GENTE QUE SE MIRA
Cielo rojo comienza con el protagonista Leon viajando en un auto junto a su amigo Felix. De pronto el auto se frena inesperadamente y los dos hombres quedan varados en medio del bosque. Félix va a caminar por la zona para ver qué tan lejos está la casa donde iban a quedarse mientras el otro se queda parado con las valijas. De pronto Leon se asusta levemente presintiendo una amenaza y segundos después el amigo le hace una broma para asustarlo y estos empiezan a pelear. En dicha pelea parece mezclarse, sobre todo por parte del protagonista, una bronca genuina, un tono de chiste y hasta cierto sentimiento de homoerotismo.
Puede parecer un prólogo arbitrario pero en verdad define y adelanta varias cosas que veremos después. Por empezar la idea de una amenaza en ese bosque, algo que se expresa allí en forma de broma pero que tendrá luego características premonitorias y trágicas. También, más importante aún, la furia y resentimiento contenido que caracteriza a Leon, el hecho de que el relato que veremos nunca se corra de su punto de vista, y sobre todo y ante todo cierta sensación de desconcierto respecto de los sentimientos que tendrán los personajes a lo largo de la película.
Puede decirse incluso que hay mucho de película de misterio en Cielo rojo, aunque no haya propiamente ningún crimen a resolver sino incógnitas de tipo sentimentales. Se trata de una película que usa más de una vez las elipsis o el fuera de campo para no terminar de revelarnos del todo que es lo que pasa entre los personajes. Desde el sexo que se manifiesta partir de lo que Leon escucha a partir de las paredes finas de la casa; a aquella elipsis en el hospital donde pasamos de ver a Leon y Nadja como dos conocidos esperando ver el estado de salud del editor, a Leon y Nadja teniendo gestos que parecen propios de una pareja. A esto se le suma el ejemplo más brutal de misterio sentimental: una escena de una autopsia que sugiere la idea de dos amantes que murieron abrazados por el amor que se tenían aún cuando no sabemos a ciencia cierta cómo se desarrollaron los hechos de su muerte brutal.
Estas no son las únicas formas que encuentra Petzold de generarnos intriga respecto de que sienten realmente sus personajes. Más de una vez Cielo rojo muestra conversaciones entre varios personajes con un montaje virtuoso que se detiene brevemente tanto en ciertas expresiones elusivas en cuanto lo que sienten quienes están allí (como las miradas de Nadja a Leon que parecen develar una atracción), como en broncas apenas contenidas por parte de un Leon visiblemente incómodo. Es un tipo de suspenso brillante, donde los diálogos funcionan más de una vez como excusa para que se desarrollen intercambios de miradas o expresiones intrigantes y donde se descubre todo el misterio que puede haber en algo tan sencillo gente mirando otra gente.
Hay otro elemento más que genera un suspenso respecto de los personajes: una estructura narrativa que va presentando a sus personajes de a poco, haciendo ver mediante una información por goteo quien es esta gente realmente, a que se dedican o cuanto saben del mundo. Así es como Cielo rojo, por ejemplo, tarda un buen rato hasta revelarnos a que se dedica Leon y Felix, que es lo que lo tiene de tan malhumor al primero y que es lo que ambos van a hacer allí. Por otro lado, recién a la media hora le escuchamos pronunciar la primera palabra a Nadja para que comencemos a conocer al menos su carácter simpático y casi llegando a la hora de metraje nos enteramos a que se dedica.
Tanta lentitud en la revelación de estos personajes está ligado también a que, como se señaló anteriormente, estamos viendo la película desde el punto de vista de León, un hombre con un fuerte nivel de narcisismo, demasiado ensimismado en sus propios problemas personales como para interesarse demasiado en el resto, lo que incluye a su amigo y hasta la mujer de la que se enamoró.
El hecho de que la película esté contada desde el punto de vista de Leon también hace que la película nos haga asistir una y otra vez a una exhibición de hechos desafortunados que le suceden tanto por errores propios como por episodios de mala suerte. Desde cosas centrales como la novela que escribe, su reunión con su editor, hasta hechos pequeños como no poder manejar un auto cuando se requiere o quedar mal parado frente a una empleada de hotel.
Cuando uno ve esta sumatoria de incomodidades y tropiezos constantes es casi imposible no empezar a cuestionarse si Petzold no está yendo demasiado lejos, si el castigo permanente hacia su protagonista no está llegando a un punto del regodeo sádico.
No obstante, algo increíble pasa hacia el final del film que logra resignificarlo todo: la aparición de dos hechos trágicos que de alguna manera nos permite dimensionar esos fracasos en otro lugar mucho más leve y pasajero.
Quizás esta sea la clave misma por la cual la película pueda hacer que estos hechos terribles no parezcan gratuitos dentro de la trama. Más bien lo que sucede es que la película muta sabiamente de ser un film sobre el fracaso a uno que habla de la relativización del mismo. Si en casi toda la película su protagonista y por ende también nosotros nos sentimos frustrados por sus fallos, su terquedad, pero también su imposibilidad de descifrar su entorno, sus últimos minutos nos pone en el contexto donde eso se revela no sólo como conflictos mucho más pequeños y transitorios de lo que pensábamos, sino además como visicitudes necesarias para un crecimiento personal. Después de todo, en el fondo, y aún cuando su protagonista haya pasado hace rato la adolescencia y más aún la niñez, Cielo rojo no deja de ser un coming of age sobre un personaje inmaduro que va descubriendo de a poco y casi de forma paralela tanto la finitud de la vida, como el amor y la necesidad de abandonar su egoísmo. Como todos los buenos coming of age, este aprendizaje no se exalta a modo de sermón ni juzgamiento, sino a modo de quien ve con apasionamiento los cambios constantes de un personaje en una etapa de dudas permanentes y descubrimientos constantes.
Su final abierto, hermoso como otros finales abiertos de Petzold, no sólo es un gesto de cariño hacia un personaje principal que parece tener una nueva oportunidad, sino también otra forma de seguir haciendo de los sentimientos de sus personajes un misterio. Al dejar sin resolver como seguirá el nuevo encuentro entre Nadja y Leon, al provocar un suspenso final en un tímido intercambio de miradas, no sólo nos preguntamos cómo reaccionará ahora este acaso nuevo Leon (uno que, casi por primera vez en toda la película, se lo ve sonreír), sino como seguirá una historia de amor posible en un relato que ha mostrado a los sentimientos como algo inestable y a sus personajes como seres que en cualquier momento pueden guardar una sorpresa. No hay nada de frustrante en esa resolución, más bien es una intriga que uno agradece en una película que adora las miradas parciales, las expresiones fugaces y las posibilidades de emoción e intriga que puede dar el cine, cuando sabe aprovechar en su máximo potencial algo tan sencillo como un intercambio de miradas.
(Alemania, 2023)
Guion, dirección: Christian Petzold. Elenco: Thomas Schubert, Paula Beer, Enno Trebs, Langston Uibel, Matthias Brandt. Producción: Anton Kaiser, Florian Koerner von Gustorf, Michael Weber. Duración: 102 minutos.