MUERTES SIN GRACIA, CHISTES SIN SANGRE
El 15 de enero de 1996, Madonna apareció en la portada de la revista People, con el titular: “Madonna se enfrenta a su acosador en los tribunales”. Se trataba de Robert Dewey Hoskins, un hombre que persiguió a la estrella pop hasta el punto de amenazarla de muerte si ella no estaba dispuesta a contraer matrimonio con él.
Casi 30 años después, Jimmy Warden escribió y dirigió Borderline, una libre adaptación de este caso en clave de comedia sangrienta. Y no es casualidad hablar de “comedia sangrienta” al notar que la estrella pop símil-Madonna del film es Samara Weaving, aquella que encarnara a la novia forzada a tomar armas en su propio casamiento en Boda sangrienta (2019). Weaving construyó una carrera en el subgénero de la comedia de terror, con The Babysitter (2017) y su secuela The Babysitter: Killer Queen (2020). Incluso se puede pensar en una autoconsciencia (elemento clave para la construcción de este subgénero) sobre su propia carrera en la primera secuencia de Scream VI (2023).
Borderline comienza con unas respiraciones agitadas en off sobre una pantalla negra, generando una inestabilidad de base. Seguido a esto, se oyen las palabras de un sacerdote celebrando un casamiento. Lo primero que se ve es un primer plano de Paul (Ray Nicholson) en conjunto a su narración en off, hablándole directamente a la audiencia. “Odio cuando muestran primero el final, pero no pude evitarlo” rezan sus primeras palabras. Se trata de un evidente flashforward. Desde este momento se pauta la base de la película con el espectador: la narración estará manejada por este personaje autoconsciente de su carácter ficcional.
La siguiente escena continúa perfectamente con esta lógica. Se ve a Paul caminando por las calles de Los Ángeles en algún momento de los noventa vestido de traje y con una rosa en la mano. Todo es idílico. A su alrededor, publicidades exageradas que muestran su objeto de deseo: Sofía (Samara Weaving), una estelar cantante pop. El entorno del personaje masculino es presentado en un acertado homenaje a Un lugar llamado Notting Hill (1999), en particular a su forma de mostrar la relación de un don nadie con una estrella que lo envuelve incluso desde las calles que transita.
Pero pronto (esto es, una escena después), la lógica se resquebraja. El punto de vista ya no es el de Paul, sino uno omnisciente. Y aquí se encuentra el gran vórtice que une todos los puntos en Borderline: la falta de un horizonte definido.
En El gabinete del Doctor Caligari (1920), pilar fundacional del horror cinematográfico, la puesta en escena expresionista era justificada al final del film con la explicación de que todo lo sucedido era, en realidad, una fantasía de un paciente psiquiátrico. Es decir, la forma y el estilo del relato estaban dictaminados a partir de su punto de vista. La secuencia inicial de Borderline pareciera apuntar hacia una construcción de ese tipo, con una diégesis artificial creada por la mente perturbada del narrador. Sin embargo, se trata de un film caótico, plagado de sinsentidos narrativos pretendidamente justificados por el género en el cual se inscribe la narración.
Promocionada como una comedia de terror, la película confía en que su reparto tiene el carisma suficiente como para no dotar a los personajes de ninguna profundidad. Y esto se vuelve un defecto notorio cuando se pone en la balanza la ópera prima de Jimmy Warden con grandes películas de este subgénero como Scream: Vigila quien llama (1996), Diabólica tentación (2009) o, incluso, apuestas menos ambiciosas (pero por eso no menos sólidas) como Feliz día de tu muerte (2017). Estos títulos están plagados de personajes memorables, o por lo menos con las aptitudes necesarias para mantener viva una historia noventa minutos. Borderline carece de esto. Los personajes son algo así como marionetas, tienen una característica física reconocible y poco más. No cuentan con un mínimo desarrollo que los vuelva ricos. La sensación que dejan, una vez finalizado el visionado, es que su única razón de estar en el film es su utilidad narrativa para llegar a un desenlace feliz.
Otro concepto interesante para pensar Borderline es el arma de Chéjov, aquella regla clásica que postula que debe ser eliminado todo lo narrativamente innecesario en un relato. Este principio es ordenador, es la razón por la cual se suele ver una pistola en un primer acto que luego será disparada en un tercer acto. En esta película eso no sucede, ya que la mayoría de las resoluciones suceden como por obra del destino, vía deus ex machina repetitivos hasta el vaciamiento total de gracia; casualidades argumentales se apilan para que los personajes suelten chistes vacíos, casi tanto como su desarrollo narrativo.
Si algo convierte Borderline en un film digerible es la actuación de Ray Nicholson, hijo del legendario Jack Nicholson. Su Paul es algo así como un derivado inintencionadamente paródico del Jack Torrance de su padre en El resplandor (1980), pero se evidencia (incluso a pesar de su personaje) una facilidad para encarnar hombres desequilibrados mentalmente, una característica quizás heredada de su padre.
(Estados Unidos, 2025)
Guion, dirección: Jimmy Warden. Elenco: Samara Weaving, Ray Nicholson, Eric Dane, Alba Baptista, Jimmie Fails. Producción: Tom Ackerley, Brian Duffield, Josey McNamara, Hadeel Reda. Duración: 94 minutos.