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Cine

Belén

LA ÉPICA DISCRETA

Hay películas que son buenas por sus virtudes; hay otras que son buenas no sólo por sus virtudes, sino también por los defectos en los que podrían haber caído y no lo hicieron. Belén, la última película de Dolores Fonzi, es una de ellas.

El largometraje está basado en la historia real de una joven tucumana encarcelada injustamente por filicidio luego de un posible aborto espontáneo. El caso, una muestra de torpeza judicial impresionante mezclada con una fuerte ideología sexista, fue durante años motivo de quejas y movimientos por parte de sectores feministas (entre ellos, obviamente, el Ni una menos), que resultaron claves para la liberación posterior de la acusada. La película se centra no sólo en el calvario de esta mujer, sino también en Soledad Deza-interpretada por la propia Fonzi-, una reconocida abogada feminista que se dispuso a defenderla y que hoy es referente del movimiento en Argentina.

Tomar un caso así pudo haber derivado en al menos dos trampas básicas. La primera, la del golpe bajo: escenas melodramáticas que insisten una y otra vez en que empaticemos con un sufrimiento y una situación claramente indignante. La segunda, la de construir una película panfletaria, donde la ideología se declama en vez de decantarse sola a partir del relato, y donde la forma cinematográfica termina por no importar nada.

Nada de esto ocurre en Belén. Basta con poner como ejemplo la primera de las escenas.

La película comienza con largos movimientos de cámara. Una joven tucumana entra a un hospital debido a un dolor abdominal. Pide ir al baño a una enfermera y, al volver, está ensangrentada de la cintura para abajo. Poco después la atiende un ginecólogo de urgencia, y enseguida aparecen oficiales de policía que aseguran haber encontrado un feto en el baño y acusan a la joven de filicidio. Todo sucede con una rapidez que contrasta con el registro en “tiempo real” de los movimientos de cámara, cuyo sentido es claro: mostrar cómo unos minutos en la vida de esta mujer, que para ella serían apenas un instante, la llevan a vivir un calvario de años en prisión, con amenazas y acusaciones demenciales en manos de un sistema judicial imbécil, desprolijo y sexista.

Ese respeto por el tiempo real tiene incluso una función dramática adicional. En una de las primeras audiencias del juicio, una enfermera asegura que Belén estuvo 15 minutos en el baño. Sin embargo, nosotros sabemos, gracias a cómo fue filmada la escena inicial, que esto es falso: parte de un entramado judicial en el que testigos, jueces, fiscales y hasta una primera abogada —indiferente al destino de su cliente— se conjuran para arruinarle la vida.

Tras esos planos secuencia iniciales, la película adopta un tono más sobrio, incluso en demasía. No recurre a primeros planos como golpes de efecto ante la emoción o la tensión, ni abusa de la música incidental. Por el contrario, tiende a la síntesis, reduciendo circunstancias claves de la vida carcelaria de Belén o de las dificultades de Soledad Deza a escenas únicas y significativas. Basta un solo momento en que Belén es extorsionada por una policía para comprender el peso de que su nombre real haya sido filtrado a los medios por un juez. Basta una escena en la que Deza llega tarde a un concierto de su hija para entender el sacrificio familiar que implica el caso. Basta un papel entregado a su hijo y un piedrazo contra la casa para hacernos sentir que ella y su familia están en riesgo.

Ese bienvenido gusto por la sobriedad hace que dos escenas resulten un poco discordantes. La primera es una conversación entre Deza y una abogada interpretada por Julieta Cardinali, donde la negligencia de esta última se expone con demasiada explicitud. La segunda es un programa de televisión con un militante “provida” grotesco y dos conductores igualmente ridículos, que desentonan en una película donde lo habitual son las interpretaciones medidas.

Son, sin embargo, detalles menores en un film que apuesta con inteligencia por los tonos contenidos. A veces esa misma contención permite incluso momentos inesperados de humor. Una de las grandes escenas es la de Deza y su familia viajando, como si fuera lo más normal del mundo, en un auto cubierto de inscripciones con insultos y groserías. Ver a Deza manejando, esforzándose por mantener la calma frente a semejante hostigamiento, habla de uno de los grandes aciertos de la película: la construcción de una épica discreta, antideclamatoria.

Aquí no hay gritos desmesurados ni rescates de último momento, ni tampoco individuos aislados luchando contra el sistema. Por el contrario, más allá de que la película muestre admiración hacia Deza, deja claro que ella es un engranaje dentro de una organización de mujeres que luchan por sus derechos. Un grupo de compañeras y profesionales en primer lugar, pero también las marchas, y, de paso, su propia familia (padre, marido) que aporta desde su lugar para ayudar en el caso.

Y en eso reside, creo, la efectividad de ese tono discreto: en renunciar a lo espectacular o lo melodramático para mostrar que los logros no se deben a la fuerza desmesurada de un individuo, sino a la paciencia colectiva de un grupo grande de personas, y a una víctima que resiste desde el anonimato.

Belén exalta los mecanismos de ayuda colectiva que, de a poco y con lo que se tiene a mano, enfrentan a una burocracia y a una cultura sexista también colectivas.

El personaje de Belén encarna al mismo tiempo las aberraciones que puede generar ese sexismo y la posibilidad ocasional de un triunfo cuando es combatido en grupo.

Hacia el final, en el momento más catártico del film, Belén se entera en la cárcel de que, luego de años de lucha, será liberada. La cámara encuadra su rostro lloroso en primer plano: un recurso que podría parecer perezoso, pero que funciona porque hasta entonces ese rostro había permanecido contenido, usando una frialdad quizá impostada para sobrevivir al calvario.

El momento funciona porque es una emotividad ganada a fuerza de ir construyendo personajes y circunstancias poco a poco. Y convence, aunque sea por un instante, de que ciertas luchas pueden tener un final feliz. A veces, estos optimismos discretos resultan más esperanzadores porque son más genuinos y convincentes.

Si este tipo de optimismo convencerá a la Academia y le alcanzará para una nominación al Oscar, es algo que no puede saberse y que, francamente, carece de relevancia. Más raro que una nominación al Oscar es encontrar una película menos orgullosa de sus causas que de sus formas; más preocupada por ser una buena película que por ser una película buena. En suma, un film que es cine, cuando osa decir su nombre.

(Argentina, 2025)

Dirección: Dolores Fonzi. Guion: Laura Paredes, Dolores Fonzi. Elenco: Julieta Cardinali, Dolores Fonzi, Gaia Garibaldi, Lili Juarez, Luis Machín, Laura Paredes, César Troncoso. Producción: Leticia Cristi, Matias Mosteirín. Duración: 100 minutos.

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