegos, los zombies y la acción; todo siempre glaseado con una fina capa de banda sonora. El dinamismo de su estilo pone quinta velocidad independientemente del género, por ende que su nuevo opus tenga en el centro de la escena a un wheelman -un conductor versado en el arte de manejar vehículos de escape- parece una consecuencia lógica.

Baby (Ansel Elgort) es un jovencito que bajo la tutela del inescrupuloso Doc (Kevin Spacey) es el hombre detrás del volante en cada golpe orquestado por su jefe, para quien trabaja en pos de saldar una vieja deuda y convertirse finalmente en un hombre libre. Por supuesto, al aproximarse su último trabajo -ese llamado a dejar todas las cuentas saldadas, como así lo indica tan a menudo el verosímil de este subgénero de grandes robos-, todo se altera a razón del amor inesperado de una dulce camarera que trabaja en un café y unos compañeros de equipo algo inestables que amenazan con interferir, poniéndolo todo en peligro.

El personaje de Elgort en un melómano, Wright también. La música marca el tiempo de las secuencias y el ritmo del montaje. Cada canción sirve para transmitir de forma específica una sensación, y en algunos casos dos sensaciones contradictorias al unísono, como pasa con el clásico inoxidable de Barry White en un momento que no tiene sentido spoilear más de lo debido. Es la música la que potencia esa precisión del director inglés en cada corte y la que acompaña algunos planos secuencia más que interesantes, la que le da plasticidad a cada escena porque prácticamente no hay momento en el film donde no suene alguna melodía muy bien seleccionada.

A Elgort y Spacey los acompaña un reparto de lujo que incluye a Jon Hamm, Jamie Foxx y Jon Bernthal. La trama hace rendir al máximo a sus intérpretes y cada punto de giro les otorga el momento preciso para destacarse. Los vaivenes del relato los convierte a su debido tiempo en el villano de una historia que muta constantemente. A tono con el fanatismo sobre la cultura pop de su director, la película nos regala las hermosas participaciones de Flea -bajista de los Red Hot Chili Peppers- y Paul Williams, el hombre que se volvió una figura de culto gracias a su papel en Un Fantasma del Paraíso (Phantom of the Paradise, 1974), de Brian de Palma. El cine dentro del cine es otra de las marcas del director, quien también se hace un lugarcito para referenciar algunas de sus películas previas como Muertos de Risa (Shaun of the Dead, 2004) y Arma Fatal (Hot Fuzz, 2007).

El espíritu nostálgico marca el tono del film, desde la música de glorias pasadas como The Foundations, Carla Thomas y The Commodores -entre muchos otros-, hasta el uso de cassettes de cinta, vinilos e incluso el fetiche de los iPods, dispositivo que en nuestro año 2017 ha cedido su reinado a los smartphones y las listas de música en Spotify, lo que de por sí ya lo convierte en un objeto vintage.

Con una segunda mitad que se distancia del sarcasmo y la ironía -marca registrada de Wright- para volverse mucho más sangrienta y violenta conforme nos acercamos al clímax, Baby… funciona correctamente como una heist movie -esas películas de grandes robos planificados-, pero eleva su factura y le agrega un plus gracias a un director que sabe adaptar la acción a su propio estilo sin perder frescura ni originalidad.

calificacion_4

 

 

© Alejandro Turdó, 2017 | @AleTurdo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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