“Todos deberíamos ser felices”, dice la tía de la familia en un momento de la extensa reunión navideña en Noche de paz (2017). Pero si a algo está apelando la ópera prima de Piotr Domalewski, es a complejizar cada vez más las relaciones entre los personajes principales para, si no impedir, postergar tal felicidad.
El film trata sobre la inesperada vuelta a casa de Adam (Dawid Ogrodnik) para celebrar la noche de Navidad con su familia. En el autobús ya advertimos que se avecinan problemas cuando graba un video para su hija que está por nacer y capta a un pasajero que odia aparecer en cámara. Posteriormente su regreso despertará los roces siempre latentes entre él, uno de sus hermanos y sus padres, sin importar que demuestre ser el hijo más desenvuelto de todos.
Hay muchos factores a favor en la propuesta. Estos empiezan con el elenco que se entrega comprometidamente a sus personajes incluso en los momentos más melodramáticos. Hay una complicidad entre ellos a pesar de las discusiones, la cual permite entrever sus soterradas similitudes. Ogrodnik lidera el elenco con aplomo, dándole cercanía a un personaje decidido. La fisonomía de Teresa (Agnieszka Suchora), la madre de Adam, revela de entrada la rigidez de su relación con él. Cada uno de ellos es pieza de un rompecabezas bastante escabroso.
El complejo panorama de cada personaje es trazado con detalle por la dirección. Las conversaciones individuales permiten entender la interacción grupal de más de diez actores en escena. El disparador de la cámara de video alienta a que estemos atentos a lo que hace cada uno en los preparativos de la cena y en la mesa. Todos tienen una función primordial en la historia.
Frente a la gran cantidad de elementos actorales presentes, el guión se engolosina con llenar las situaciones de imprevistos que terminan convirtiendo la historia en una pobre telenovela. Después de esa infinidad de giros, el relato desemboca en un dramatismo estéril y poco creíble. Lo que al comienzo parecía una compleja dinámica familiar se empobrece con una seguidilla de conflictos acumulados. Las últimas escenas dibujan una caricatura donde los personajes se reducen a sus intereses más básicos, como el hermano corriendo a esconder la marihuana que cultivaba o el abuelo emborrachándose aún más, ambas situaciones filmadas en cámara lenta.
En fin, los paralelismos con la reciente Sieranevada (2016), donde también un evento central reúne a toda una familia y son los hijos quienes no saben cómo tomar las riendas, se esfuman y dan pie a un cierre atestado de giros improbables.
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2018 | @EElechiguerra
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