Obrero sin movimiento
Un defecto tradicional de cierto cine político es el de tomarse demasiado en serio su mensaje. En guerre, de Stéphane Brizé, es un caso de escuela, y no podíamos esperar otra cosa habiendo visto aquí hace dos años su El precio de un hombre. Esta vez, repite con Vincent Lindon en el papel de un obrero que lidera a los empleados de una fábrica en huelga. El grupo que la gestiona, una multinacional alemana, ha decidido cerrar la sede, posiblemente para abrir otras en países con mano de obra más barata. La historia es conocida: la huelga va a durar, algunos obreros van a sentirse tentados de aceptar un cheque de compensación para retomar el trabajo hasta la liquidación de sus contratos, y otros van a querer ir hasta el final. Un detalle: salvo Lindon, el resto de obreros en huelga están interpretados más o menos por verdaderos obreros, sin que esto suponga nada aparentemente decisivo de cara al resultado de la película, pero volveremos a ello más adelante.
Brizé, que ha querido sin duda hacer un film “choc”, entre el oportunismo y la militancia, puesto que la película se estrena en el aniversario del Mayo Francés, en pleno momento de balance sobre el primer año de gobierno Macron (“En guerra” es una clara referencia o respuesta al nombre del movimiento político de Macron “En marcha”), se ha visto ahogado por la responsabilidad que él mismo se impone. No es cuestión de criticar que obviamente para él, en una disputa patronal, los buenos sean los obreros y los malos los patrones, la cuestión es dónde sitúa el cine en esa disputa y a qué distancia (cuando, paradójicamente, ha decidido abrir su película con una citación de… ¡Bertolt Brecht!”). La cosa comienza con una manifestación de los obreros en huelga, frente a los antidisturbios. La cámara se introduce entre ellos, recibe golpes, se mueve, se agita, no filma nada. Y durante toda la película, Brizé hace algo así como una sumisión ante la causa, como si el cine, literalmente, no pudiese filmar lo que él quiere filmar: la lucha obrera. Como si, por complejo de clase (intelectual y social), para Brizé, el cine fuera indigno de hablar de eso. Esto llega a cotas inverosímiles e incluso ridículas: queriendo abrazar un cierto “realismo” y un tono “popular” (Brizé quiere hablar a los obreros, da la impresión), recurre, para hacer avanzar ese relato que el cine parece (según él) no poder contar, a imágenes televisivas. Casi como si de una fantasía perversa se tratase, lo hace recreando las imágenes de una cadena de información continua muy popular y abiertamente conservadora/ultraliberal, BFMtv. Esas imágenes nos muestran las declaraciones de los obreros y sus acciones, llegando incluso a volcar el coche del alemán que dirige la empresa. Y aquí está el problema de la distancia: poniendo el cine al servicio de un discurso “banalizado”, no solo el cine termina pareciéndose a la televisión, sino que termina convirtiendo a una televisión “de derechas” en una televisión “de izquierdas”: puesto que nada en su película puede poner en cuestión la causa obrera, una cadena televisiva que sin duda tomaría el partido contrario tampoco puede hacerlo.
El momento en el que los obreros vuelcan el coche es importante: coincide en la película con una división en la que uno de los sindicatos empieza a mostrarse favorable a una negociación para acabar con la huelga, económicamente insostenible para ellos. Y precisamente en ese momento en el que la película podría haber iniciado una dialéctica, la anula, precisamente por la presencia de Vincent Lindon, actor conocido y reconocido, y por la naturaleza crística de su personaje. Para Brizé, el “pueblo” no puede expresarse (hay una secuencia cómica reveladora: en un extraño momento de relajación, cuando los obreros salen a tomar unas copas, el personaje de Lindon les propone decir muy rápido la frase “No nos desolidarizaremos”, cosa que obviamente les resulta imposible, provocando ciertas risas). Hay una idea de una comunicación imposible: los obreros no saben defender su causa y es necesario que está sea abanderada por un actor, por una estrella, que se funde entre ellos sin jamás lograrlo del todo, puesto que su personaje es el único que sabe que hay que llevar su causa hasta las últimas consecuencias o jamás vencerán. El principal problema de En guerra es el de haber querido hacer una película antimacronista apoyándola en los hombros de un personaje jupiterino (cuando en Francia precisamente se acusa de eso a Macrón, de ser un presidente jupiterino). Finalmente, Brizé termina siendo víctima de una verdad obvia que no se atreve a cuestionar: estar en contra de los patrones no significa necesariamente estar de lado de los obreros.
@ Fernando Ganzo, 2018 | @GanzoFernando
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