“La belleza que surge después de lidiar con la oscuridad, la empatía y el amor que crecen del trauma colectivo, el lugar que uno alcanza cuando acepta antes que negar”. Con estas palabras Beach House describe de qué se trata este disco. Para el dúo de Baltimore este álbum significa borrón y cuenta nueva. En un ensayo que aparece dentro de la edición física (de donde tomamos las primeras líneas de esta crítica), Victoria y Alex dicen que haber editado sus lados b y rarezas el año pasado fue una manera de cerrar una etapa y poder comenzar de cero. O de 7, el título de su nuevo trabajo que significa sencillamente que se trata de su séptimo disco. Cambiaron su forma de grabar. Según nos cuentan solían escribir primero todo el material para después ir al estudio a grabarlo lo más rápido posible (restricciones económicas, claro). Lo que hicieron ahora es componer y en cuanto tenían una canción lista, en su punto justo, correr al estudio a grabarla para acortar al mínimo el tiempo entre la idea original y su registro definitivo. También se deshicieron de otro aspecto que los limitaba: la posibilidad de reproducir la canción en vivo. Grabaron sus nuevas canciones sin pensar que después va a ser difícil o imposible de tocarlas en un show. Ya se las verán con eso cuando llegue el momento.
En febrero había aparecido el primer adelanto, “Lemon Glow”. Llegó acompañado de un videoclip en blanco y negro, una especie de bandera a cuadros que se deforma de todas las formas posibles. La psicodelia, que hasta ahora era sutil en su discografía, entra formalmente y de lleno en el mundo de Beach House. Las imágenes se asocian a la música, los sintetizadores se complementan a la perfección mientras Victoria nos canta sobre brillos y colores. El resto de los cortes que fueron lanzando compartían la estética de las imágenes, como si fuera una continuación, todos los clips iguales, pero todos diferentes. La sutileza del grupo está intacta. El siguiente corte fue “Dive”, que comineza suave hasta que se acelera en la segunda mitad, después vino “Dark Spring” con el shoegaze que ya mencionaremos. El cuarto corte de difusión fue “Black Car”, con unas marimbas electrónicas que hechizan al oyente durante toda la canción mientras las voces de Victoria se superponen sobre los colchones de teclados. Estas cuatro canciones nos hacían vislumbrar un disco interesante, dejaban la sensación de que Beach House se traía algo grande entre manos.
Entonces llegó el disco entero y la sensación se transformó en certeza. Con violencia, o mejor dicho, con toda la violencia que puede salir de Beach House, se presenta 7, el nuevo trabajo de la banda de Victoria Legrand y Alex Scally. “Dark Spring” recuerda a My Bloody Valentine o al Slowdive más shoegaze, es un viaje sónico que descoloca ligeramente al que estaba acostumbrado al sonido cada vez mas suavizado que el grupo logró entre Teen Dream y Depression Cherry. Pero entonces llega “Pay No Mind” y parece que lo anterior fue un falso comienzo, que la segunda canción nos sumerge en el disco y en el universo Beach House. Y es el universo que conocemos: ahí están los climas envolventes, los paisajes oníricos, las capas de teclados de Victoria, las guitarras procesadas de Alex. Pero hay algo más. Todo lo que creemos conocer está levemente alterado por momentos, como se anticipaba en ese comienzo demasiado ruidoso para Beach House.
La banda nos presenta diferentes escenarios, sutilmente más variados que en su trilogía Teen Dream–Bloom–Depression Cherry. En “L’Inconnue” (la desconocida), Legrand canta en inglés y en francés, repite el número siete y hasta cuenta hasta siete en una referencia a “You Never Give Me Your Money” de The Beatles (los cuatro de Liverpool cantaban “uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, todos los niños buenos van al cielo”, mientras que Victoria, en francés dice que “todas las chicas no están listas”). “Woo” tiene un andar más cool y relajado, los teclados sweep de fondo hacen casi todo el trabajo. La banda parece, como pocas veces, despreocupada. Pero no les dura mucho, la solemnidad vuelve a aparecer en las últimas dos canciones. “Girl of the Year” que nos lleva a un clima de glamorosa decadencia. “Last Ride”, comienza etéreo y reflexivo, parece una de esas joyas que Beach House hace tan bien: “Days of Candy”, “Irene” o “Elegy to the Void”. Pero crece lentamente a medida que avanza, tan de a poco que apenas notamos lo cargado que está el tema con la batería y los guitarrazos de Alex, comienza a desvanecerse, lo que también le lleva un buen rato, hasta terminar, hasta el silencio que casi parece parte del disco, del mejor disco que hizo Beach House hasta el momento.
© Patricio Durán, 2018 | @moss_elixir
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