Más críticas publicadas el viernes 22 de abril.
Bone Tomahawk, de S. Craig Zahler (Estados Unidos, 2015 – Vanguardia y Género), por Matías Orta
El western y el terror se cruzaron más de una vez, y con resultados más que interesantes. Aunque no transcurren en el Lejano Oeste, Near Dark, de Kathryn Bigelow, y Vampiros, a cargo de John Carpenter, son los ejemplos más espectaculares.
Bone Tomahawk sí tiene lugar en los tiempos de cowboys, y esta vez no hay chupasangres pero sí una amenaza aún peor.
Un extraño individuo (David Arquette) aparece en el bar de un pacífico pueblo y despierta sospechas por haber sido visto enterrando cosas en las afueras, sin mencionar que su ropa presenta manchas de sangre. El Sheriff Hunt (Kurt Russell) lo hiere y se encarga de meterlo en una celda. Allí dejarán al prisionero junto a Samantha (Lili Simmons), la enfermera, y el ayudante del Sheriff (Evan Jonigkeit). Pero al amanecer, luego de escalofriantes aullidos y del asesinato de un lugareño, Hunt no encuentra rastros ni del individuo ni del ayudante ni de Samantha. La única pista que lo sucedido: una flecha que no pertenece a indios sino a seres primitivos y letales que denominan Trogloditas. Hunt, el anciano Chicory (Richard Jenkins), el arrogante Brooder (Matthew Fox) y Arthur (Patrick Wilson), convaleciente marido de la secuestrada, irán al rescate, sin saber que el peligro que deberán enfrentar es más implacable y horripilante de lo que imaginaban.
La ópera prima de S. Craig Zahler es una mezcla de Más Corazón que Odio, clásico inmortal de John Ford, y La Colina de los Ojos Malditos, de Wes Craven. Gran parte del film está centrado en la búsqueda por parte del Sheriff y su equipo, en la que cada uno, con su propia personalidad, debe aprender a convivir y complementarse con el otro para poder cumplir con lo que se proponen. Estas secuencias son puro western, y de la mejor tradición Fordiana. También aquí afloran momentos de humor y la humanidad de estos hombres. Pero desde el minuto cero el director crea un clima de tensión constante, que explota a partir del tercer acto, cuando se produce el enfrentamiento con los caníbales que cazan usando huesos de animales. Allí hay momentos de violencia y de gore extremo, que ponen a prueba hasta al público más acostumbrado a las masacres de la pantalla.
Kurt Russell supo brillar en ambos géneros durante su carrera, y aquí vuelve a demostrar que las espuelas y la lucha contra monstruos le sientan perfecto. Su porte justifica cada plano que lo involucra, como para recordar que sigue siendo uno de los duros del cine contemporáneo. Un irreconocible Jenkins aporta momentos de reflexión y de leve comedia, Patrick Wilson tiene el doble desafío de componer a un hombre deseoso de justicia y lidiando con su pierna mala, y Matthew Fox le da carne al rol más recio y memorable de su carrera.
Bone Tomahawk toma lo mejor de dos géneros para crear un híbrido tan poderoso como perturbador.
Creative Control, de Benjamin Dickinson (Estados Unidos, 2015 – Competencia Internacional), por Martín Chiavarino
Ortopedia, farmacología y una adicción encriptada.
Creative Control es un film que no deja nada al azar y trabaja todos los tópicos sobre la creación de la realidad virtual. En este sentido, el debut de Dickinson como realizador cinematográfico intenta recorrer la ampulosidad soberbia y esnob de los artistas y los creativos publicitaciones, la relación de la esclavitud y la pobreza en el tercer mundo con los avances tecnológicos, la miseria de las corporaciones y el entretenimiento como una adicción.
David, el protagonista interpretado de forma fantástica por el propio realizador, es un ejecutivo de una agencia de publicidad que recibe una campaña de unos anteojos de alta tecnología que crean una realidad virtual que viene a romper con todo lo conocido. Para desarrollar las posibilidades del producto, el equipo de producción y publicidad elige al artista Reggie Watts, con el fin de aportar ideas innovadoras y crear una publicidad que lo represente y lo ancle al arte con la supervisión de David.
A su vez, el ambicioso ejecutivo tiene una crisis de pareja con su novia, Juliette, una profesora de Yoga descontenta con la liviandad con la que muchos colegas toman su trabajo, y se enamora de Sophie, la pareja de su promiscuo mejor amigo, Wim.
Con una música extraordinaria -que contiene hermosas piezas de Vivaldi, Mozart, Bach, Haendel y Schubert, y canciones de Alan Vega, entre otros- que transforma el film en un réquiem a la comunicación y a las relaciones sociales no mediatizadas, el opus complementa las angustiantes escenas en blanco y negro que incluyen arrebatos de ira y desazón, con discusiones filosóficas sobre el futuro de la individualidad en un gran guión maravillosamente plasmado. Creative Control trabaja así la soledad y la desdicha que inundan el capitalismo y la imposibilidad de escaparle. Claustrofóbica y desmoralizante, la opera prima de Dickinson es una gran apertura mental hacía el aciago futuro que le espera a la humanidad bajo el reinado del neoliberalismo hedonista.
The Laundryman, de Lee Chung (Taiwan, 2015 – Vanguardia y Género), por M.O.
El cine oriental suele dar grandes modelos a seguir cuando se trata de películas que mezclan distintos géneros con resultados que son únicos. The Laundryman respeta a rajatabla esa impronta.
Parece una lavandería del montón, pero no lo es (al menos, no de la manera convencional), ya que el verdadero negocio consiste en la eliminación de personas por encargo. Ellos matan a la persona que el cliente quiere muerta, llevan el cadáver a las instalaciones y se encargan del resto (y de los restos, claro). El “limpiador”’más eficiente comienza a cuestionar su trabajo cuando se cansa de ser atormentados por los fantasmas de sus víctimas. No, no se trata de una metáfora: el muchacho debe convivir con los espectros de la gente a la que atropelló y estranguló y demás. Para exorcizarlos de su vida, su jefa lo contacta con una joven médium. Gracias a ella irá dando con quienes contrataron sus servicios y encontrará la manera de ir resolviendo sus problemas con las ánimas. Pero la jefa no simpatiza con la autopurificación de su mejor obrero.
El debutante Lee Chung crea una milagrosa ensalada de sicarios, posesiones, amor, patadas, venganza, humor (negro y del común), romance, algún número musical y giros argumentales que no dejan de sorprender. La película es seria cuando debe ser seria, cómica cuando debe ser cómica, y los aspectos sobrenaturales conviven de manera natural con el resto de los elementos.
The Laundryman mantiene en lo más alto al cine oriental y a su capacidad para cautivar a fanáticos del todo el mundo.