A Fernando López, que no se permitió ser amigo de ningún cineasta
RELACIONES PELIGROSAS: CINEASTAS VS. CRÍTICOS
1ª Parte
Las vedettes no son las únicas que se agarran de los pelos. O se agarraban, porque desde que los teatros de revistas y el culto del culo cayó en desgracia, la de las emplumadas es una especie en extinción. La relación entre cineastas y críticos, se sabe, nunca es un lecho de rosas. Es bastante lógico: unos y otros estamos de ambos lados del mostrador. Aunque no siempre. Como veremos más adelante, en algunos casos el crítico funciona como “amigo” del cineasta. Su agente de RRPP más eficaz. Hay una diferencia básica entre las guerras de vedettes de los 80 y 90 y las de directores y críticos, de los 90 en adelante. A las primeras, agarrarse de las mechas les reportaba aumento del rating, de la popularidad y, en definitiva, de las cuentas bancarias. A los segundos no nos reporta nada, por la sencilla razón de que solemos ser, más o menos y con excepciones, unos muertos de hambre. Los críticos más que los cineastas, claro.
A los cineastas, concretar un proyecto puede llevarles cinco años de malaria, incluyendo los famosos casos de hipotecas de casas, que son estrictamente ciertos. Pero cuando estrenan, el subsidio del Instituto Nacional de Artes Audiovisuales les permite aumentar el patrimonio. Mucho o poco. Aquéllos que filman producciones de medianas para arriba viven bien y muy bien, y la mayoría de cineastas independientes corre la coneja. Los críticos somos muertos de hambre hechos y derechos. Cada vez más: en los últimos 30 años y gracias al inestimable aporte del sindicato que dice representarnos, y que tal vez represente en realidad a las patronales del gremio -la Utpba-, el sueldo del periodista se ha depreciado sin cesar. Hasta llegar al punto que se alcanzó hace un par de meses: el salario medio de un periodista ya cayó por debajo de la línea de pobreza.
Un aparte: el cine no es el único campo de batalla, otras artes los han conocido también. Algunas en menor medida. Las artes plásticas y la literatura, por ejemplo: más allá de algunas ventas de valores astronómicos en el primero de los casos, y de best sellers de fabulosas cifras de venta en el segundo, como industria ninguna de ellas mueve tanta plata como el cine. Sí lo hacen las rock stars, y es por eso que en ese mundo agarrarse de las mechas es costumbre: véase el capítulo Gallagher contra Gallagher, o su versión criolla, la agarrada entre Charly García y Calamaro en los años 90. Que de tan vedettes que eran se tiraban misiles en uno de los rings preferidos de la farándula: la revista Gente. A diferencia de las damas del conchero, los rockers no disputan plata sino egos. El clásico “quién la tiene más grande”.
No infles más los egos
Pero vayamos a lo que nos importa: el cine. En este ámbito las peleas son un poco por cuidar la popularidad y los negocios (por parte de los cineastas “de nombre”) y otro mucho por cuestión de egos. Que proliferan, reconozcamos, en ambos bandos. Hay opiniones encontradas que degeneran en insultos de cancha, comments cruzados que son un desfile de chicanas mutuas, alusiones denigratorias a terceros, cortes de rostro y hasta, cómo no, agresiones físicas. Yo, sin ir más lejos, recibí una hace no tanto tiempo. Un cineasta consagrado en el círculo indie me empujó por la espalda y después me puteó, llevando a su hijo de la mano, durante la exhibición-homenaje a un hito del cine alternativo argentino de los 60. ¿La razón? Después de haber compartido charlas, bromas y abrazos (en la época en que sus películas me gustaban), a este muchacho se le volvió intolerable que yo criticara un par de guiones de su pluma. En uno de ellos una chica no denunciaba a sus violadores porque eran muchachos trabajadores. En otro, un Presidente de la Argentina hacía de sopetón un pacto con el diablo, en el contexto de un film de estética realista.
A partir del momento en que osé criticar esos guiones pasé automáticamente a estar en el bando de los traidores a la causa personal de este ensalzado cineasta de culto. Como si una crítica positiva representara algo semejante a un compromiso matrimonial, y una negativa fuera lo que un cuerneo a cuatro manos. Exactamente lo mismo me sucedió con otros dos cineastas indies (uno de ellos ex indie). El indie-indie me quitó el saludo desde el momento en que pasó de hacer películas geniales a películas pésimas (no sé cómo lo logró) y el otro me encaró feo en una mesa del bar La Paz porque años atrás había osado ponerle un 6 (que equivale a “aceptable”) a una remake que filmó en Hollywood, a la que no hay crítico que haya elogiado resueltamente. Ni acá ni allá. En ese bar este caballero me acusó entre otras cosas de “envidioso”, calificativo que en el momento me llamó la atención. “¿Envidioso de qué?”, pensé, habida cuenta de que no militamos en el mismo rubro. Ahí caí: lo de “envidioso” no era otra cosa que una reedición del gastado prejuicio según el cual todo crítico vendría a ser un artista frustrado. Como si en la historia del mundo y de las formas artísticas no hubiera habido siempre, de Aristóteles para acá al menos, gente que hace arte y otros que lo piensan. Aclaro por las dudas que obviamente no creo tener nada en común con el autor de la Poética. Pero el cineasta del que hablo tampoco mira de cerca a John Ford o Andrei Tarkovski, pongámosle. Así que él y yo estamos más o menos en el mismo nivel de mediocridad.
Igual no me tomé la bravuconada demasiado en serio, porque este muchacho veterano es famoso por el descomunal tamaño de su Ego. Una vez le escuché decir esta frase selecta: “Tal tipo (no me acuerdo quién era, da lo mismo) es genial, le encantan mis películas”. Hubo otra ocasión en la que el que intentó apurarme no fue un cineasta sino un productor. Era la época en que los screeners para prensa no circulaban vía links sino en DVD. De la productora de cierta película me habían hecho llegar el respectivo disquito, a mí la película me pareció una porquería y como ese día me había despertado de buena leche tuve la bonhomía de ponerle un 5, si mal no recuerdo. Poco más tarde de publicada esa crítica recibo en mi celular un llamado de este buen señor (al que no recuerdo haberle dado mi número de teléfono), para preguntarme cuándo le iba a devolver el mugroso DVD, “teniendo en cuenta que la película no te gustó nada”. O sea: si no te gusta te castigo. Que el castigo consistiera en el reclamo de un DVD casero (que costaba lo que un café) revela la altura del sujeto del que hablo.
Las notas de Juan Pérez
Alguna otra vez las patoteadas las recibí de actores. Y hasta de mis propios editores, cómo no. La más notoria fue en el marco del Festival de San Sebastián, donde en Competencia Oficial fungían dos películas argentinas, ambas de alto perfil. A una yo le había puesto un 10 (se lo sigo poniendo), a la otra un 6. Lo curioso es que esta segunda crítica no había sido publicada. El director del medio en el que yo trabajaba la levantó a último momento, haciéndome saber por correveidiles bien dispuestos que la película estaba hecha por “amigos de la casa”. Y que no debería haberle puesto un 6 sino un 7. Es más: la editora de la sección Espectáculos, que en lugar de salir en defensa de su redactor funcionó como correa de transmisión de la dirección del medio, me dijo que “tendría que haber publicado una crítica como la que escribió Juan Pérez en el diario Clarín”. Con lo cual me quedé pensando que tal vez pretendieran que de allí en más yo leyera ese diario todos los jueves a la mañana y recién entonces enviara mi crítica, instruido ya de cómo debía escribirla y publicándola recién el viernes. ¿Pero no era acaso que ese medio pretendía diferenciarse del gran diario argentino? ¿Por qué entonces me exigían que me igualara? A propósito: el viernes siguiente al día en que levantaron mi nota ese medio publicó una nueva crítica, con otra firma. ¿A qué no saben con qué calificación? Con un 7, obvvvvio.
(Continuará)
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